Capítulo 5
Cuando María volvió a abrir los ojos, ya estaba otra vez en el hospital.
La voz de Jairo se escuchó a su lado: —¿Despertaste? ¿Cómo es que viniste en ambulancia? ¿Acaso no podías venir tú sola?
María giró lentamente la cabeza y miró al hombre que alguna vez la tuvo en la palma de su mano.
De pronto sonrió, con los ojos enrojecidos: —Me empujó Lorena por las escaleras. Tengo la cabeza abierta, la pierna rota, ¿cómo podría venir yo sola?
El rostro de Jairo se tensó, y enseguida endureció la expresión: —¿Me estás culpando?
Se puso de pie y la miró con frialdad: —Esto es culpa tuya. Si un collar ya se regaló, ¿cómo se te ocurre arrebatárselo? Es normal que Lorena se enojara y te empujara.
María cerró los ojos, sin ganas de discutir más.
El dolor recorría su cuerpo, pero ninguno se comparaba con el del pecho.
En los días siguientes, Jairo iba todos los días al hospital.
Pero siempre estaba distraído, pegado a su celular.
A veces, María alcanzaba a ver, era la ventana de chat con Lorena.
Cada vez que respondía un mensaje, sonreía con ternura, igual que cinco años atrás cuando la cortejaba.
Y en ese instante, María lo entendió todo.
Creyó que Jairo había madurado, que de verdad cumpliría su promesa de amarla toda la vida. Pero la realidad era otra.
Jairo nunca había cambiado. Ella nunca fue la excepción.
Su especial interés en ella no fue más que un poco de novedad.
Cuando esa novedad se agotó, volvió a amar lo mismo de siempre, la frescura y la ingenuidad propias de las chicas de dieciocho años. Nunca fue ella.
El día que le dieron el alta coincidió con su cumpleaños, Jairo le organizó una fiesta de cumpleaños.
En medio del salón, Lorena apareció vestida con un vestido blanco, como una flor pura e inmaculada.
—¡Feliz cumpleaños, María! —Dijo con una sonrisa dulce, entregándole una caja de regalo entre sus manos.
María la recibió con calma, sin siquiera tener interés en abrirla.
Cuando la orquesta comenzó a tocar el vals de apertura, Lorena tiró tímidamente de la manga de Jairo: —Nunca he estado en una fiesta como esta, ¿me enseñas a bailar?
Jairo miró a María: —Primero le enseñaré a Lorena. En tu próximo cumpleaños, tú y yo bailaremos el vals de apertura.
La voz de María fue tan ligera como una pluma cayendo: —No habrá próximo cumpleaños.
Pero Jairo no percibió la firmeza en sus palabras, tomó de la mano a Lorena y se adentró con ella en la pista de baile.
Durante toda la velada, Lorena se pegó a él como una gata mimada.
Le pedía pastel, hacía que le limpiara la boca, fingía que los tacones le lastimaban los pies y se recargaba en él con coquetería.
Poco a poco, Jairo se olvidó por completo de la existencia de María.
Las murmuraciones de los invitados no tardaron en llenar el salón:
—El presidente Jairo con Lorena, esa no parece una simple relación de benefactor y estudiante.
—El viejo amor nunca podrá contra el nuevo.
—Y pensar que creímos que el presidente Jairo había sentado cabeza, resulta que solo fue un paréntesis pasajero.
María no quiso seguir presenciando esa farsa y salió en silencio.
Apenas subió a un taxi, Lorena corrió tras ella, agarrándose de la puerta: —¿Estás enojada, María? Perdón, nunca había asistido a un evento así, no podía separarme de Jairo. Pero hoy es tu cumpleaños, no te vayas, te lo juro, ahora mismo te devuelvo a Jairo.
—Quítate. —María la miró con frialdad y ordenó al chofer. —Arranque.
El carro apenas arrancó cuando Lorena se lanzó frente al taxi con los brazos abiertos.
Al mismo tiempo, Jairo apareció conduciendo desde atrás.
Al ver a Lorena de pie frente al taxi, creyó que María intentaba atropellarla, sus ojos se oscurecieron con furia.
En el siguiente segundo, pisó el acelerador con fuerza, ¡y embistió directamente contra el taxi!