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Capítulo 1

Julieta Cisneros, tras elegir con esmero, terminó casada con un hombre que nunca la tomaba en cuenta. El primer año de matrimonio, con cuarenta grados de fiebre, le rogó a Héctor Quiroz que volviera a casa. Diez audios en total, y él no respondió ninguno. En el segundo año, Julieta fue asaltada en el extranjero y estuvo a punto de ser asesinada. Llamó desesperada a Héctor, que estaba cerca. Veinte llamadas, y él no contestó. A los cinco años de casada, su auto falló en la autopista. Embarazada, sufrió una fuerte hemorragia; su vida corría peligro y urgía la firma de su tutor legal. Héctor jamás atendió el teléfono. Julieta firmó sola. Camino al quirófano, sintió que perdía a su hijo, y con él, su corazón se rompió para siempre. Apenas bajó de la mesa de operaciones, corrió al despacho de Héctor con un martillo y destrozó su teléfono. —¡Si no lees los mensajes ni contestas las llamadas, ¿para qué lo quieres! Héctor, imperturbable, permaneció de pie, dejándola descargar su furia. Hasta que, de pronto, el celular roto emitió un tono especial de notificación, que se apagó bajo el martillazo final. En su rostro se dibujó una leve fisura; tomó las llaves del carro y salió a toda prisa. Julieta pidió un taxi y lo siguió. Media hora después, él se detuvo en un exclusivo condominio. Bajo el sol, Julieta vio a una mujer salir del edificio con pasos lentos, sosteniéndose el vientre. Era joven. Héctor se acercó con rapidez. Tras escuchar un breve sollozo de ella, la tomó en brazos con sumo cuidado. —El bebé estará bien, no tengas miedo... El tono de su voz llegó hasta Julieta, que apretó el marco de la ventanilla hasta romperse las uñas y mancharse de sangre. No podía creerlo, su esposo de cinco años sí respondía a los mensajes de alguien. Sí que sabía preocuparse, sí que podía ser tan considerado. Sí había otra mujer, y un hijo en camino. Julieta temblaba de pies a cabeza y, entre lágrimas, soltó una carcajada amarga. Justo el día en que perdió a su hijo, el destino la obligaba a presenciarlo. Aturdida, volvió a casa y se desplomó en la cama. Esa noche, su hijo vino en sueños a llamarla mamá, y ella solo podía pedirle perdón. De repente, un dolor agudo en la muñeca la arrancó del sueño, el niño desapareció y, en su lugar, apareció el rostro helado de Héctor. —El hijo de Isabela murió porque rompiste mi teléfono y no vi su mensaje a tiempo. Dijo con voz serena, apretándole la muñeca con fuerza creciente. Julieta soltó una risa breve: —Mejor así. ¿Por qué mi hijo tenía que morir y el de ustedes vivir? Héctor la miró con una expresión escalofriante. Tras un silencio, se abalanzó sobre la cama y empezó a arrancarle la ropa, casi fuera de sí: —Le debes a ella un hijo. Quedarás embarazada y abortarás para compensarlo. —¡Héctor! Julieta gritó, el corazón tan desgarrado que ya no sentía el dolor. Ella hablaba de su hijo, de su hijo con él, que ya no existía, pero él no escuchaba. En su mundo, aunque estuvieran frente a frente, ella siempre era ignorada, como un mensaje leído sin respuesta. Julieta forcejeó desesperada. Sus dedos tocaron un cuchillo en la mesita; lo tomó y se lo clavó en el pecho a Héctor con furia. Lo odiaba. Quería verlo muerto. Pero Héctor no murió; solo sufrió una herida leve. Julieta fue al hospital con su abogado. Héctor, en una reunión virtual, ni la miró. Cuando trabajaba, nada ni nadie podía interrumpirlo. El tono especial de una notificación sonó. Héctor tomó el celular, lo vio, interrumpió la reunión y empezó a escribir. Julieta alcanzó a ver el nombre en la pantalla, Isabela. Un frío vacío le recorrió el pecho. Así que Héctor sí podía responder de inmediato, al punto de posponer una importante reunión internacional. Estuvieron chateando diez minutos antes de que la conferencia continuara. Una hora después, cuando terminó la reunión. Julieta habló al fin: —Divorcémonos. Quiero una compensación mayor; tú tienes la culpa. Héctor levantó la vista, levemente sorprendido. —El hijo de Isabela no era mío. Entre ella y yo no hubo ni habrá jamás nada físico. Y, cambiando el tono, añadió: —Pero haré todo lo que pueda por ella. Será mejor que no intentes hacerle daño. Aquel brillo de desconfianza en la mirada de Héctor le atravesó el corazón a Julieta: —¿Cuánto tiempo llevan? ¿Por qué hacerme esto? —Un año. —Respondió él, ignorando la segunda pregunta mientras sacaba del bolsillo una foto de Isabela y se la tendía. Luego firmó de inmediato el acuerdo de divorcio. —Espero verte en el Registro Civil dentro de un mes. —Dijo con un tono claramente sarcástico. Julieta no reaccionó. Se quedó mirando fijamente la cartera de Héctor, como si quisiera perforarla con la mirada. En ese lugar jamás había estado una foto suya. Tras un largo silencio, desvió la vista hacia Isabela. Respiró hondo. —Iré. Héctor no creyó que realmente se divorciaría. Quizá se había acostumbrado a que ella siempre lo persiguiera. Durante cinco años, le envió diez mil mensajes. Él nunca respondió. Y aun así, ella aguantó. Pero esta vez, Julieta estaba verdaderamente despierta. Cuando se volvió para salir, Héctor frunció el ceño y la detuvo: —La villa del sur que te gustaba se la di a Isabela. Tiene un bosque que le servirá para recuperarse. Julieta apretó los puños hasta que las uñas se le clavaron en la palma. —Te dije que esa casa era el primer regalo para mi hijo, aunque ya no esté vivo. Silencio. Ella se giró, Héctor, con la cabeza baja, escribía en su teléfono. Su atención ya no estaba en ella. Julieta dejó escapar una risa helada. Después salió de la habitación a paso rápido, como si alejarse de ese lugar pudiera borrar aquella relación fallida. Al llegar a su carro, volvió a sacar la foto y sus dedos temblaron. Demasiado parecida. Isabela se parecía demasiado a la primera novia de Héctor, la que había muerto. Esa mujer a la que él, en realidad, había querido desposar. Cinco años atrás, la familia Quiroz tuvo una crisis financiera. Solo la familia Cisneros estuvo dispuesta a tenderles la mano. A cambio de un lazo matrimonial que uniera a ambas familias. Julieta ya sentía algo por Héctor, y su padre, Nicolás, lo notó. Por eso quiso ayudarla a ser feliz. Cuando ambas familias se reunieron, Julieta se armó de valor y miró a Héctor con los ojos llenos de ilusión. Pero él declaró que deseaba casarse con Elisa, la hijastra de Nicolás, hija de su madrastra Renata. Pero entonces Julieta descubrió que entre Héctor y Elisa había amor. Para Nicolás, no tenía sentido arriesgar la inversión por una hijastra. Retiró de inmediato la propuesta de alianza y aconsejó a Julieta que se alejara de Héctor. —Julieta, solo el amor mutuo da buen matrimonio; de otro modo, sufrirás. Julieta, en un principio, renunció a la idea. Desesperado por salvar a su familia, Héctor le propuso matrimonio en privado. Bastó una sola cena para que ella cayera rendida y olvidara las palabras de su padre. Creyó que el cambio de Héctor era una muestra de afecto. Confiaba en que, con el tiempo, él terminaría enamorándose de ella. La boda, organizada con el apoyo de Nicolás, fue fastuosa. Debió haber sido un recuerdo de pura felicidad. Pero antes de que terminara el banquete, llegó la noticia del suicidio de Elisa, y la alegría se quebró de golpe. Julieta solo recordaba la espalda de Héctor huyendo, los gritos de Renata, los susurros y la mirada compasiva de su padre. La luna de miel fue cancelada. Todo se desmoronó. En los primeros seis meses de matrimonio, Héctor no respondía sus mensajes. Decía que solo atendía llamadas. Después, cuando la familia Quiroz se consolidó con fuerza imparable. Ni siquiera contestaba el teléfono. Era como un agujero negro, Julieta arrojaba en él sus alegrías y tristezas sin obtener el más mínimo eco. Al borde del colapso, ella lo enfrentó. Héctor le mostró el historial de mensajes del día de la boda. Elisa le había enviado un texto antes de quitarse la vida, pero él no lo vio porque Julieta lo retenía para brindar. Por eso, él se odiaba, y también la odiaba a ella. Ahora Héctor tenía a una sustituta que le recordaba a Elisa, y trataba a Isabela mucho mejor de lo que jamás trató a Julieta. Sacudida por el recuerdo, Julieta arrugó la foto y la lanzó. Luego se miró en el retrovisor. Rostro apagado, cabello enmarañado, desordenado. Parecía una loca. Durante cinco años se había aferrado a Héctor sin querer soltarlo. Cuanto menos le respondía, más mensajes enviaba, como si pudiera forzarlo a reaccionar. Y en ese intento, solo consiguió destrozarse a sí misma. Incontables colapsos, arranques de ira y luego, en soledad, intentos de recomponerse. Julieta sacó el teléfono y marcó un número que no había llamado en cinco años. —¿Aún vale la promesa que me hiciste hace cinco años?
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