Capítulo 3
El calendario señalaba que era 20 de mayo. En este país, esta fecha representaba el amor, por lo que muchas parejas optaban por inscribirse para casarse en este día.
Raquel había estado preocupada de que el ayuntamiento se llenaría en esta fecha. Temerosa de no poder registrarse para el matrimonio en aquel día, le había pedido a un sirviente que llevara sus identificaciones y cualquier otro tipo de documento que fuera necesario al ayuntamiento antes de que abriera. De esta forma, ella y Darío podrían obtener su licencia de matrimonio lo antes posible.
Pero ahora que quería irse de casa, debía pasar primero por el ayuntamiento para recuperar su identificación.
De camino al lugar, la chica comenzó a sentirse un poco extraña, como si su cuerpo estuviera en llamas. Era un sentimiento fuera de lo común que nunca antes había experimentado.
¡Fue entonces cuando se le ocurrió que Lucía la había dr*gado!
Y no solo eso, el efecto de aquella dr*ga parecía muy potente.
Pero si Lucía no había puesto la dr*ga en la sopa, entonces debió haberla puesto en otro lugar. Raquel se había bañado por la mañana y también había bebido un poco de agua. Por lo tanto, hubo muchas oportunidades para que su hermanastra la dr*gara.
Sin embargo, por más que la medicina estuviera surtiendo efecto en ese momento, sería inútil buscar que se hiciera justicia y que le creyeran.
Sabía que tanto su padre como Darío pensarían que era solo otro truco suyo para que ella quedara bien y revirtiera la situación.
¡Nunca antes había notado lo calculadora que podía ser Lucía! ¡Lo maliciosa que era como para tenderle una trampa así!
Raquel era una persona honesta y sin malicia, por lo que no era rival para alguien tan perversa como su hermanastra.
Cuando llegó al ayuntamiento, su cuerpo se sentía débil y sin fuerza alguna. Su pequeño rostro había tomado un color rosa intenso y estaba cubierto con una capa de sudor. Raquel parpadeó lentamente, tratando de enfocar con claridad sus ojos llorosos.
Ingresó al lugar y buscó con rapidez al sirviente de la familia García. Una vez que lo encontró, la chica le pidió que le devolviera su identificación.
"Señorita Raquel, acá tiene también la identificación del Sr. Lorenzo", le dijo suavemente el sirviente.
Pero Raquel no la tomó y, en su lugar, le dirigió una sonrisa fría. "Devuélveselo tú."
Con solo escuchar el nombre de Darío, un escalofrío atravesó el corazón de la joven, por lo que no tenía intención de tocar nada que le perteneciera a él.
La extraña sensación en su cuerpo lentamente se iba volviendo abrumadora. Parecía que Lucía se había empeñado en hacerle perder la v*rginidad hoy.
Pero para Raquel, eso no era gran cosa. Hoy lo había perdido casi todo. Había perdido el amor de su padre, así como el de su prometido. Ahora ya no tenía nada que perder.
Al sentir que estaba condenada a perder su v*rginidad, decidió al menos encontrar un hombre que le gustara para hacerlo.
Aún con la mente abrumada pero decidida, echó un vistazo alrededor del ayuntamiento. Justo en ese momento, entró un hombre por la puerta. Estaba vestido con un traje a la medida que realzaba su figura alta y erguida. Era como si una luz brillara sobre él desde arriba, haciéndolo lucir impecable.
Aquella imagen del hombre iluminó el sombrío mundo de Raquel en un abrir y cerrar de ojos.
Atrás de él, venía otro hombre, quien se inclinó y en voz baja le dijo: “Sr. Enrique, ella no vino."
“Entonces puedes decirle que ya no es necesario que venga”, le respondió Enrique Márquez con calma, pero sus palabras infundieron una especie de presión invisible.
Después de decir eso, se dio la vuelta para irse; sin embargo, Raquel se apresuró a pararse frente a él sin perder tiempo.
¡Tan pronto como había escuchado que la novia de este hombre no había aparecido, decidió que él era el elegido!
Al ser detenido por una mujer desconocida, Enrique bajó los ojos para mirar a la cara a la mujer frente a él. El rostro de la mujer estaba tan rojo como una manzana y sus largas pestañas negras revoloteaban. Se veía encantadora y hermosa. Él la miró con el ceño fruncido, como si estuviera pensando en algo.
“Señor, parece ser que tu novia no vino. En ese caso, tengo un pequeño favor que pedirte”, dijo la chica de forma tímida pero, al mismo tiempo, su joven voz se notaba llena de energía.
“¿Un pequeño favor? ¿Sabes quién soy yo?” Enrique le preguntó confundido mientras analizaba aquel hermoso rostro que lo miraba hacia arriba debido a la diferencia de altura.
"¡Claro que sí! Eres el chófer de Guillermo. Te he visto dos veces cuando lo recogiste”, dijo Raquel con una mirada encantadora en su rostro.
Hace un momento, ella había podido escuchar sobre la ausencia de su novia, pero no había oído quién era él.
El hombre quedó en silencio incrédulo. '¿Chofer? ¿Parezco un chofer?' Pensó sorprendido y, con el ceño ligeramente fruncido, el apuesto hombre bajó la mirada y miró una vez más el rostro sonriente de la joven.
Raquel rió suavemente y dijo: “Pero si me dejara guiar por tu apariencia, pensaría que eres el director ejecutivo de alguna empresa importante. ¡Es una gran pena que solo seas un chófer!”
Enrique levantó las cejas y las comisuras de su boca se curvaron en una sutil sonrisa. Y sin poder evitarlo, una pizca de interés brilló en sus ojos.
"¿Por qué yo?" le preguntó a la chica frente a él. Era tan poco común en él tener tanta paciencia como en ese momento.
"Porque... tú... eres el más agradable a la vista en este lugar." Luego de decir aquello, Raquel casi perdió el equilibrio. Se sentía tan fuera de sí, como si estuviera ebria, y sentía que estaba a punto de desmayarse.
Los ojos de Enrique se entrecerraron al notar el estado en el que se encontraba la joven. Parecía borracha, pero no podía percibir el alcohol en ella. Obviamente, alguien le había hecho algo.
Sin embargo, en el fondo de su corazón, el hombre reconocía con arrogancia y orgullo que ella tenía buen gusto, ya que había acudido a él.
"Así que... ¿puedo?" El efecto de la droga en el cuerpo de Raquel ya había alcanzado su punto máximo. Todo lo que quería en este momento era ac*starse con este hombre frente a ella, pero aun cuando él era un simple chófer, tenía que convencerlo de manera respetuosa.
"Está bien, acepto." Enrique, sin ningún tipo de duda en su rostro, tomó la identificación de la joven y el formulario de solicitud de matrimonio firmado que traía en sus manos. Luego se los entregó al asistente detrás de él. "Hazlo."
El asistente se quedó atónito por un momento, sin saber qué hacer, antes de tomarlos.
Y, después de cinco minutos, Enrique recibió dos copias del acta de matrimonio.
El hombre tomó los documentos, levantó a Raquel en sus brazos y salió del lugar dando zancadas con sus largas y fuertes piernas con dirección a su Bentley, en el que metió a la joven.
“Vamos a casa”, le indicó Enrique al chófer y procedió a cerrar la división entre el asiento delantero y el asiento trasero. La mujer, que todavía estaba en sus brazos, se veía muy mal, por lo que tenía que hacer algo de inmediato.
Miró una vez más las actas de matrimonio que tenía en la mano y una pizca de interés brilló en sus ojos. Parecía gustarle lo que acababa de suceder.
***
Dos horas más tarde, Raquel estaba profundamente dormida en los brazos de Enrique.
Aunque su deseo no había sido satisfecho, no la forzó más.
Ahora que estaban casados y tenían sus licencias de matrimonio, tenían tiempo de sobra para hacer lo que quisiesen en otra ocasión.
Luego de un momento, Enrique notó que aún no habían llegado a la villa de la familia Márquez a pesar de que ya habían pasado dos horas.
Una vez más, levantó la división entre asientos para comunicarse con el chófer y le preguntó: "¿Qué es lo que ocurre?"
"Señor Enrique, hay un accidente de tráfico y el camino está bloqueado. No hay paso. Y tampoco podemos volver porque hay demasiados autos detrás de nosotros”, le respondió el conductor.
El hombre volvió a activar la división entre asientos y dirigió su mirada a la chica entre sus brazos. Tenía los ojos cerrados; sin embargo, habían lágrimas en el rabillo. Estaba llorando. ¡Qué chica tan frágil!
Enrique tomó la identificación de Raquel entre sus manos una vez más. Solo tenía dieciocho años. Eso quería decir que acababa de convertirse en adulta y alcanzó la edad casadera de Indonesia hace poco. No es de extrañar que, aunque parecía tan terca y pretendía estar familiarizada con las aventuras amorosas, todavía derramaba lágrimas cuando lo hacían.
Mientras el hombre examinaba con gran interés el rostro delicado de Raquel, su teléfono vibró de repente. Aquella llamada entrante claramente perturbó el sueño de la joven porque su cuerpo se estremeció de forma inconsciente.
Suavemente se separó de ella, con miedo de despertarla. Luego salió del auto y contestó el teléfono.
En ese momento, todo el camino estaba lleno de personas. Como estaban atrapados en el tráfico, muchos se habían bajado de sus autos para fumar y charlar. Debido a ello, el actuar de Enrique pasó desapercibido para los demás.
Sin embargo, apenas el hombre salió del auto, Raquel se despertó.
La mujer miró a su alrededor mientras se preguntaba dónde podría estar. Luego se sentó, frotó sus ojos y, aturdida, recordó todo lo que había sucedido.
En el ayuntamiento, había detenido a Enrique, el chófer de la familia Márquez, a quien solo había visto dos veces en su vida, y le había pedido que tuviera s*xo con ella.
¿Ya había terminado?
Cuando intentó acomodarse en su lugar, sintió un dolor en el cuerpo, lo que ocasionó que se quejara suavemente. Al parecer, no había sido una buena experiencia para ella en absoluto.