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Capítulo 5

Adrián se quedó junto a la cama, observando la pálida y dormida cara de Sofía. La expresión decidida que ella había tenido al lanzarse para protegerlo del auto seguía persiguiéndolo sin descanso. Una sensación desconocida, una punzada de dolor ajeno, le mordía el pecho; por un instante, casi extendió la mano para alisar las arrugas del entrecejo de ella. Justo entonces, sonó el teléfono, era Valeria. —Adrián… esos periodistas son horribles… Están en la puerta, preguntando si mi hermana está realmente loca… Yo… Yo no sé qué responder… En circunstancias normales, Adrián habría acudido enseguida a consolarla. Pero esta vez, mientras escuchaba los sollozos al otro lado de la línea, lo que aparecía en su mente no era Valeria, sino la imagen de Sofía cubierta de sangre, sonriéndole aún con el último aliento. Por primera vez, aquel llanto le resultó… irritante. —Valeria —la interrumpió— tu hermana acaba de salir de una cirugía. Necesita descansar. —¿Y a mí qué me importa cómo esté ella? —La voz de Valeria se volvió aguda de pronto—. ¡Adrián, yo soy la que necesita tu protección! ¡Ella es una loca! ¡Una herramienta para allanarme el camino! ¡Reacciona! La palabra herramienta cayó como un balde de agua helada sobre la cabeza de Adrián. Despertó bruscamente. ¿Qué estaba haciendo? ¿Llegó a dudar por culpa de una simple pieza en su tablero? ¿Se olvidó de su promesa hacia Valeria? Que Sofía lo hubiera protegido con la vida… ¿No era la prueba de que su "tratamiento" había sido exitoso? ¿Acaso no era esa "lealtad absoluta" lo que él buscaba desde el principio? Respiró hondo. Cuando volvió a hablar, su voz había recuperado la suavidad fría de siempre. —Perdóname, Valeria. Fue error mío. No tengas miedo. Ahora mismo me encargaré de los periodistas. Colgó. Luego miró a Sofía en la cama, con una expresión difícil de descifrar. Había algo de culpa, pero predominaba una irritación reprimida. No podía perder el control. El plan debía continuar. Se inclinó y le acomodó suavemente la manta. —Sofía —murmuró, sin saber si intentaba convencerla a ella o a sí mismo. —Solo estás… demasiado enferma. La última sombra de duda desapareció de sus ojos; su expresión volvió a ser la máscara fría y calculadora de siempre. El día del alta, sus padres aparecieron juntos, algo raro en ellos. —Sofía, firma esto. —El tono del padre no admitía discusión—. Es un acuerdo de cesión voluntaria. Transferirás los derechos de autor de todas tus obras a nombre de Valeria. Y este otro es para renunciar a cualquier derecho de herencia del patrimonio familiar. Ella miró a Adrián. Él evitó su mirada; su voz era suave, pero helada. —Sofía, sé buena. Valeria necesita esto para consolidar su posición. Tú… tú todavía me tienes a mí. ¿No soy yo a quien más amas? Sofía bajó la cabeza; en el fondo de sus ojos brilló un destello de odio, pero obedientemente firmó su nombre. Esa noche, Adrián la llevó de vuelta a la sala de tratamiento. El lugar había sido reorganizado: la luz era tenue, y el aroma del incienso calmante resultaba casi sofocante. Incluso Valeria estaba allí, sentada en la sombra de un rincón, con una sonrisa de quien espera disfrutar del espectáculo. —Sofía, vamos a realizar la última sesión. La voz de Adrián tenía un poder seductor, casi hipnótico. —Sentirás una paz sin precedentes… Dirás los pensamientos más sinceros de tu corazón… Sofía cerró los ojos obedientemente, pero su mente estaba tensa como una cuerda a punto de romperse. El dispositivo de grabación que había escondido antes en la maceta ya estaba encendido; una pequeña luz roja parpadeaba, casi imperceptible. —Desde pequeña has estado celosa de Valeria, ¿verdad? —Adrián comenzó a guiar. Sofía arrugó la frente, como si resistiera, y finalmente murmuró: —Sí… la envidio… por tener tantas cosas… —Tu talento ya está agotado. Es Valeria quien ha dado nueva vida a tus obras. —Yo… ya no puedo pintar… solo Valeria… puede hacerlo… La voz de Sofía sonaba dolorida, quebrada. —¿Estás dispuesta a entregarlo todo a Valeria? Tu reputación, tu futuro… —Estoy dispuesta… Todo para Valeria… —Sofía parecía una marioneta controlada por hilos invisibles. La inducción de Adrián se volvió cada vez más profunda, intentando destruir su voluntad por completo. La sangre resbalaba por la muñeca de Sofía; era su forma de mantenerse consciente. Su voz, distante y rota, continuó: —Pero… ¿Por qué estoy aquí…? La primera vez… el cuchillo… la sangre… Tal vez porque creía haber ganado, o tal vez para presumir, Adrián siguió su hilo. —Fue porque Valeria necesitaba todo lo tuyo. Desde nuestra primera reunión, todo fue un escenario diseñado por mí. Aquel cuchillo, aquella sangre… eran para hacer que dependieras de mí… En la esquina, Valeria soltó una risa y dijo con orgullo: —Hermana, tu 'salvación' fue un guion que Adrián escribió desde el principio. Cuando tú 'desaparezcas' voluntariamente, yo podré retirarme como una gran pintora y entrar en el mundo de la moda. ¿Quién tiene paciencia para quedarse toda la vida oliendo pintura? Sofía rio en silencio dentro de su mente. El grabador guardó toda esa avaricia y maldad palabra por palabra. Finalmente, Adrián lanzó la pregunta más letal. —Vivir es tan doloroso… ¿Acaso no deseas un descanso eterno? Sofía sabía lo que buscaba: quería inducirla a confesar un impulso suicida. Ella fingió una intensa lucha, respiración entrecortada, lágrimas cayendo, y por fin, con una voz vacía y rota, dijo: —Sí… estoy tan cansada… Quiero… descansar para siempre… Adrián soltó un suspiro satisfecho. Valeria también se levantó, con una mirada despectiva que decía claramente: por fin nos libramos de este estorbo. La "terapia" terminó y Adrián y Valeria se marcharon juntos. Sofía quedó sola en la silla de tratamiento. Poco a poco abrió los ojos. En su mirada no quedaba ni un rastro de confusión o fragilidad. Eran unos ojos claros, lúcidos, terriblemente firmes. Sacó el dispositivo de grabación y lo apretó con fuerza en su mano.

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