Capítulo 6
Al regresar a casa, Julieta comenzó a organizar de forma meticulosa los documentos de bienes.
Las tarjetas adicionales de Eugenio, las joyas, los títulos de propiedad en fin... Colocó todo sobre la mesa, como si estuviera saldando una a una las cuentas de un sueño absurdo.
Tres días después, Eugenio salió del hospital.
Apareció en la puerta con un impecable vestido de traje, la corbata cuidadosamente anudada, sin que se notara en absoluto que acababa de estar gravemente herido, al borde de la muerte.
—Julieta, últimamente he estado tan ocupado en la empresa que no he tenido tiempo para estar contigo.
Él ocultó con sumo cuidado la hospitalización y las heridas. Se acercó intentando abrazarla, aún con un tenue aroma a desinfectante.
Julieta sabía muy bien que él temía que ella sospechara algo, que no sabría cómo explicarlo, por eso había salido del hospital con tanta prisa para ir a verla.
Pero él no sabía que ella ya había sido testigo de todo.
Había visto cómo él arriesgaba la vida por amar a otra mujer.
—¿Cómo está el bebé últimamente? —Preguntó Eugenio de pronto, posando la mirada en el vientre de Julieta: —¿Has estado tomando la medicina para cuidar el embarazo a tiempo? Me parece que tu barriga aún sigue estando algo pequeña.
Estiró la mano para tocar su vientre, pero Julieta retrocedió de manera instintiva un paso.
—No me siento bien, no me toques. —Respondió ella con frialdad.
Eugenio hizo cara de pocos amigos y llamó a la empleada para preguntar por el estado reciente de Julieta.
Al enterarse de que ella no había estado tomando la medicina, su rostro cambió de forma drástica y fue personalmente a la cocina a preparar la infusión.
—Julieta, sé buena. —Le dijo con la taza de medicina en las manos, con una voz tan suave que casi se derretía: —Por tu bien, tómate la medicina, así cuando nazca el bebé no vas a sufrir tanto.
Julieta miró el líquido oscuro en la taza, a punto de buscar una excusa para evadirlo, cuando sin pensarlo sonó el timbre.
Varios amigos de Eugenio llegaron apresurados.
Al ver la situación, él enseguida le pidió que descansara bien y se llevó a sus amigos al estudio.
En cuanto los pasos se alejaron un poco, Julieta vació la medicina en el fregadero sin dudar.
Justo cuando se preparaba para regresar a la habitación, escuchó ciertas voces acaloradas provenientes del estudio.
—Eugenio, Elena está siendo obligada por su familia a casarse por conveniencia. Ella se negó, por lo tanto sus padres la tienen bajo arresto domiciliario. Piensan hacer la boda pasado mañana, terminar el asunto y que ya no haya vuelta atrás.
Se oyó un "¡clang!" como el de una taza estrellándose en el suelo.
No se supo cuánto tiempo pasó hasta que la voz de Eugenio, primero sombría y luego indiferente, rompió por completo el silencio: —Ya lo sé.
—¿Qué significa eso de que ya lo sabes? —Preguntó preocupado otro amigo.
—Esto significa. —Eugenio respondió con solemnidad: —Que no voy a permitir que se case con alguien a quien no ama.
Al instante, la sala de estudio se llenó de alboroto.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Vas a irrumpir en la boda?
—¡Eugenio, contrólate por tu bien! ¡Ahora tienes esposa, y el bebé nacerá en pocos meses!
—¿Has pensado en lo que dirá la gente sobre Julieta si tú vas a impedir esa boda?
—¿Y cómo crees que podrá crecer tu hijo después de todo esto?
—¿No tienes miedo de que Julieta te pida el divorcio?
En medio de todas esas voces de disuasión, la de Eugenio sobresalió con una firmeza implacable que aplastaba cualquier objeción.
—Yo sabré cómo manejarlo. Esto no llegará a oídos de Julieta.
—¿Y si ella se entera?
Tras unos segundos de silencio, finalmente se oyó su respuesta.
—¿Y si lo sabe? La tranquilizaré y ya. No se preocupen Julieta me quiere demasiado, no puede vivir sin mí.
Julieta permanecía de pie fuera de la puerta, con el rostro pálido.
Sus dedos, casi sin darse cuenta, se posaron justo sobre el pecho.
Aunque seguía sintiendo cierta opresión, ya no le dolía con tanta intensidad como antes.
De repente comprendió que, poco a poco, estaba aprendiendo a soltar ese profundo amor.
De verdad, ya no lo amaba.