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Capítulo 72

Esa tarde, como Elena no tenía clases, regresó temprano a casa y organizó sus cosas. Luego le envió un mensaje a Xavier para citarlo en una cafetería. Ella llegó con bastante anticipación, pero incluso cuando se cumplió la hora acordada, Xavier seguía sin aparecer. Aun así, Elena no se impacientó y continuó esperando. Casi una hora después, Xavier apareció caminando lentamente. Al verla, no pudo ocultar en sus ojos una expresión de desprecio. Convencido de que su mera presencia ya era suficiente favor, habló con indiferencia. —¿Para qué me has llamado? —Para hablar contigo. —¿Tú? ¿Con qué derecho? —Con el derecho que me da lo que pasó anoche. Una chispa de alarma cruzó por los ojos de Xavier, aunque su sonrisa se mantuvo intacta: —No sé de qué hablas. ¿Ocurrió algo anoche? Había pagado una considerable suma a Carmen para que cargara con toda la culpa. —Quien ordenó a Carmen que me drogara fuiste tú, ¿verdad? —Elena mordió su labio, obligándose a hablar—: Y quien quiso entregarme a ese hombre también fuiste tú, ¿verdad? Cada palabra era como un puñal que le desgarraba el corazón. Durante más de veinte años, había respetado a ese hombre como a un padre. ¿Cómo podía haberle hecho algo así? Xavier frunció el ceño y negó tajantemente. —Por supuesto que no. Acusar requiere pruebas. ¿Las tienes? Elena respiró hondo, obligándose a mantener la calma. Había venido a negociar, no a dejarse llevar por sus emociones. —Si fuiste tú, encontrar pruebas no será difícil. Deberías saber que mi abogado defensor es Alejandro. Conoces su reputación: ya hemos reunido suficiente evidencia contra ti. Presentar cargos sería muy sencillo. Xavier quiso seguir fingiendo, pero al escuchar el nombre de Alejandro, casi se quebró. Ese abogado, famoso por su invicto historial en tribunales, era tan temido que se decía que bastaba con cruzarse en su camino para terminar tras las rejas. Ante un enemigo así, salir indemne era casi imposible. Fuera de sí, Xavier empezó a gritar. —¡Tu abuela está gravemente enferma y tú no haces nada para ayudarla! ¡Nori ha hecho hasta lo imposible para ver al señor Sergio! Aunque no consiguió nada, al menos lo intentó. ¿Y tú? ¿Qué has hecho tú? —¡Tu abuela siempre te adoró! ¡Aunque no me reconozcas como tu padre, no puedes quedarte de brazos cruzados viendo cómo ella muere! —¡Trabajas en un lugar de mala reputación! ¿Qué importa uno o dos más? ¡¿No puedes dejar de ser tan egoísta?! Elena tenía el rostro pálido de manera aterradora. No esperaba que Xavier pudiera decir algo así. ¿Cómo podría no haber hecho esfuerzos por el asunto de su abuela? Solo que, igualmente, no tuvo éxito. ¿Y ahora resulta que es egoísta? Además, ¿por qué tenía que ser ella quien hiciera un sacrificio tan grande? ¿Por qué tenía que ser así? Sin intención de discutir, Elena fue directa: —Si no quieres que te demande, hay una condición. —¿Qué condición? —Devuélveme los manuscritos de mi abuela. —¿Qué dijiste? ¿¡Cómo que devolvértelos!? ¡Esos manuscritos pertenecen a la familia Sánchez! ¡Tú no eres parte de los Sánchez! ¿¡Con qué derecho los reclamas!? Xavier golpeó la mesa con fuerza y, furioso, le señaló el rostro: —¡Te advierto que no sueñes con cosas que no te pertenecen! Elena ignoró sus insultos. Solo recordaba la promesa que había hecho a su abuela: proteger esos manuscritos. Y debía cumplirla. Con voz fría, preguntó: —Entonces, ¿vas a devolverme los manuscritos o prefieres ir a prisión? Tú decides. —¡Elena, ten un poco de dignidad! Ella clavó sus uñas en la palma de su mano, usando el dolor para mantener la lucidez. Con tono firme, dijo: —Te lo preguntaré una última vez: ¿sí o no?

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