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Capítulo 5

Al volver a la habitación, Alicia se dio una ducha y se cambió a ropa limpia. Fuera del baño, Rafael estaba sentado frente a su escritorio, sosteniendo entre las manos la partitura que ella acababa de escribir. Alicia frunció el ceño, se acercó y se la arrebató de golpe: —¿Qué estás haciendo? La frialdad en su voz hizo que Rafael frunciera el entrecejo. Reprimiendo la impaciencia, fingió ternura y estiró la mano para acariciarle la cabeza: —Llevas medio mes con esta partitura, ¿no? ¿Cómo es que aún no la terminas? Alicia arqueó levemente las cejas. Así que, como ella no la había terminado, Sonia ya estaba impaciente. —Últimamente no he tenido ánimos. Bajó la mirada mientras ordenaba la partitura y la devolvía al escritorio: —¿Por qué de repente te interesa tanto lo que escribo? Rafael le sostuvo el rostro con suavidad, obligándola a mirar sus labios: —Dijiste que componer te ayudaba a tranquilizarte. —El médico también recomendó que escribieras más, para estimular el cerebro y ayudar a la recuperación de tu audición. La miró con una ternura cada vez más marcada: —Sé obediente. Con cuidado, le acomodó los mechones sueltos junto a la sien: —Termina pronto esta partitura. —¿No dijiste que querías conocer a mi hermano? —Cuando la termines, te llevaré a verlo a él y a sus amigos, ¿te parece? Si hubiera sido la Alicia de antes, al oír esas palabras seguramente se habría llenado de alegría. En aquel entonces lo amaba y lo consideraba la persona más importante de su vida; quería conocer a su familia, quería ganarse su aprobación. Pero ahora, lo único que sentía era repulsión. Aun así, para que él no notara nada extraño, fingió entusiasmo: —Claro que sí. Entrecerró los ojos al mirarlo y, poco a poco. Un plan comenzó a tomar forma en su interior: —Dame unos días para terminarla. —Durante estos días no quiero que nadie me moleste. —No hay problema. Al obtener su promesa, Rafael soltó un suspiro de alivio: —Justo estos días ha vuelto una amiga mía del extranjero. Tengo que acompañarla. —Tú dedícate a escribir bien tu partitura. Alicia le sonrió, con una expresión dócil y obediente: —De acuerdo. Su mirada limpia y su rostro delicado hicieron que Rafael se quedara distraído por un instante. Le sostuvo el rostro y, sin poder evitarlo, se inclinó hacia ella. Justo antes de que sus labios la tocaran, Alicia lo empujó con fuerza: —Todavía me siento un poco mal. Quiero descansar un rato. Entonces cayó en la cuenta, como si despertara de un sueño. La molestia por haber sido rechazado se transformó de inmediato en alivio por no haberla besado. —Descansa bien. Tras decir eso, se marchó a grandes zancadas. ... En los días siguientes, ni Rafael ni Carlos volvieron a buscar a Alicia. Sin embargo, a través de las redes sociales de amigos en común, Alicia vio sus movimientos más recientes. Rafael acompañaba a Sonia en la noria, la llevaba a conciertos y le regalaba joyas carísimas, incluso hacía estallar fuegos artificiales por toda la ciudad para verla sonreír. Carlos llevaba a Sonia a escalar montañas, alquilaba un crucero para celebrar con ella y sus amigos en alta mar, e incluso organizó un concurso de canto en su nombre. Al ver todo eso, el corazón de Alicia permaneció en calma, sin la menor ondulación. A dos días de partir de Chicago, Alicia empujó la puerta del despacho de Rafael. Rafael y Carlos sostenían pasteles de distintos sabores, sentados a ambos lados de Sonia, dándole de comer entre risas. —Rafael, ese pastel de fresa está demasiado dulce, ya no puedo comer más. —Carlos, han pasado tantos años y sigues siendo tan torpe, ¡me manchaste la cara con la crema! En la oficina resonaban la voz aniñada de Sonia y las risas indulgentes de los dos hombres. —De verdad, ya no puedo más. Apenas terminó de hablar, Sonia vio a Alicia de pie en la puerta. En sus ojos apareció un dejo de burla: —Miren quién llegó, la compositora sorda y de espíritu inquebrantable. Rafael y Carlos fruncieron el ceño. Al oír a Sonia referirse a Alicia con esas palabras, ambos sintieron una incomodidad instintiva. Un momento después, Carlos miró a Rafael y, con sorna, dijo: —El turno del día es tuyo. Rafael frunció el ceño con disgusto, se levantó del lado de Sonia y caminó despacio hasta Alicia: —Alicia. Adoptó una actitud amable y, sonriendo, la presentó: —¿No decías siempre que querías conocer a mi hermano? Luego señaló con la mano: —Este es mi hermano, Carlos. —Y a la de su lado no hace falta presentarla, ¿verdad? Es la famosa cantautora Susana. Después apoyó el brazo con familiaridad sobre el hombro de Alicia: —Esta es mi novia, Alicia. Alicia reprimió el asco que le subía desde el pecho y sonrió hacia los dos en el sofá: —Mucho gusto. Carlos curvó los labios, con su habitual aire despreocupado, y articuló despacio para que Alicia pudiera leerlo: —Hermano, tu novia es muy bonita, ¿no? Al ver lo burdo de aquella actuación, Alicia se burló por dentro. Pero en la superficie, le devolvió una sonrisa a Carlos: —Qué considerado eres. Sabiendo que no oigo, en nuestra primera reunión ya imitas a Rafael para que pueda leer los labios. Apenas terminó de decirlo, la oficina quedó en silencio. El rostro de Carlos se ensombreció. Apartó la cara y, fuera del campo de visión de Alicia, masculló: —Maldita sea, fue costumbre. Casi se me escapa. Al ver la situación, Rafael se apresuró a cambiar de tema y preguntó con suavidad: —Alicia, ¿a qué se debe tu visita? Alicia le tendió con calma la partitura que llevaba en la mano: —Ya está terminada. —¡Déjame verla! Sonia se levantó de un salto del sofá y le arrebató la partitura. —¡Es excelente! Después de revisarla, no pudo evitar exclamar con admiración: —¡Es incluso mejor que las anteriores! Alicia soltó una risa fría en su interior. Claro que era buena: había pasado varios días adaptándola a partir de una obra famosa de Verónica. —Rafael, te dije que tus preocupaciones eran innecesarias. La pérdida auditiva no afecta su capacidad para componer. Resopló con desdén: —Hazme caso. En unos días finge llevarla a tratamiento y dile al médico que le deje los oídos completamente sordos. —No me basta con quitarle la audición con medicamentos. ¿Y si deja de tomarlos y vuelve a oír? Si escucha, lo del robo de las canciones ya no se podrá ocultar.

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