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Capítulo 4

Mercedes llevaba puesta ropa de sirvienta de la casa de los Salazar y, no muy lejos de allí, un niño pequeño había dejado el salón hecho un desastre. Al ver entrar a Diana, Mercedes se levantó del lado de Esteban y sonrió con dulzura. —Señora Diana, ha vuelto. Soy la sirvienta enviada por la casa de los Salazar para cuidar a Luis. Diana instintivamente apretó los labios y hasta le resultó difícil respirar. ¿Cómo se atrevió Esteban a hacer esto? ¿Cómo se atrevió a traer a esas dos personas a casa? Al ver la expresión alterada de Diana, Esteban se apresuró a explicar. —Querida, te envié un mensaje esta tarde, quizá no lo viste. Luis es un niño que mi madre trajo del orfanato, nos pidió que lo adoptáramos. Todo el dolor que ella sentía ya lo había desahogado en aquella sala de reuniones vacía; ahora, en el pecho de Diana solo hervía la ira. ¡Simplemente la estaban tomando por tonta! —¿Esteban, lo hiciste a propósito para herirme? —su voz temblaba, claramente estaba furiosa. Al escuchar esto, Esteban arrugó ligeramente l frente, no esperaba que Diana se resistiera tanto. Explicó algo nervioso: —¡Querida, no te enfades! —Sabes que la familia Salazar no puede quedarse sin heredero y yo te veía tan triste por ese hijo fallecido, por eso acepté la petición de mi madre. —Si no te gusta, haré que se lo lleven de inmediato. Todos sabían que Esteban amaba profundamente a Diana y su principio era que ella siempre estaría en primer lugar. Como ahora, mientras a Diana no le gustara, incluso a su propio hijo lo enviaría lejos sin dudarlo. Pero esa preferencia tan marcada solo lograba que Diana se sintiera repugnada. Ella estaba a punto de decir la verdad de todo, pero Luis hizo un puchero y rompió a llorar. —¡Eres una mala mujer! Papá, ¿por qué estás con esta mala mujer? ¿Ya no me quieres? El llanto agudo del niño hizo que a Esteban le doliera la cabeza; de inmediato le gritó con severidad: —¡Luis, ¿cómo puedes decir esas tonterías?! —¿Y ustedes qué hacen ahí parados? ¡Llévenlo de inmediato a su habitación! Unos sirvientes se apresuraron a acercarse y, torpemente, llevaron a Luis, quien lloraba sin parar, a su habitación. Mercedes, aparentemente nerviosa, empezó a disculparse una y otra vez. —Señor Esteban, todo es culpa mía, por favor no culpe a Luis. Ella miró a Esteban con profunda emoción; el agravio en sus ojos era suficiente para hacer que cualquier hombre sintiera dolor en el corazón. Esteban suspiró y su tono se volvió algo más suave. —No lo culpo, es solo un niño, ¿qué puede saber él? Anda, ve a cuidarlo. Diana presenció todo esto y su corazón se fue enfriando cada vez más. Se soltó de Esteban, directamente subió las escaleras y dejó a Esteban fuera de la habitación cerrándole la puerta en la cara. Él se quedó de pie en la puerta, sumamente frustrado, pero aun así tuvo paciencia para consolarla. —Querida, todo fue culpa mía. Mañana mismo haré que se lleven a ese niño. —Si ya que no quieres que te acompañe, descansa bien por ahora. Cualquier cosa, lo hablaremos mañana. Diana se sentó en el suelo apoyada contra la puerta y al oír los pasos del hombre alejándose, su corazón quedo completamente insensible. ¿De qué servía que él se deshiciera de ese niño? Los lazos de sangre nunca se podían cortar; en realidad, la que debía irse era ella. Diana no respondió y cerró la puerta con llave. Se apoyó sola contra la puerta fría y ya no pudo sostenerse, deslizándose hasta el suelo. Solo sentía un cansancio abrumador. Estaba física y mentalmente agotada. No supo cuánto tiempo pasó hasta que sonó el tono de notificación del teléfono; deslizando la pantalla de forma mecánica, descubrió que era un mensaje enviado por un desconocido. Era Mercedes. [Señora Diana, si echó al señor Esteban de la habitación, no se queje si viene a verme.] Las pupilas de Diana se contrajeron de golpe; se levantó y salió del dormitorio. Una vez afuera vio de inmediato que al fondo del pasillo del segundo piso había una luz tenue proveniente del despacho. La puerta estaba entreabierta y a través de la rendija le llegó la voz seductora de una mujer. —Esteban, me hiciste daño. Él soltó un gruñido con tono lleno de fiereza. —¿Te duele y aun así me sedujiste para que viniera? Ni después de tener un hijo eres capaz de comportarte. En ese instante, Diana sintió como si hubiera caído en un pozo de hielo, toda la sangre de su cuerpo se congeló. No podía creer que Esteban no pudiera esperar ni un poco. Dentro de la habitación todo seguía, Mercedes reprimía sus gemidos. —Vi que la señora Diana te dejó molesto, así que quise sustituirla para hacerte feliz. —No busques excusas para tu propia lujuria, recuerda: si quieres que Luisito se quede en la familia Salazar, no le causes problemas a la señora. Diana no pudo seguir escuchando; ni siquiera supo cómo logró irse de allí. Después de regresar a la habitación, ella fue directamente al baño, se inclinó sobre el lavamanos y, llena de asco, vomitó. No fue hasta que sintió un dolor espasmódico en el estómago que se incorporó lentamente y miró su reflejo desaliñado en el espejo. Las lágrimas de Diana ya se habían agotado hacía tiempo; ella era la hija de la familia Ortiz, debía ser tan orgullosa como siempre y nunca debió encontrarse en una situación así. No sabía cuánto tiempo permaneció en el baño, hasta que amaneció, entonces se levantó lentamente y volvió a acostarse en la cama. Esta vez, lo había dejado ir.

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