Capítulo 97
Elena no tenía escapatoria. Encerrada por Sergio en aquel reducido espacio, solo pudo girar la cabeza hacia un lado.
—No sé de qué estás hablando.
La otra mano de Sergio le sujetó la barbilla, obligándola a mirarlo. Acto seguido, bajó la cabeza y la besó.
El calor de su contacto fue envolviéndola poco a poco, arrastrándola hacia el abismo. De repente, la mano que la sujetaba por la barbilla se deslizó hasta su cintura y, antes de que pudiera reaccionar, sintió que sus pies perdían el apoyo. Sergio la había levantado con un solo brazo.
—¡Ah!
Elena, por instinto y en busca de seguridad, rodeó el cuello de Sergio con sus brazos.
Al segundo siguiente, ya estaba siendo arrojada a la cama.
El colchón era tan suave que su caída no le provocó ningún dolor.
Trató de incorporarse, pero Sergio la empujó nuevamente hacia abajo, sujetando fácilmente sus muñecas y levantándolas por encima de su cabeza.
Desde el principio, Elena no tuvo oportunidad alguna de resistirse.
—¿Qué piensas hacer?
—¿Tú qué crees?
Sergio arqueó una ceja perfecta. La pequeña lágrima en la esquina de su ojo, habitualmente fría y distante, parecía ahora teñida de una peligrosa sensualidad, volviéndola aún más irresistible.
Un beso aún más dominante cayó sobre sus labios, robándole el aliento sin piedad, mientras la mano en su espalda la atraía aún más hacia él.
Elena intentó apoyarse contra el pecho firme de Sergio, pero apenas quedaba espacio entre sus cuerpos.
Los besos descendieron de sus labios hasta su cuello. Ella volvió el rostro, y las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.
—Sergio, no puedes hacer esto...
Sergio alzó la cabeza, sus ojos enrojecidos clavándose en los de ella.
—¿No puedo? ¿Y él sí podía?
—¿De qué estás hablando?
Elena aprovechó el breve respiro para retroceder, apoyándose con los codos en la cama.
Ese movimiento instintivo hirió a Sergio. De inmediato la sujetó de la cabeza: —¿Tan poco te gusto? ¿Tienes que alejarte de mí?
—No es eso... es solo que no deberíamos hacer esto...
—No es como si fuera la primera vez. ¿Por qué tanto drama?
—Yo...
Elena no supo qué responder.
Aquella noche era para ella una herida que apenas comenzaba a sanar, un recuerdo que intentaba enterrar. Y ahora, Sergio había arrancado cruelmente la costra.
Tardó un buen rato en poder hablar. Mordiendo su labio, finalmente dijo: —Lo que pasó aquella noche fue un accidente. No era lo que quería.
Sergio volvió a besarla, intentando arrastrarla de nuevo en su espiral de deseo.
Pero Elena, haciendo un gran esfuerzo, volvió a girar el rostro para esquivarlo.
La voz de Sergio sonó ronca, cargada de emoción.
—Dijiste que también fuiste feliz...
—Solo me estaba engañando a mí misma.
—¿Fue porque no estuve a la altura?
—No... —Recordando aquella noche, Elena sintió que sus mejillas ardían y no se atrevió a mirarlo—. No quiero seguir recordándolo. Por favor, no sigas... Aquello no fue intencionado por ninguno de los dos. No te culpo, pero eso no significa que no me duela...
Finalmente, las lágrimas que había contenido comenzaron a deslizarse por su rostro, cayendo sobre la mano de Sergio.
Ese contacto ardiente le provocó una irritación inexplicable.
Sentía que Elena rechazaba su contacto. Y cuanto más consciente era de ello, más furioso se ponía, más deseaba quebrar esa barrera.
Sin embargo, al verla llorar de manera tan lastimosa, la compasión terminó por imponerse.
En una lucha silenciosa entre impulso y razón.
Sergio finalmente soltó a Elena y se incorporó de la cama.
—No tiene sentido.
—Mañana temprano, ¡quiero que te largues!
Tras pronunciar esas palabras con frialdad, Sergio abandonó la habitación.