Capítulo 11

Eduardo había estado buscando a Isabel durante un mes entero, pero no había encontrado ni la más mínima pista de ella. Había movido todas las redes de contactos que podía activar, y aun así el resultado seguía siendo un vacío absoluto. El pánico se le enredaba en el corazón como una enredadera, apretando cada vez más, hasta casi dejarlo sin aire. En medio de la desesperación, de pronto se acordó de una persona. Lucía. La mejor amiga de Isabel. A la tarde del día siguiente, Eduardo fue directamente en auto a la cafetería que regentaba Lucía. Empujó la puerta y se dirigió recto hacia la barra. Lucía estaba limpiando una taza de café y, al verlo, sus manos no se detuvieron ni un instante. —¿Dónde está ella? Preguntó Eduardo directamente, con la voz ronca. Tenía los ojos inyectados en sangre y la sombra de una barba azul cubriéndole la mandíbula. De su antigua elegancia orgullosa no quedaba ya ningún rastro. Clavó la mirada en Lucía, como un hombre que se estaba ahogando y se aferraba a su