Capítulo 5
Elena por fin tenía un día libre y aprovechaba para recuperar el sueño en casa, cuando de pronto recibió una inesperada llamada de Laura.
—¡Eli! Hoy deberías de estar descansando, ¿no?
Medio dormida, Elena le respondió: —Sí estoy descansando.
—¡Ven a mi casa! ¡Tienes que venir a ver esto! No te lo puedes perder.
—Mejor no, sería molestarte demasiado.
—No pasa nada, en serio estoy sola en la mansión. El señor Sergio está muy ocupado, ni siquiera ha venido a esta casa. No tienes que preocuparte por eso.
Al oír eso, Elena se sintió algo tentada.
Si Sergio no estaba, entonces sí podría sentirse mucho más cómoda e ir a visitarla.
Antes de que Elena pudiera responder, Laura ya había tomado la decisión.
—Entonces ya está decidido. ¡Voy a mandar por ti ahora mismo!
Elena no pudo rechazar la insistente y tentadora invitación de Laura. Al final, fue Laura quien mandó un auto para llevarla a la mansión.
La mansión tenía un diseño bastante bonito, con grandes pasillos y una alberca en el medio, todo con un aire de serenidad y completa distinción.
Los sirvientes ya habían dispuesto café y pastelitos en uno de los pasillos, para que, después de pasear, pudieran sentarse allí a descansar un poco mientras veían las carpas nadar en el agua cristalina del lago, disfrutando del delicioso café. Una vida tan relajada como aquella si que le causaba bastante envidia.
Laura tenía una cita para un tratamiento facial, y en un principio quería que Elena la acompañara, pero como a Elena no le gustaban eses tipo de cosas, Laura tuvo que ir sola.
—Si se te antoja algo de comer o de beber, puedes pedírselo a los sirvientes. Si te aburres, también puedes dar una vuelta por los alrededores, pero te advierto algo: es mejor que no vayas al jardín trasero. Ahí hay un perro, es muy agresivo.
—Está bien lo haré.
Elena, muy aburrida, se quedó en el pabellón lanzándole alimento a las carpas. Cada una de las carpas en el lago era bastante gorda; parecía que las alimentaban muy bien.
Después de alimentar por un largo rato a los peces, sin saber qué más hacer, se levantó para dar un pequeño paseo, cuando de repente un perrito Collie corrió hacia ella con entusiasmo.
Por instinto asustada retrocedió un par de pasos. El perro se detuvo obediente a sus pies, levantó la cabeza y la olfateó mientras daba una vuelta a su alrededor.
No se atrevía a moverse, ¡ni un poco!
—¡Guau! ¡Guau guau!
Después de rodearla, el Border Collie levantó la cabeza erguido y le ladró dos veces, luego frotó su cabeza contra la pierna de ella.
—¿Eh…?
¿Y eso? ¿No se suponía que el animal iba a atacarla? ¿Resultó ser un perro tan dócil?
Con esa muestra de afecto por parte del Border Collie, Elena dejó de tenerle miedo. Se agachó cariñosa y le acarició la cabeza suave y esponjosa.
El pelaje del perrito era bastante sedoso y voluminoso, y la sensación al tacto era excelente.
Miró de reojo hacia el jardín trasero. Aunque este lugar estaba cerca, no parecía formar parte del jardín en sí, ¿verdad?
Además, el perro era tan dócil... Seguro no era el perro feroz del que Laura le había hablado.
Pensando en eso, Elena se sintió aún más tranquila y comenzó a acariciarlo con más confianza.
—Cariño, ¿cómo te llamas?
—¡Guau guau!
—Eres muy lindo, cariño.
—¡Guau guau!
—¿Sabes dar la patita?
Y para su sorpresa, el Border Collie extendió su pata.
Elena levantó la mano y la estrechó, suspirando con gran asombro. Definitivamente, este Border Collie no era un perro cualquiera.
—¿Quién te dio permiso para tocarlo?
Una voz aterradora rompió la atmósfera cálida entre Elena y el perro, haciéndola retirar instintiva la mano de inmediato y mirar hacia atrás.
Un hombre venía contra la luz, el sol delineaba su figura alta y erguida. Aunque no podía verle bien el rostro, su presencia era imponente, imposible de ignorar.
—Lo siento mucho.
Elena se disculpó y se levantó enseguida.
Fue entonces cuando por fin le vio el rostro con claridad.
¿Sergio?
¿No dijo Laura que nunca él no estaba? ¡¿Por qué había regresado de repente?!
Ella apretó los labios y casi que pálida desvió la mirada, evitando de esta forma cualquier contacto visual con Sergio.
—¿Te regañé? ¿Y esa cara pues de víctima?
—No...
Elena respondió sin convicción.
Claramente la había regañado, pero no se atrevía a admitirlo.
Sergio aclaró poco a poco sus palabras anteriores.
—¿Te lavaste las manos antes de tocar al perro? Max ya está viejo, por lo tanto es propenso a enfermarse.
—Me las lavé antes de tomar café... —contestó Elena con un poco de culpa, y luego le echó una mirada discreta: —¿Eso cuenta?
Sergio encontró su expresión tan tierna que su tono se suavizó.
—Lávalas otra vez.
—¡Ah, sí, ahora mismo iré!
Elena obedeció sin dudar y fue a lavarse las manos, incluso usó jabón. Después regresó.
Sergio estaba sentado con naturalidad sobre el césped, con una pierna flexionada y la otra estirada, sosteniendo una pelota mientras jugaba con el perro.
Antes de que Elena saliera, el perro le prestaba toda su atención. Pero en cuanto la vio, dejó a Sergio enseguida y corrió hacia ella, brincando con las patas delanteras para saltar y empujando su cabeza contra ella, pidiéndole caricias.
Sergio se quedó pasmado.
Elena se agachó y comenzó a acariciarle la cabeza. Era imposible resistirse a un animal tan entusiasta como este.
De repente, el perro se giró y corrió de nuevo hacia Sergio.
En Sergio apareció por fin una linda sonrisa.
—¿Ya te acordaste de mí?
El perro brincó delante de él, señalando con entusiasmo que le lanzara la pelota.
Sergio lanzó la pelota, y el perro feliz la atrapó en el aire con un salto espectacular.
Elena aplaudió emocionada.
—¡Mucha maravilla, cariño!
Justo cuando Sergio, seguro de sí mismo, pensaba que el perro le devolvería la pelota, este giró graciosamente, caminó directo hacia Elena y le entregó la pelota sin siquiera mirarlo a él.
Sergio: ¿¿¿???
Ah.
El payaso... Era él mismo.
Elena, al recibir la pelota, también se sintió un poco incómoda por esto. Después de todo, el dueño del perro estaba presente. ¿No estaría acaso ella ocupando un lugar que no le correspondía?
Volteó a mirar a Sergio, considerando que debía respetar la voluntad del dueño.
Sergio: —Lánzala como lo hice yo, está bien.
Eso sonaba a aprobación.
Elena imitó enseguida el gesto de Sergio y lanzó la pelota. El perro no solo la atrapaba cada vez, sino que lo hacía con distintas acrobacias, como si estuviera presumiendo sus excepcionales habilidades, como un niño muy orgulloso.
Sergio: —Max es muy reservado con la gente, pero contigo es distinto.
Elena le acariciaba la cabeza con libertad, y el perro sonreía de forma bobalicona mientras se le acercaba por su cuenta.
No parecía en absoluto un perro tímido.
—¿En serio? Yo pensé que era muy sociable.
Sergio, sentado no muy lejos de allí, contemplaba la escena con una mirada apacible.
Todos los problemas del trabajo parecían desvanecerse frente a esa imagen, y su estado de ánimo se alivió de forma considerable.
En un principio, le molestaba que don Luis llevara mujeres a su mansión. Por eso nunca había venido. Pero ese día, al pasar por casualidad, decidió entrar a ver a Max, sin imaginar que se encontraría justo con ella.
Sergio no pudo evitar pensar que, si ella formara parte de su vida, tal vez podría aceptarlo.
Apenas surgía ese pensamiento cuando de pronto una mujer con un vestido de tirantes provocativo y maquillaje impecable apareció caminando elegante sobre el césped. La brisa movía el dobladillo de su vestido, dándole un aire seductor.
—¡Señor Sergio, ya regresó!
Laura corrió hacia él, se agachó a su lado y lo tomó con suavidad del brazo: —Hace un momento estaba ocupada y no salí a recibirlo enseguida. ¿No está enojado conmigo, verdad?
Sergio de inmediato hizo mala cara y, su rostro se tornó serio. Apartó con disgusto la mano de Laura.
—¿Y tú quién eres?
—Soy Laura.
Ese nombre le resultaba bastante familiar a Sergio. Era la chica que don Luis había traído a la casa por decisión propia.
—¿Y ella?
Laura miró a Elena y sonrió mientras le explicaba: —Es una amiga que invité a pasar el día conmigo.