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Capítulo 5

"¿Acaso eso tiene alguna importancia?", respondió el jefe con voz retumbante, mientras se paraba frente a su hijo. "Bueno… el voto matrimonial…", susurró, en respuesta, el sacerdote en tono vacilante, mientras sus ojos, de color azul pálido, lanzaban miradas en todas direcciones. ¡Dígaselo, señor sacerdote! Dígale que no podemos casarnos si el novio no está consciente y, por lo tanto, es incapaz de pronunciar sus votos matrimoniales. ¿Sabe él siquiera lo que está pasando? ¿Acaso tendría alguna validez esta ceremonia si él ignora en qué se está metiendo? "Oh… ya veo", asintió el jefe. Observé, sorprendida, la reacción, inesperadamente comprensiva, del jefe de la mafia, mientras este continuaba asintiendo con la cabeza. "Necesita pronunciar sus votos matrimoniales… ya veo… ya veo", continuó murmurando el jefe para sí mismo, como si estuviera reflexionando al respecto. Osirio todavía estaba inconsciente; cualquiera habría creído que estaba muerto. Habría apostado a que si aquellos dos hombres dejaban de sostenerlo, simplemente caería al suelo, inerme *¡Patapum!* Entonces el fuerte sonido de un golpe resonó en el recinto cerrado de la iglesia de mármol. Lancé un grito ahogado, sorprendida, junto con el resto de la multitud, mientras observábamos la escena que se desarrollaba frente a nuestros ojos. De repente, el jefe había golpeado a su hijo con fuerza en la sien con la base de su arma. ¿Lo había matado con ese golpe? ¡Maldición!... estaba sangrando... Estaba tan impresionada que mis ojos se agrandaron y mi boca se abrió. La sien de Osirio estaba sangrando; la sangre manaba de la herida y escurría por un lado de su cara. "¡Despierta, hijo!", gritó el jefe a voz en cuello. Aquel grito fue tan fuerte que tuve que cubrirme los oídos con las manos. Este hombre era un lunático. ¿Había golpeado a su hijo solo para despertarlo? ¡Podría haber apostado a que todos los presentes estaban locos! "…mmm…" De manera sorpresiva, Osirio comenzó a moverse y a hablar, arrastrando las palabras. Observé con asombro cómo Osirio, de repente, levantaba su cabeza, que hasta ese momento había mantenido gacha. ¿Acababa de despertar? ¿Había despertado… así como así? “¡Osirio! ¡Despierta, hijo!", gritaba con insistencia el jefe al oído de Osirio. De repente, este abrió los ojos y miró a su alrededor, somnoliento. Era fácil adivinar que estaba confundido al encontrarse en una iglesia, rodeado de tanta gente. De repente, sus ojos se posaron en mí. Lancé un grito ahogado, asombrada, cuando nuestras miradas finalmente se cruzaron por primera vez. Me encontré observando un par de ojos azules, muy hermosos, mientras él me devolvía la mirada. Yo estaba asombrada, y él, ligeramente confuso. Al cabo de un rato, ladeó la cabeza, confundido, mientras intentaba comprender la situación. Lentamente, apartó a los dos hombres que lo sostenían, mientras se erguía. Era evidente que todavía estaba ebrio y aturdido, mientras se esforzaba por mantenerse firme sobre sus propios pies. "Aparten sus manos…", murmuró en voz baja, sus cejas rubias fruncidas, en señal de molestia. Los dos hombres obedecieron y lo soltaron. Luego, el jefe se aproximó a él rápidamente, ansioso por ver cómo estaba su hijo. Osirio se llevó una mano a la cabeza y palpó la herida sangrante en su sien. Me resultaba sorprendente que nadie le hubiera brindado atención médica. Miró, confundido, la sangre en su mano. "¿Me golpeé la cabeza?", le preguntó directamente a su padre. "No. ¡Te golpeé en la cabeza con una pistola para despertarte! Debes casarte ahora mismo. ¡No es momento para borracheras!", exclamó su padre, en respuesta. Definitivamente, hablar con serenidad no era una de las virtudes del jefe. "Bueno... d*monios...", maldijo Osirio mientras limpiaba la sangre que había caído sobre su chaqueta blanca, tiñéndola de rojo. "Continúe con la ceremonia. ¡No tenemos todo el día!", le espetó el jefe al sacerdote, que temblaba de miedo. Esto no podía estar sucediendo. ¿De veras íbamos a seguir adelante con la ceremonia? ¿Realmente tenía que casarme con ese tipo? Ahora mi cuerpo estaba bañado en un sudor frío, pues era presa del pánico en ese momento. Si me casaba con él, mi vida estaría arruinada, ya que tendría que pasar el resto de mis días rodeada de mafiosos dementes. No… esto no podía ser verdad. El impaciente jefe agarró a su hijo del brazo y tiró de él hacia delante. Vi cómo este se tambaleaba un poco hacia delante, debido a la fuerza del tirón de su padre. Sin embargo, de repente, Osirio se detuvo de manera abrupta, como si algún pensamiento acabara de cruzar por su mente. "…¿Quién es ella?", preguntó, al tiempo que me señalaba con el dedo. "Soy la chica con la que se supone que te vas a casar, pero supongo que no te das cuenta de eso ni de ninguna otra cosa porque estás completamente borracho", grité mentalmente. "¡Tu novia, Osirio!", gritó el jefe; era evidente que estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba. "...ella no es mi novia", declaró Osirio con firmeza. ¡Maravilloso! ¡Qué agradable giro de los acontecimientos! Estaba segura de que ninguna novia parada en el altar esperaría o querría ser rechazada por el novio, pero, en mi caso, sus palabras eran música para mis oídos. "Por favor, rompe este absurdo compromiso para que yo pueda volver a casa con mi abuela. ¡Te lo ruego!", pensaba yo. "¿Qué di*blos estás diciendo?", le gritó entonces el jefe en la cara. "Ya habíamos dejado claro este asunto. ¡Si digo que ella es tu novia, entonces ella ES tu novia!" Hice una mueca ante la escena agresiva que estaba presenciando. Los integrantes de la banda y los demás invitados permanecieron pegados a sus asientos, en completo silencio, mientras observaban aquello. Yo quería volver a casa; en la iglesia hacía frío y pude ver por el rabillo del ojo que mi abuela palidecía cada vez más. Me di cuenta de que no se sentía bien. "¿Cómo...te llamas?", me preguntó Osirio sin rodeos, hablando tan lenta y claramente como se lo permitía el estado en el que se encontraba. Me sorprendió que me hubiera hablado. Sentí sus ojos clavados en mi rostro; las palabras no conseguían atravesar la barrera de mis labios. Él no dejaba de mirarme con los ojos entrecerrados mientras aguardaba mi respuesta. "…Margarita. Mi nombre es Margarita Alfonso", logré decir finalmente, aunque mi voz sonaba temblorosa y carente de emoción. "Elena es la única mujer con la que estoy dispuesto a casarme. Ella no es mi novia", declaró él con vehemencia mientras señalaba en mi dirección. Se liberó del brazo de su padre y se volvió para alejarse. "¿Qué demonios estás diciendo? Elena… ¡Uf!", repuso el jefe en tono de reproche. "¡Sujétenlo!", les ordenó a continuación a sus secuaces, mientras señalaba con el dedo la espalda de su hijo. De inmediato, sus hombres se levantaron de sus asientos y comenzaron a sujetar sus brazos y piernas. Luego, lo forzaron a arrodillarse en el suelo, a los pies de su padre. ¿Y ahora que? Aparentemente, Osirio estaba enamorado de una mujer y tenía la intención de casarse con ella. Yo también estaba perdidamente enamorada de un hombre, pero, por desgracia, él nunca deseó casarse con una mujer como yo… En ese momento se desató el caos, pues los integrantes de la banda luchaban por contener a Osirio, mientras el jefe continuaba gritándole a su hijo. Al cabo de un rato, Osirio volvió a sumirse en un estado de inconsciencia y nadie logró despertarlo. Al final, la ceremonia nupcial debió ser cancelada, lo cual supuso un enorme alivio para mí. Aunque ello no significaba que yo de inmediato me vería libre de la mafia, al menos había logrado pasar un día más sin convertirme en la esposa de Osirio. Me despojé del vestido de novia y luego los hombres de negro nos acompañaron a mi abuela y a mí de regreso a su habitación del hospital. No volví a ver a Osirio ese día. --Continuará…

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