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Capítulo 18

Alexandra ya había logrado dejar de pensar en su reciente encuentro con Lucien y ahora se encontraba de pie abrazando su propio cuerpo mientras disfrutaba de la refrescante brisa nocturna. Resultaba sorprendente cómo ella pudo sacar a ese hombre de su mente en tan solo unos pocos minutos, considerando que en el pasado él solía ser todo su mundo. Alexandra suspiró de nuevo y, de repente, notó a alguien acercándose a ella. Al principio parecía estar sorprendida, pero un instante después reconoció que se trataba de Octavia. A pesar de sus mejores esfuerzos, la rubia no pudo evitar que en su rostro se dibujara una sonrisa malvada, pues ella había estado esperándola durante todo este tiempo, y ahora la tenía justo donde quería. Ella se apresuró en borrar la sonrisa de su rostro y adoptó una expresión más fría mientras se daba la vuelta para encarar a Octavia. “Ariadne...”. La rubia no podía soportar el sonido de su antiguo nombre, y era incluso peor cuando era Octavia quien lo decía, ya que ella siempre lo pronunciaba mal. Antes de que esa bruja tuviera la oportunidad de decir otra palabra, Alexandra aprovechó para advertirle con un tono de voz firme e intimidante: “Es Sra. Grey para ti, y que no se te ocurra volver a equivocarte”. Octavia sintió un pequeño golpe en su orgullo, lo que hizo que su perfecta sonrisa de actriz se desvaneciera gradualmente hasta desaparecer por completo. “No esperaba que tú fueras capaz de sorprenderme tanto”, comentó Octavia mientras revisaba una botella de vino que había encontrado en alguna parte junto con dos copas de champán. “Hija de Miguel Grey y directora ejecutiva de Grey Enterprise, la gran Ariadne... No, la gran Alexandra Grey”, agregó y soltó una breve carcajada en la que se podía escuchar todo el desprecio que sentía por la rubia. Ella se tomó su tiempo para examinar cada detalle de la botella de vino antes de mirar a Alexandra con la sonrisa perfecta con la que engañaba a todo el mundo y preguntarle: “¿Quién lo hubiera imaginado...? ¿Quieres un poco de vino?”. Alexandra le echó un vistazo a la botella e inmediatamente la rechazó. Entonces, dio un paso hacia adelante, se cruzó de brazos y, mirándola con los ojos entrecerrados, le preguntó: “¿Qué es lo que quieres?”. “¿En verdad crees que he venido hasta aquí porque quiero algo de ti?”. “Te conozco muy bien, y sé que solo te acercarías a mí con malas intenciones. Así que dime, ¿qué es lo que quieres?”. “Guau, no sabía que tenías esa opinión de mí”, replicó Octavia mientras se daba la vuelta para colocar lo que había traído cerca del estanque antes de volver a dirigirse a Alexandra y añadir: “Pensaba que podíamos tomar un poco de vino juntas... considerando que, ya sabes, tú eres la exesposa de Lucien y yo soy su prometida. ¿O es que acaso eso te parece demasiado inapropiado de mi parte?”. “Claro que me parece inapropiado. Tienes que entender que Lucien y yo ya no tenemos ninguna clase de relación, por lo que te sugiero que dejes de pensar lo contrario. Muy bien, si eso era todo lo que querías decirme, entonces ya puedes marcharte antes de que mi noche se arruine aún más con tu presencia”, se burló Alexandra y volteó a mirar al precioso estanque frente a ella. Esto hizo que Octavia se amargara tanto que cerró los puños con fuerza, pero por suerte había dejado la botella de vino a un costado, porque de no ser así probablemente la hubiera quebrado. A Alexandra realmente no le importaba la forma en la que Octavia estaba reaccionando en este momento, y en su lugar decidió seguir mirando el hermoso paisaje del jardín mientras esperaba la oportunidad perfecta para destruir su imagen por completo. Algo que, teniendo en cuenta la clase de persona que realmente era, no debería tomar mucho tiempo. “¿Qué es lo que piensas que vas conseguir con todo esto?”, preguntó Octavia. La rubia volteó a verla, pero no parecía tener ninguna intención de responderle, lo que en consecuencia molestó aún más a Octavia y provocó que estallara de cólera. “Si en verdad crees que Lucien va a volver a amarte solo porque estás haciendo este tipo de cosas, déjame decirte que estás muy equivocada”, le aseguró con ojos llenos de ira y cerrando el puño con suficiente fuerza como para hacerse daño a ella misma. A pesar de que ella había hablado muy seriamente, la reacción de Alexandra fue completamente distinta a la que esperaba, ya que ella comenzó a reírse con tanta fuerza que su propio cuerpo comenzó a temblar. Pese a esto, ni siquiera ella misma podía comprender por qué se estaba riendo. Y cuando finalmente pudo dejar de reírse, ella se arregló, secó una lágrima imaginaria de su ojo y se dio la vuelta para encarar a Octavia con sus fríos ojos grises mientras la miraba de arriba abajo. “Ay, pobrecita”, dijo Alexandra mientras se acercaba para verla directamente a los ojos, los cuales a estas alturas estaban temblando de la ira, antes de añadir: “¿En verdad crees que todo esto tiene algo que ver con Lucien? No te confundas, él dejó de ser relevante en el instante que me divorcié de él”. Ella volvió a examinar a Octavia una vez más y luego dio un paso hacia atrás y aprovechó para acomodar un mechón de cabello detrás de su oreja antes de seguir explicándole: “Con el tiempo, me di cuenta de que no valía la pena esforzarme tanto por alguien que no se lo merecía. Así que si deseas quedarte con él, es todo tuyo”. Al escucharla, Octavia forzó una risa y también dio un paso hacia atrás para distanciarse de ella antes de responderle: “Me alegra saber que conoces tu lugar. Solo espero que se mantenga de esa forma...”. Alexandra no pudo evitar interrumpirla con su risa. Después, con un destello arrogante en sus ojos y una sonrisa sensual, inclinó la cabeza hacia un lado y le dijo: “Creo que no me has entendido muy bien, me refería a que no tiene sentido competir por ser la esposa del Sr. Albrecht, ya que, a diferencia de otras mujeres oportunistas, a mí francamente no me interesa su dinero. Yo prefiero crear mi propia fortuna antes de convertirme en la mascota de algún hombre”. Ella había atacado una vez más al orgullo de Octavia, haciendo que su sonrisa falsa volviera a desvanecerse, mientras que Alexandra, notando esto, se puso incluso más feliz que antes. «¡M*ldita z*rra!», gritó Octavia en su interior, provocada por todo el odio y la ira que sentía. Pero ella no se permitió a sí misma permanecer mucho tiempo con aquella expresión de derrota, y en su lugar decidió tomar la botella de vino y servir un poco en las dos copas que había traído. “La Sra. Grey es una mujer tan ambiciosa que casi me logra dar envidia. En cualquier caso, ¿quieres un poco de vino?”, preguntó ella, ofreciéndole una copa mientras sonreía majestuosamente. Alexandra la miró y, justo cuando estaba a punto de rechazarla, Octavia le aseguró: “En caso de que lo estés pensando, realmente no he hecho nada malo con el vino”. Pero aun así, la rubia no parecía muy convencida. Entonces, para demostrarle que decía la verdad, ella tomó un sorbo de la botella y añadió: “¿Ves? No está envenenado ni nada por el estilo”. Seguidamente, se acercó a ella y volvió a ofrecerle un poco de vino. Tras aquel acto para ganarse su confianza, Alexandra decidió aceptar su oferta. Pero antes de que pudiera alcanzar la copa, Octavia la levantó por encima de su cabeza y vertió todo el vino sobre su cabello, haciendo que su rizos dorados se tiñeran de color rojo carmesí. “Le pido mil disculpas, Sra. Grey. Con toda honestidad, no pensaba que el vino sería lo suficientemente bueno como para una persona tan refinada como usted”. Alexandra la miró con una expresión tan amenazante que podría haber matado a cualquiera mientras sentía cómo el frío líquido corría desde su cabello hasta su frente. Sin embargo, en vez de sentirse intimidada o asustada, Octavia sonrió de oreja a oreja mientras la veía en ese estado. “La que manda aquí soy yo”. Habiendo dicho eso, y sintiendo como si hubiera ganado la guerra, Octavia se preparó para irse de regreso a la fiesta. Pero tan pronto como se dio la vuelta, ella fue empujada por detrás y cayó dentro del estanque. “¡Aah!”. Alexandra se quedó de pie frente a ella, mirándola desde arriba como la reina que era mientras secaba el vino que tenía en el rostro con sus manos. “Me temo que has olvidado tus modales. Quizás el agua del estanque te refresque la memoria y recuerdes que no eres más que una r*mera de cuarta”.

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