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Capítulo 4

El sacerdote retrocedió, sorprendido, mientras levantaba ambas manos sobre su cabeza, en señal de rendición. Yo esperaba que no se orinara en los pantalones. Aunque yo no podía decir si lo había hecho, vi que había comenzado a llorar sin el menor disimulo, aterrorizado. Sería mejor que yo mantuviera la boca cerrada hasta que terminara la ceremonia, si quería mantener mi cabeza intacta y que esta siguiera unida a mi cuello y mis hombros. "¿Dónde está mi hijo Osirio?", gritó el jefe a voz en cuello. ¡Magnífico! Así que su nombre era Osirio. No solo nunca antes había conocido a mi futuro esposo, sino que, hasta ese momento, ni siquiera había sabido cuál era su nombre. Tampoco había visto una fotografía de él, por lo que desconocía su aspecto. De todos modos yo no tenía el menor interés en ello. Si de todos modos no me podía rehusar a casarme con él, no me importaba que fuera tan apuesto como un príncipe o tan feo como una bestia. El jefe se dio la vuelta y comenzó a blandir su arma hacia las filas de hombres, vestidos de pies a cabeza con trajes negros; al parecer ese era el uniforme estándar de la mafia. Era extraño ver a hombres de distintas edades revolverse incómodos en sus asientos, como si fueran chiquillos que hubieran sido sorprendidos haciendo alguna travesura, mientras intercambiaban miradas ansiosas. Era obvio que ninguno de ellos quería darle malas noticias a su jefe. "Mmm… estoy seguro de que Osirio está en camino, jefe. Tranquilícese…", dijo un hombre que, supuse, era uno de los hombres de confianza del jefe, en un intento por hacer que este recobrara la serenidad. "¿Tranquilizarme? ¡Osirio está retrasado!", tronó el jefe, cuyo rostro se enrojecía cada vez más, debido a su intensa ira. "Él ya está en camino, jefe. Por favor, espere un poco más", se apresuró a decir aquel hombre. "¿Sabes dónde está él? ¿Lo has encontrado? ¡Vamos, responde!", bramó el jefe a continuación, mientras lo agarraba por el cuello de la camisa y comenzaba a tirar con fuerza. Los hombres intercambiaron miradas mientras pensaban en cómo lidiar con su irascible jefe. Me di cuenta de que sus secuaces no habían logrado encontrar a Osirio. A decir verdad, no lo culpaba por no haberse presentado. Me imaginé que lo embargaban los mismos sentimientos que a mí. ¿Quién en su sano juicio querría casarse con una mujer a la que nunca había conocido y de la que nunca había oído hablar? Del mismo modo en que yo no quería casarme con él, era evidente que él no quería contraer matrimonio conmigo. Gracias, Osirio, o como sea que te llames. Gracias por no presentarte a la ceremonia. Si él no aparecía, entonces no sería a mí a quien se le atribuiría el fracaso de aquel matrimonio. Yo oraba con inusitada desesperación, pese a que no era una persona religiosa y apenas creía en Dios. Sin embargo, si Dios realmente existía, le rogaba que me dejara regresar a mi antigua vida pacífica, en la tranquilidad del campo. "¡El amo Osirio ha llegado!", anunció alguien. ¿Qué? "¡Maravilloso! ¡Mi Osirio finalmente ha llegado!", exclamó con alegría el jefe, una sonrisa dibujada en su rostro. Pero yo no compartía su felicidad; me sentía condenada por toda la eternidad. ¿Por qué había aparecido? ¿Acaso había cambiado de opinión sobre este matrimonio? Giré tan rápido como me lo permitía mi vestido de novia, pesado y demasiado hinchado, para mirar en dirección a la entrada de la iglesia. La gran puerta de madera se abrió con una dramática lentitud; era como si estuviéramos atrapados en una película. Contuve la respiración mientras esperaba a que mi futuro esposo traspusiera el umbral. Me preguntaba qué aspecto tendría. Si su padre había tenido que llegar al extremo de concertarle un matrimonio, entonces probablemente era tan viejo y feo que, a pesar de su fabulosa riqueza, no conseguía encontrar una novia. "¡Osirio!", exclamó el jefe, emocionado, mientras aplaudía alegremente al ver a su hijo entrar a la iglesia. Aunque yo no sabía qué esperar exactamente, lo que vi fue algo verdaderamente asombroso. Quería saber cómo era Osirio, pero a duras penas podía ver su rostro. Él no entró solo a la iglesia. Para ser precisa, parecía ser incapaz de caminar sin ayuda o soportar su propio peso en ese momento. Dos hombres altos, vestidos completamente de negro y que llevaban gafas de sol, lo sostenían, rodeando sus hombros con sus brazos. ¡Oh, genial! Él parecía estar… ¿inconsciente? Distinguí a un par de hombres que lo arrastraban hacia el interior de la iglesia. Al parecer estaba inconsciente y, por lo tanto, ignoraba lo que sucedía a su alrededor. A medida que los hombres avanzaban con él hacia la iglesia, su figura se hacía cada vez más visible. Aunque su rostro no era claramente visible, pues su cuerpo estaba inclinado hacia delante, la cabeza gacha, me di cuenta de que no era viejo ni feo. Era alto... muy alto. Los dos hombres vestidos de negro que lo ayudaban a desplazarse eran mucho más corpulentos y altos que el hombre promedio, pero el encorvado Osirio era más alto que ellos. Su pelo era rubio claro y era evidente que no llevaba el traje que usaría un novio en su matrimonio. Cuando los dos hombres lo acompañaron por el pasillo (lo arrastraron, hablando con rigor), finalmente la mayoría de los invitados a la ceremonia y yo comprendimos la razón de ello. El desagradable hedor a alcohol que despedía era tan intenso que, seguramente, no había en la iglesia una sola persona que no pudiera percibirlo. Arrugué la nariz, asqueada, e instintivamenta agité una mano a modo de abanico. Osirio estaba ebrio como una cuba. Por la forma en que estaba vestido, deduje que los dos hombres que lo acompañaban lo habían vestido mientras estaba inconsciente. Osirio tenía el torso desnudo, pero alguien le había puesto pantalones blancos, un traje tipo blazer blanco y un par de zapatos de cuero negro. Los músculos de su pecho, bien definidos, y su abdomen marcado, eran claramente visibles a través de la abertura de su chaqueta blanca desabrochada. Así que… ese era mi futuro esposo. A decir verdad, no ofrecía el aspecto horroroso que yo había imaginado. Parecía ser un joven que tenía aproximadamente mi misma edad, alto, de cuerpo armonioso y, suponía yo, bien parecido. Sin embargo, el hecho de que se tratara de un hombre apuesto no me haría desistir de la idea de no casarme con él. Cualquiera que fuese su aspecto, no estaba dispuesta a convertirme en su esposa. Sentí el impulso de preguntar si sería conveniente proseguir con la ceremonia, pues era evidente que el novio estaba inconsciente. Sin embargo, temiendo que su padre me volara los sesos, literalmente, de un disparo, opté por guardar silencio, mientras esperaba a ver qué sucedía después. Los invitados, que en su mayoría eran miembros de la mafia, se pusieron a cuchichear muy bajo. Aunque no pude entender lo que decían, conjeturé algo al respecto. Por lo que había oído antes, supuse que este tipo, Osirio, gozaba de una popularidad dispar entre sus compañeros de la mafia. "Mmm… ¿el novio está al menos consciente?", susurró el viejo sacerdote; había hablado en un tono tan bajo que apenas logré oírlo. Así es… ¡agradezco mucho su observación, sacerdote! --Continuará…

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