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Capítulo 12

Freya Observé las olas rompiendo contra la orilla al mismo tiempo que el viento me revolvía el cabello con violencia. Eran las cinco de la mañana y el sol no había salido todavía, pero había suficiente luz para que pudiera guiarme entre los escombros en la arena.  El lugar estaba a la espalda de mi casa, la verdad no creo que nadie la consideraría una playa porque estaba llena de basura y rocas. No era el lugar más bonito, pero cada vez que me sentía conflictuada, me gustaba venir para ver el amanecer. Lo otro que muchas veces veía cuando estaba aquí eran huellas de lobos. Podrían haberse confundido con las de perros, pero no había ninguno en nuestro vecindario. Estaba segura de que eran de lobo.  Todos sabíamos que había una manada en las áreas frondosas de Maine. Me había dado cuenta de que seguían reproduciéndose porque muchas veces encontraba huellas de diferentes tamaños. Los vecinos estaban asustados de encontrarse con alguno, así que nadie salía después de las diez de la noche, pero a mí me daba igual. ¿Qué podría ser lo peor que podía pasarme? Si me mataban sería un alivio.  A veces me gustaba seguirlas hasta donde desaparecían. Una vez incluso noté que solamente habían venido las crías y no los adultos porque encontré las huellas pequeñas. Los envidié porque pensé en las libres y despreocupadas que eran estas criaturas, algo que yo nunca podría ser.  Los primeros rayos del sol tocaron mi rostro y levanté la mirada para admirar su camino por el horizonte. Respiré profundamente del frío aire matinal, esperando que me diera las fuerzas necesarias para enfrentar otro nuevo día.  Me levanté del bote en el que estaba sentada y regresé a la casa. Tenía que ayudar a Julian a prepararse para la escuela y fingir que mi vida no se estaba cayendo a pedazos.  * Julian estaba enojado con lo que había pasado anoche. Su cara estaba hinchada y sus ojos rojos. Sabía que tenía todo el derecho de haberse molestado conmigo, pero no importaba cuánto lo quisiera, también tenía que disciplinarlo cuando se equivocaba.  Apagué el fuego de la tetera y vertí el agua en los recipientes de los fideos. Los tapé para que pudieran cocinarse. Había solo un huevo en el refrigerador, usualmente se le hubiera dado completo, pero luego decidí que lo dividiría en dos para que compartiéramos.  No sabía cómo mi madre hubiera reaccionado, pero sabía que tenía que ser estricta cuando fuera necesario con Julian, era la única figura adulta que tenía. Sin embargo, pensaba que era algo irónico que alguien que no quisiera vivir, tuviera que darle lecciones de vida a otra persona.  Esperé cinco minutos antes de sacar las tapas y llevar los recipientes a la mesa. Ni bien vio lo que íbamos a comer, la cara de mi hermano cambió completamente.  —¿Vamos a comer fideos? —me preguntó con los ojos abiertos de par en par y me sentí un poco mal. —Sí —le dije con voz suave pero estricta—, come.  Julian inmediatamente comenzó a comerlos, soplándolos antes de meterlos a su boca. Noté lo rojos que estaban sus ojos en ese momento y no pude soportarlo más. Seguramente se había quedado dormido llorando.  —¿Dormiste bien? —le pregunté con los ojos clavados en mi fideos.  —No —respondió con voz un poco temblorosa, levanté la mirada y tenía lágrimas en sus ojos.  —¿Qué pasa? —le pregunté mientras le limpiaba las mejillas—. ¿Está demasiado caliente la comida?  —No —dijo mientras negaba con la cabeza y soltaba un sollozo—, lo siento.  —Yo también lo siento, Julian. No debí haberte gritado de esa manera, pero necesito que entiendas lo siguiente. Me duele mucho tener que decírtelo porque estás muy joven para tener que preocuparte por estas cosas, pero, querido, no tenemos tanto dinero —le dije mientras le agarraba de los hombros suavemente. Realmente deseaba que hubiera una mejor forma de explicárselo, pero no había nada más que hacer. Tenía que ser directa porque solamente tenía cinco años.  —Somos... —Somos pobres —dijo Julian, terminando lo que no había podido mencionar y mirándome fijamente a los ojos—. Lo sé, no debí haberle dado el helado a Molly.  —¿Molly? —le pregunté levantando las cejas.  —Sí —respondió suavemente—, se sienta a mi costado, siempre me da caramelos.  Sorprendida por su confesión, me di cuenta de que mi hermano se había enamorado por primera vez. Sería una adorable situación si no fuera por la situación en la que nos había metido.  —¿Querías darle algo que le gustara? —le pregunté calmada. No había estado realmente enojada con él, solamente decepcionada. Aunque no debería haberlo estado, mi hermano solo tenía cinco años.  —Sí —respondió muy por lo bajo.  —De acuerdo —suspiré besándolo en la frente—. Solo no lo vuelvas a repetir, ¿está bien?  —Sí —asintió y luego continuamos con nuestros fideos antes de que se enfriaran.  —Tengo solo medio huevo —dijo después de unos momentos revisando que yo tuviera la otra mitad. Se la enseñé con mi cuchara.  —¿La quieres?  —Sí —me respondió, pero no lo aceptó cuando quise dárselo—. Está bien, quisiera que lo comieras tú.  —Está bien, esta noche iré al mercado a comprar más comida —le dije con una sonrisa apareciendo en mis labios, contenta con sus palabras.  —En ese caso, ¡mañana ambos podemos comer huevos! —se alegró Julian mientras tomaba su tazón. Me sentí aliviada al verlo animado de nuevo. Quizás podría traerle algo rico de la tienda. Comprar carne estaba fuera de nuestro presupuesto, ¿pero quizás podía traer un poco de pollo o cerdo? Podría preparar una de las recetas de mamá. Creo que todavía tenía su libro de recetas guardado en el almacén.  Comencé a comer de nuevo, feliz como no lo había estado en mucho tiempo, emocionada por el fin de semana que nos esperaba. 

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