Capítulo 8
El día que Alicia fue dada de alta, Bruno fue a recogerla junto con María.
María, agarrada del brazo de Alicia, le dijo con fingida amabilidad: —Mañana es mi boda con tu Bruno. Aunque lo del incendio fue realmente una locura de tu parte, no quiero seguir guardando rencor. ¿Qué te parece si dejamos todo en el pasado?
Alicia, con la mirada vacía, no respondió.
Bruno frunció el ceño, su voz cargada de impaciencia: —¿No escuchaste lo que te dijo María?
Pero Alicia seguía en silencio, como si ya no tuviera fuerzas para reaccionar ante nada.
La atmósfera dentro del coche se volvió sofocante, cargada de tensión.
A mitad del camino, Bruno recibió una llamada del hotel: —Presidente, hubo un problema con la decoración, ¿podría venir a revisarlo?
Temiendo que Alicia arruinara la ceremonia como antes, esta vez eligió un hotel para la boda.
Bruno frunció el ceño y desvió el rumbo hacia el hotel.
Una vez allí, bajó del coche y preguntó: —¿Qué problema hubo?
El encargado respondió cortésmente: —Acompáñeme, se lo mostraré en persona.
Bruno asintió y dijo a María y Alicia: —Vayan a descansar. Las alcanzo en cuanto termine.
María sonrió y asintió, arrastrando consigo a Alicia hacia la habitación del hotel.
Ya dentro, María se dejó caer en el sofá con una mueca burlona en el rostro:
—De verdad te admiro. Mañana me caso, ¿y tú sigues aquí sin irte?
Respondió Alicia: —Me iré.
María soltó una carcajada despectiva: —¿De verdad crees que te voy a creer? Tuviste tiempo de sobra para irte. Si sigues aquí, es porque aún sueñas con que Bruno te quiera. ¡Pero eso nunca pasará!
—Él es mi prometido, me ama a mí. Para él, tú no eres más que una carga inútil.
—Y si no tomas la iniciativa, no me culpes por ser yo quien lo haga.
Apenas terminó de hablar, dio una palmada y una multitud de mendigos irrumpió en la habitación.
María, de inmediato, rasgó su propia ropa, despeinó su cabello y gritó con voz desgarradora:
—¡Auxilio! ¡Bruno, socorro!
Bruno, que justo había terminado y se dirigía hacia ellas, escuchó los gritos y corrió hacia la habitación.
Entró de golpe y María se lanzó a sus brazos, llorando con desconsuelo: —¡Alicia trajo a esta gente para que me violaran! ¡Me odia! ¡Quiere arruinarme!
Bruno la miró horrorizado, mientras la ira le subía como una llamarada por el cuerpo, dispuesto a arrasar con todo.
—¡Alicia! ¡Eres incorregible!
Alicia abrió la boca para explicarse, pero él no le dio oportunidad.
Lo dijo fríamente: —Si tanto te gusta la humillación, entonces quédate aquí toda la noche.
Y sin mirarla una sola vez más, levantó en brazos a María y se marchó de la habitación.
Las pupilas de Alicia se contrajeron y su cuerpo se paralizó.
En su mente estallaron los recuerdos de la Universidad de San Eusebio:
El cuarto oscuro, los latigazos, las sonrisas depravadas.
Empezó a temblar sin control, y las lágrimas brotaron sin parar.
—¡Bruno! ¡Sálvame, por favor! ¡No me dejes aquí!
Alicia se arrojó al suelo, intentando aferrarse al borde del abrigo de Bruno, pero él la apartó con indiferencia.
Ella cayó de rodillas, golpeando su frente contra el suelo con fuerza.
—¡Me equivoqué! ¡Te lo suplico, no me dejes aquí! ¡Ayúdame!
—¡No puedo quedarme sola con ellos! ¡Me voy a volver loca!
Su voz desgarrada llenaba la habitación, el llanto mezclado con la sangre que corría de su frente y manchaba el suelo.
Desde que Bruno la había sacado de la Universidad de San Eusebio, era la primera vez que la veía completamente quebrada.
Bruno se detuvo un instante, pero al final no se giró.