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Capítulo 13

Octavia miró la pantalla de su teléfono. Estaba satisfecha con la respuesta de Lucien, que le transmitió Lucas, pero aún así se sentía infeliz. Lucas había dicho que Lucien estaría con ella apenas terminara su reunión. Desde su perspectiva, para el hombre ella era el asunto menos importante. Sin embargo, no se atrevía a quejarse. No quería que descubriera que su personalidad amable era un engaño. La campana sobre la puerta tintineó cuando ella entró a la tienda. Una vez dentro, guardó su teléfono inteligente en su costosa bolsa Gucci. “Bienvenida a vestidos Ez dresses. Esperamos que disfrute su visita”, saludó la joven detrás del mostrador. Con sus rizos anaranjados colgando sobre sus hombros, grandes ojos verdes y una altura que la mayoría de las clientas envidiaban, Quinn era la recepcionista perfecta. Octavia se acercó a la dependienta y el guardaespaldas que Lucien le había asignado la siguió. Ella buscó en su bolsa hasta que encontró la tarjeta VIP, que colocó en el mostrador. “Hola. Mi nombre es Quinn y aunque llevó poco tiempo trabajando aquí, espero que mis servicios estén a la altura de sus expectativas”, dijo la chica con su mejor sonrisa, aunque por dentro m*ldecía por el día que había tenido. "Vine a ver a la señora William", contestó arrogantemente Octavia, ignorando la presentación de la empleada. El labio de Quinn tembló. Durante las últimas dos semanas había lidiado con varios ricachones maleducados, así que la actitud de la mujer frente a ella no lastimó su dañado orgullo. Sin embargo, recordó que alguien se había encerrado con su patrona para hablar, hace menos de una hora, por lo que respondió: "Disculpe, pero la señora William está ocupada. Si ha hecho una cita, iré a informarle. Espere un momento, por favor". Antes de que pudiera señalar la sala de espera, sus ojos se toparon con los de Octavia y bajó la mano. "¿Disculpa?", chilló la pelinegra, con un dejo de amenaza en su tono. Nunca en su vida le habían pedido que esperara y ahora venía una empleaducha a decírselo. Esa fue la gota que derramó el vaso. Se esforzó al máximo para mantener la compostura y una vez que lo consiguió, una sonrisa apareció en su rostro. “Estoy segura de que la señora William no tendrá problema para recibirme en este momento. Después de todo...", dijo, colocando la tarjeta dorada frente al rostro de la empleada. Esa tarjeta era una de la que usaban las personas más ricas del país. Y como pronto se casaría con Lucien, este se apresuró a conseguirle una. Y no solo le había dado la dorada: también tenía la plateada y la negra. Al ver la tarjeta, Quinn se dio cuenta de que nada de lo que dijera le importaría a la mujer y como no tenía ganas de discutir con la clienta, decidió que interrumpiría la reunión de la señora William. Justo cuando estaba por tocar la puerta, esta se abrió y de ella salió un muchacho muy guapo. Su abundante cabello rubio estaba recogido en una coleta desordenada y varios mechones le caían en la cara. Quinn reconoció rápidamente al joven como el heredero del Grupo Langer: Theodore Langer, un prodigio en el mundo empresarial. Recordó lo que le habían enseñado durante la capacitación, así que bajó la cabeza e hizo una reverencia hasta la cintura como muestra de respeto. Theodore no la volteó a ver en su salida, aunque si le dedicó un rápido vistazo a Octavia. Para su fortuna, llevaba lentes de sol y así nadie se dio cuenta del desprecio con el que vio a la mujer. Cuando escuchó que la puerta se cerraba, Quinn se irguió. Sintió la tensión en su cuello. Necesitaba un masaje. “Por aquí señora…”, y enmudeció al darse cuenta de que no sabía como dirigirse a su clienta. Con actitud altiva, la mujer respondió: "Señora Albretch". El apellido le sonaba a Quinn. Había leído algo relacionado con la familia Albretch durante su investigación, pero como no entendía bien el inglés, no pudo leer el artículo. Dejó a un lado sus especulaciones y se volteó con su mejor sonrisa hacia Octavia, señalando la dirección en la que se encontraba el despacho de la señora William e indicó: "Por aquí, señora Albretch". Cada vez que alguien se refería a ella así, Octavia sentía la cabeza ligera. Le encantaba que la gente supiera que era la prometida y próximamente esposa de Lucien. "Señorita, ¡qué gusto verla!", saludó la señora William, levantándose de su silla y acercándose a su clienta para abrazarla. "Supongo que vienes a buscar un vestido a tu medida para la subasta". "Señora William, me conoce tan bien", respondió la mujer con una sonrisa en el rostro. La anciana se rio, esforzándose por mantenerse estoica. No conocía para nada a la mujer frente a ella. Y lo único que sabía es que era una rompe hogares, pero los negocios eran los negocios. “No estaría aquí hoy si no conociera a mis clientes de memoria. ¿Qué elegiremos para ti hoy? ¿Tienes algún diseño específico en mente?", preguntó la dueña del lugar, caminando hacía la sala de estar.   Después de una larga deliberación, Octavia escogió un elegante, pero sensual, vestido rojo. Hizo que le tomaran las medidas para que lo adaptaran a su silueta, pidió que lo enviaran a la mansión de su futuro esposo y se despidió de la señora William. Durante su salida, Octavia le lanzó a Quinn una mirada llena de burla. Sin embargo, en esta ocasión, la pelirroja se mantuvo imperturbable e hizo una reverencia para despedirse de su clienta. Quinn vio a Octavia salir y notó el cambio en su actitud al ver llegar al Rolls Royce negro, al que corrió con los brazos abiertos. Un hombre extremadamente guapo salió justo a tiempo para recibirla y ella enterró su rostro en el pecho del recién llegado. A Quinn el caballero le resultaba familiar y atractivo. ¿Cómo era posible que todos los hombres de ese país fueran tan guapos? Sus pensamientos fueron interrumpidos por una mirada que venía de la pareja. Lucien la veía fijamente. «¿He sido tan obvia?», se preguntó Quinn, quien intentando arreglar la situación, inclinó la cabeza y la mantuvo así hasta escuchar que las llantas se perdían en el asfalto.  Acto seguido se incorporó y se limpió sudor imaginario de la frente. Estaba exhausta por la cantidad de clientes que había tenido que tratar en el día. Sus ojos se posaron en el lugar en el que había estado la feliz pareja. Sus delgados labios se tensaron en una línea recta. Debería tener más cuidado para no hacer enojar a la gente y así poder cumplir su sueño.  ********* Alexandra se sentó en su bañera de hidromasaje. El agua, en la que flotaban pétalos de rosa, le llegaba hasta el pecho. Mantuvo los ojos cerrados mientras su cuerpo era masajeado. La sensación le quitaba el estrés del día. Su relajación se interrumpió cuando su teléfono comenzó a sonar. La rubia soltó un chillido. Se maldijo mentalmente por haber metido al baño su celular. De mala gana se secó la mano con una toalla y agarró el aparato que se encontraba junto a la bañera. El mal humor despareció al darse cuenta del número que la llamaba. “Theo, ¿cómo te fue?", preguntó Alexandra. Antes de que le respondieran, activó el altavoz y se dirigió a la tina, dispuesta a sumergirse otra vez. “Te escuchas animada; ¿por qué no bajas para que te lo cuente en persona?". A la mujer le tomó un momento entender lo que decía su amigo, pero cuando lo comprendió, no pudo evitar sonreír. Rápidamente volvió a salir de la tina, se secó y se vistió con ropa cómoda, pero decorosa. Los sirvientes se sorprendieron al ver a su patrona corriendo como una chiquilla. Al ver a su amigo sentado en la sala, corrió hacia él. A Theo apenas y le dio tiempo de pararse para cachar a su amiga. Ambos se fundieron en un abrazo. Por el impacto, un gruñido escapó de los labios del hombre, seguido por su risa, un sonido que Alexandra amaba. Una vez que recuperó el aire, dijo en broma: "Parece que me extrañaste mucho". "No me dijiste que vendrías", señaló Alexandra. “Decidí sorprenderte. Ya sabes, para compensar tu horrible semana". Ella respondió con una mueca que casi hizo que a él le doliera la panza de la risa. "Como sea. Siempre me da gusto verte", comentó ella, dándole un leve apretón en el brazo. Él le devolvió el gesto y ambos caminaron al estudio de la joven. Al entrar, el olor de papel y la tinta, así como un poco del perfume de lavanda de la dueña, impactó a ambos. Theodore quedó maravillado por la biblioteca de su amiga. En la pared, justo encima de una silla, colgaba la versión original de La noche estrellada, firmada por el pintor favorito de la mujer, Vincent Van Gogh. Pero lo que más le llamó la atención al invitado fue el rincón dedicado al manga, manhwa y manhua. El rubio estaba maravillado por el tesoro frente a él y, de la emoción, un suspiro escapó de sus labios.   Le sorprendía que Alexandra todavía leyera cosas como esas; no porque fueran malas, sino que no esperaba que tuviera tiempo para tal entretenimiento. “Theodore Langer, aléjate de mi colección en este momento”, bromeó la mujer.  Él levantó las manos y se alejó lentamente. Después, se sentó frente a Alexandra con las piernas cruzadas. “Entonces, ¿cómo te fue?”, preguntó ella, al borde de la silla. “Todo salió de acuerdo con tu plan. Una vez que le expliqué a la señora William la situación, se enfureció y accedió a ayudarnos". Al oír esto, Alexandra pegó su espalda a la silla. Se sentía como una ganadora, especialmente porque la señora William preferiría mantenerse al margen de los chismes y conflictos sociales. Sin embargo, como Alexandra... Ariadna había sido una de sus clientas más fieles, rápidamente le cogió cariño. Entre ellas se formó un vínculo de madre-hija que la mayor de ellas reconoció no haber tenido nunca. Y ahora Alexandra aprovechaba al máximo esa relación. En su estudio, lleno de olores familiares, la mujer sonrió ante lo que pasaría. El que Octavia y ella llevaran el mismo vestido a la subasta solo era el inicio de su plan. "Me alegra escuchar eso", confesó ella. Ahora que la tenía frente a él, Theodore se dio cuenta de lo cansada que se veía su amiga. Aunque su piel brillaba más que nunca, tenía unas marcadas ojeras. El rubio conocía a Alexandra desde hace diez años y la única vez que la vio tan estresada fue durante su matrimonio con Lucien y la muerte de sus padres y... ahora que lo pensaba bien, a pesar del estrés que debía sentir, era la primera vez que se veía tan bien en años. "Theo", soltó ella, formando con sus manos una almohada improvisada en uno de los extremos del sillón; su húmedo cabello caía sobre la tela. "Si todo esto sale mal y no puedo retener la presidencia de Grupo Grey... ¿te quedarías... conmigo?". Al ver la vulnerabilidad en el rostro de su amiga, el corazón de Theodore se enterneció. Él sonrió con tristeza e hizo su mejor esfuerzo para que no se notaran las ganas que tenía de e*trangular a Lucien.  Asintió con la cabeza, pero como sintió que eso no era suficiente dijo: “Por supuesto, gatita. Te prometo que pase lo que pase siempre estaré a tu lado".  Alexandra suspiró y una calmada felicidad la invadió al escuchar esas palabras. Y es que en el único en el que podía confiar era su amigo. Theodore era más que un hermano para ella; era su alma gemela, de forma platónica. Con la cabeza a mil por hora, pero relajada por el baño, Ariadna sintió que el estrés acumulado le pasaba factura. Lentamente se deslizó al mundo onírico, confiando en que Theo la cuidaría mientras dormía.

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