Capítulo 2
Los labios de Alicia temblaban, aún no hablaba y Bruno ya había estallado.
Arrojó con furia el vaso de leche al suelo, los vidrios volaron por todas partes y la leche, helada, le salpicó los pies.
—Pensé que habías aprendido, no esperaba que siguieras igual.
Su voz era tan fría como el hielo, y en su mirada había disgusto y rabia: —Te lo advertí, nunca podría gustarme una chica con la que crecí. No soy un monstruo. Aunque estuvieras desnuda frente a mí, no te miraría ni una vez.
Dicho esto, se dio la vuelta y se fue, con la espalda tan fría como el hielo.
Alicia no se movió, aferrando su ropa con los dedos hasta que se le pusieron blancos.
Sentía la garganta atascada, como si algo le impidiera emitir sonido alguno.
Muy pronto, desde la habitación de al lado, comenzaron a escucharse sonidos sugestivos.
—Bruno, más despacio, que Ali está justo al lado...
Bruno no respondió; solo se oía el sonido húmedo e insistente de los besos, cada vez más ruidoso.
Luego llegaron los gemidos de María, uno más alto que el otro.
Los crujidos del colchón también se intensificaban con cada segundo.
Alicia lo entendía perfectamente, Bruno lo hacía a propósito, era su forma de advertirle, de dejarle claro cuál era su lugar.
Sí, le dolía, pero ese dolor no nacía del amor.
Ese amor se había extinguido por completo durante esos tres años de infierno.
Cuando Bruno la envió a la Universidad de San Eusebio, le había dicho: —Grábate esto, yo nunca te voy a querer.
Y tres años después, ella ya había aprendido la lección. Ya no se atrevía a quererlo.
El dolor venía de aquellas noches interminables, donde siempre escuchaba los mismos sonidos.
Los de otros y los suyos.
Aquellos sonidos la atormentaban como pesadillas de las que no podía escapar.
Entonces se arrodilló en el suelo de la habitación, mirando hacia la Universidad de San Eusebio, y empezó a golpearse la cabeza contra el suelo, una y otra vez.
El sonido sordo de su frente chocando contra el suelo era doloroso y punzante.
—No quiero a Bruno, no lo quiero más...
Repetía como poseída, con la voz ronca, vacía, como si esa letanía fuera la única forma de liberarse del pasado.
A la mañana siguiente, Alicia estaba sentada frente a la mesa, comiendo el desayuno en silencio.
Bruno y María bajaron de la planta alta. El cuello de María estaba lleno de marcas de besos, su sonrisa era brillante y cegadora.
Alicia no levantó la vista, como si nada de eso tuviera que ver con ella.
Cuando terminó de desayunar, se levantó para irse, pero Bruno la detuvo.
—¿Qué te pasó en la frente?
Alicia se detuvo. Su voz sonaba apagada: —Me pegué sin querer.
Sin decir más, se dio vuelta, dispuesta a marcharse.
Ya había tomado una decisión, pasaría esos últimos ocho días encerrada en su habitación, y luego desaparecería para siempre.
La voz de Bruno se alzó de pronto: —¿Por qué tienes una herida tan grave? ¿Acaso otra vez intentaste...?
Antes de que pudiera terminar la frase, María lo interrumpió: —Bruno, no seas tan duro con Ali.
Le sonrió a Alicia: —Hoy vamos a elegir el lugar para la boda, ¿nos acompañas?
Alicia iba a rechazar la invitación, pero Bruno la reprendió con severidad: —¿Ya se te olvidó lo que te dije ayer? ¡Te pedí que te llevaras bien con María!
Alicia bajó la cabeza, su voz era casi un susurro: —Está bien.
Visitaron varios lugares hasta que, finalmente, María decidió que la boda se celebraría en un crucero.
Bruno recibió una llamada a mitad del recorrido y entró al camarote para atenderla.
María y Alicia se quedaron en la cubierta, la brisa del mar soplaba con una humedad salada.
No hablaron en todo el trayecto. Alicia no estaba acostumbrada a estar cerca de nadie y se disponía a alejarse cuando María la llamó.
—Siempre he tenido curiosidad, ¿qué clase de persona sin vergüenza se enamora de su propio tío?
El cuerpo de Alicia se tensó de inmediato, sus dedos se aferraron a la barandilla con fuerza.
María notó su reacción y soltó una risa breve: —¿Te preguntas cómo lo supe? Hace tiempo oí que Bruno tenía una niña a la que mimaba, pero luego la envió a la Universidad de San Eusebio. Investigando, encontré tu absurda historia. ¿Cómo pudiste enamorarte del hombre que te crió?
El rostro de Alicia se tornó pálido, sus labios temblaban ligeramente.
—Yo...
Apenas empezó a hablar, María se giró con una mirada helada: —He amado a Bruno durante años. Ahora que aceptó casarse conmigo, no permitiré que nada ni nadie se interponga. ¿Lo entiendes?
Alicia cerró los ojos. Su voz temblaba: —Lo entiendo, tranquila, me iré.