Capítulo 6
Esa noche, Héctor regresó al apartamento con la cabeza vendada.
—Diana, ¿por qué volviste? Deberías haber descansado en el hospital. —Dijo con su tono habitual, como si nada hubiera pasado.
Diana contuvo el dolor y el asco que le quemaban el pecho: —Te cuidé toda la noche. Estaba agotada, vine a descansar un rato.
Héctor se acercó, intentando abrazarla, con una mezcla de queja y falsa ternura: —Mira cómo quedé por ti. Ya no te enojes conmigo, ¿sí?
Mientras hablaba, su mano volvió a deslizarse con intención y trató de besarla.
Diana lo empujó con fuerza otra vez.
El rostro de Héctor se endureció por fin: —¿Hasta cuándo vas a seguir con esto? He intentado calmarte una y otra vez, ¿no te basta?
—¿Cuando estás conmigo solo piensas en eso? —Preguntó ella, con la voz quebrada por la rabia y la tristeza.
Héctor respondió enseguida, fingiendo sinceridad: —Claro que no. A quien quiero es a ti.
Diana lo miró y, de pronto, sonrió. Una sonrisa amarga, con lágrimas corriendo por sus mejillas.
No dijo nada más. Solo lo observó con una mirada helada y vacía.
Bajo esa mirada, Héctor se sintió incómodo y molesto. Finalmente tomó su chaqueta y salió dando un portazo.
Sabiendo que él no volvería esa noche, Diana por fin sintió un pequeño respiro.
Al día siguiente, en la universidad, el presidente del club se le acercó: —Este fin de semana haremos carne asada, tienes que venir.
Diana quiso negarse: —Presidente, yo...
—¡No digas que no! —La interrumpió, bajando la voz. —Y de paso, vas a invitar a tu novio, Andrés. Su empresa es grande, muchos compañeros están por empezar sus prácticas y quieren tener contacto con él, pero nunca tenemos oportunidad. Solo tú puedes hacerlo.
Diana sabía que si le escribía, lo más probable era que Andrés no respondiera, pero el club siempre la había tratado bien. No tuvo más remedio que mandar el mensaje.
Para su sorpresa, el sábado, Andrés apareció.
Solo que no venía solo: Lorena estaba a su lado.
Al verla, Andrés apenas le dirigió una mirada: —Cuando me mandaste el mensaje, estaba con Lorena. Así que vinimos juntos.
El corazón de Diana se contrajo, pero solo asintió en silencio.
Durante toda la comida, Andrés no apartó la vista de Lorena.
Él le servía primero, apartaba la grasa, le preparaba las bebidas y hasta le limpiaba la comisura de los labios con una servilleta. Esa clase de cuidado, Diana jamás la había conocido.
Diana no pudo evitar recordar los últimos dos años.
Como Andrés era un joven acostumbrado a los lujos, siempre fue ella quien cuidó cada uno de sus estados de ánimo, quien recordaba todas sus preferencias y se adaptaba a todos sus hábitos.
Incluso había llegado a creer que él era, por naturaleza, una persona fría y distante.
Hasta hoy, que por fin lo veía con sus propios ojos: no era que no supiera cuidar de alguien o ser atento; simplemente, la única persona por la que estaba dispuesto a hacerlo nunca había sido ella.
Ahora lo entendía: no era que él no supiera ser atento, sino que simplemente nunca quiso serlo con ella.
Diana recordó que Andrés tenía una fuerte obsesión por la limpieza y jamás comía nada que alguien más hubiera tocado.
Una vez, por error, ella le sirvió comida con su propio tenedor, y él había puesto mala cara de inmediato. No volvió a tocar esa comida.
Así entendió que todos los principios y costumbres pueden romperse cuando se trata de alguien a quien se ama de verdad.
Durante la comida, los demás empezaron a jugar a verdad o reto.
La primera en perder fue Lorena, y el castigo era beber tres vasos de licor fuerte.
Lorena apenas mostró una expresión de duda cuando Andrés tomó los vasos y dijo con firmeza: —Ella no puede beber. Lo haré por ella.
Y sin vacilar, se los bebió uno tras otro.
Más tarde, Diana también perdió. Su castigo fue comer una brocheta bañada en una salsa picante extrema.
El picor le hizo brotar lágrimas y toser sin parar. Instintivamente miró hacia Andrés, pero él estaba inclinado hablando con Lorena. No le dirigió ni una mirada, como si no existiera.
El corazón de Diana se entumeció en ese instante.
Luego, todos se agruparon alrededor de Andrés para pedirle consejos, y solo quedaron Diana y Lorena a un lado.
Lorena la miró con una sonrisa llena de burla y triunfo: —Supongo que sigues siendo la novia de Andrés, ¿no? Porque en toda la reunión no te miró ni una sola vez. Estuvo conmigo todo el tiempo.
Diana siguió en silencio, bebiendo agua.
Lorena frunció los labios y dijo con sarcasmo: —No entiendo por qué Andrés estuvo contigo. Lo hiciste fatal. Tus fotos están por todas partes, tu familia no encaja con nosotros. ¿De verdad crees que por ser la diosa pura del campus eres especial? ¿Qué tienes tú que pueda compararse con él?
Diana siguió sin responder, como si no la oyera.
Lorena se irritó por la falta de reacción y estaba a punto de decir algo más, cuando un camarero se acercó para cambiar las brasas del asador. Quizá por un descuido, el plato con las brasas encendidas se inclinó de repente, y los carbones ardientes cayeron directamente hacia el lado donde estaban Lorena y Diana.
—¡Ah! —Gritó Lorena, aterrada.
En una fracción de segundo, Andrés se lanzó hacia ellas, abrazando con fuerza a Lorena y cubriéndola con su cuerpo. Su espalda recibió de lleno el impacto de las brasas encendidas.