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Capítulo 7

Dos días después, la fiebre de Elisa había bajado. Mientras guardaba los medicamentos que debía llevarse al ser dada de alta, su teléfono vibró de repente. Martina le había enviado una larga cadena de mensajes. [Elisa, qué lástima me das. Seguro que aún no lo sabes: el certificado de matrimonio que tienes con Simón es falso. Él nunca quiso casarse contigo, por eso usó un documento falsificado para engañarte. ¿No crees que es un fracaso vivir así, traicionada por el hombre que se supone te ama hasta los huesos?] [¿No eras tú la que siempre pensaba que yo era la tercera en discordia en su relación? Pues te lo digo: Simón ya aceptó ir conmigo a registrar el matrimonio. Mañana te apartará con cualquier excusa y me llevará al Registro Civil para darme un nombre oficial. De ahora en adelante, yo seré la esposa legítima de Simón, y tú… ¡Tú serás la tercera!] Ante la provocación de Martina, Elisa guardó el teléfono con calma, sin que una sola ola se agitara en su mirada. Solo fue a ver al médico que le había practicado el aborto, retiró el embrión del bebé que había sido congelado y se lo entregó al mensajero, pidiéndole que al día siguiente llevara ese regalo ya empaquetado al Registro Civil y se lo entregara a Simón. Después de hacer todo eso, terminó el trámite de alta. Apenas regresó a casa, vio que Simón ya había vuelto y que la mesa estaba llena de regalos que, según él, eran para ella. En el pasado, Elisa se habría puesto muy feliz, creyendo que él la estaba consintiendo. Pero ahora lo sabía: él solo quería compensarla porque se sentía en deuda. Ella apenas les echó un vistazo sin mayor interés, dijo un gracias y quiso volver a su dormitorio. Pero Simón la detuvo. —Eli, el proyecto en el que la empresa está trabajando tuvo un problema y tengo que quedarme para resolverlo. ¿Podrías ir tú sola a Miraflores primero? Ya he arreglado todo allá; habrá alguien que te acompañe en todo momento. Cuando termine aquí, volaré para estar contigo, ¿sí? Elisa, de espaldas a él, dejó escapar una sonrisa amarga. Usaba el trabajo como excusa. Ay, Simón… ¿Acaso aquel tú de dieciséis años imaginó que, a los veintiséis, me tratarías así? —Está bien —respondió sin volverse, con una calma que resultaba estremecedora. Simón se quedó paralizado. Las explicaciones y palabras de consuelo que había preparado se le atoraron en la garganta; por un momento no supo qué decir. Esa Elisa tan decisiva se le hacía desconocida, y aquello le provocó una inquietud profunda. Justo cuando iba a decir algo, Martina le escribió diciendo que se había torcido el tobillo. Simón miró la figura de Elisa de espaldas y, finalmente, solo alcanzó a decir apresurado: —Tengo cosas de la empresa. —Tomó su abrigo y se fue. A la mañana siguiente, al amanecer. De camino al Registro Civil, Simón sostenía el volante con una sola mano, inquieto, con la sensación de que algo grande estaba por ocurrir. Cuando el semáforo se puso en rojo, arrugó la frente, sacó su teléfono y no pudo evitar escribirle a Elisa. —Eli, ¿ya saliste? Hasta que llegó al Registro Civil, Elisa por fin respondió. Era una foto en el aeropuerto y una frase. —Sí, ya llegué al aeropuerto. En cinco minutos despego. Simón, te preparé un regalo. No olvides recibirlo. Al ver ese mensaje, el corazón de Simón se desbocó y sus párpados comenzaron a temblar sin control. Abrió su número y estaba a punto de llamarla para preguntarle qué regalo era, cuando Martina lo tomó de la mano, haciendo un puchero. —Ya casi nos toca, Simón. No estés con el teléfono. Él dudó unos segundos, luchando consigo mismo, pero al final no llegó a presionar el botón de llamada y guardó el teléfono en el bolsillo. Media hora después, él y Martina salieron juntos por la puerta del Registro Civil, con dos recién emitidos certificados de matrimonio en las manos. Justo cuando estaban por subir al auto para irse, de pronto apareció un mensajero en la entrada, llevando un paquete y acercándose directamente a él. —¿Señor Simón? Este es un regalo que la señorita Elisa preparó para usted. Por favor, revíselo en persona. ¿El regalo de Elisa? ¿Por qué había llegado aquí? ¿Cómo podía saber ella que él estaría en el Registro Civil? La mente de Simón se quedó en blanco; sentía que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Con la cabeza hecha un caos, firmó bajo la insistencia del mensajero. Luego, con las manos temblorosas, abrió aquel paquete sellado…

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