Capítulo 2
Cuando se casó, hubo un hombre que intentó disuadirla.
Ella le habló de amor; él, en cambio, le habló de sexo.
—Héctor es demasiado aburrido. Créeme, en la cama será igual de soso. Y tú necesitas una llama.
Julieta sonrió: —¿Y tú eres esa llama?
Ricardo alzó una ceja, sin confirmar ni negar.
—Julieta, apuesto a que en cinco años estarán divorciados. Si gano, primero me consideras a mí.
—Sigo soltera, así que, por supuesto, vale.
La voz familiar de Ricardo al otro lado de la línea devolvió a Julieta al presente.
—Dentro de un mes me divorcio, pero no busco amor; solo quiero un hombre con quien divertirme, dejarme llevar.
Ricardo soltó una carcajada.
—¡De acuerdo, preciosa, yo juego contigo!
Colgó el teléfono y Julieta regresó a casa para alistarse, al día siguiente sería el aniversario luctuoso de su madre.
Cada año, Nicolás le daba gran importancia a esa fecha.
Cuando padre e hija se encontraron al día siguiente, Héctor no estaba presente. El rostro de Nicolás se endureció.
—¿Otra vez no puede venir? ¿Ni una hora puede sacar?
Julieta se aferró a su brazo y, fingiendo ligereza, sonrió:
—Papá, vamos a divorciarnos. Lo propuse yo.
—Que venga o no ya no importa.
Nicolás la miró un largo momento, luego le acarició la cabeza: —Cortar a tiempo es lo mejor. Hiciste bien.
Los dos encendieron un incienso ante la foto de la difunta madre y fueron a la cocina a preparar los platillos que ella solía disfrutar en vida.
Apenas terminaron de poner la mesa, los padres de Héctor irrumpieron. Catalina, sin decir nada, abofeteó a Julieta.
—¡Nicolás! ¡Vaya hija criaste! Mete a Héctor al hospital y ni lo cuida. ¿Eso es ser esposa?
Julieta reaccionó enseguida. Dio un paso al frente para proteger a su padre y, sin vacilar, devolvió la bofetada a Catalina.
Luego le arrebató el teléfono y llamó a Héctor.
Sonó una vez y él contestó de inmediato.
Qué rápido.
Julieta dejó escapar una risa helada: —Tus padres vinieron a hacer un escándalo en mi casa. Ven a llevártelos. Hoy es el aniversario de la muerte de mi madre.
La voz de Héctor sonó tan fría como siempre: —Aún no puedo salir del hospital.
—Héctor, ¿cuál de los dos sofás te parece mejor para la villa que me regalaste? Siéntate un momento y dime tu opinión.
En el fondo del teléfono se oyó la voz melosa de Isabela.
Estaba por responder, cuando oyó a Héctor decir: —Ahora no puedes comer nada frío.
Después, la llamada se cortó.
Julieta bajó los ojos como una estatua.
Catalina se burló: —¿De verdad crees que, después de golpearte, va a ayudarte? ¡Jamás te ganó el corazón en cinco años!
Mientras hablaba, con gesto arrogante, volcó de un manotazo todos los platillos de la mesa.
Los fragmentos de platos golpearon el retrato de la madre de Julieta, que cayó y se hizo añicos.
Julieta sujetó a Nicolás, que temblaba de rabia, mientras miraba a sus suegros, a quienes respetó durante cinco años.
—Antes los soportaba porque me importaba Héctor. Ahora, ni siquiera él me importa, ¡mucho menos ustedes!
Dicho esto, salió con dos guardaespaldas y condujo directo a la Casa Quiroz.
Mientras ellos se encargaban de que nadie la molestara, Julieta, con un bate de béisbol en la mano, comenzó a destrozar desde la sala hasta el vestidor favorito de Catalina.
Entre los gritos desgarrados de Catalina, que veía sus joyas hechas pedazos, Héctor entró de un salto y le sujetó el brazo.
—¿Ya terminaste de hacer tu escándalo?
Julieta, jadeante, lo miró a los ojos y sonrió:
—Ahora sí tienes tiempo. Llegaste en menos de quince minutos.
Lo empujó con fuerza, soltó el bate y se dirigió a la puerta.
Allí, una mujer se asomaba con timidez. Al verla, se apresuró a disculparse: —Lo siento de verdad, fui yo quien demoró a Héctor. Él no quiso ignorarte...
Julieta ni se molestó en responder.
Al pasar junto a ella, Isabela retrocedió una y otra vez, hasta caer sentada en el suelo.
—¡Ay, me duele el vientre!
—¡Isabela!
Héctor corrió a sostenerla, su cuerpo rozando el de Julieta.
No fue el empujón lo que la derribó, sino un espasmo en el vientre que la dobló de dolor.
Todo se volvió oscuro ante sus ojos, y terminó arrodillándose en el suelo.
Apoyada con dificultad, vio a Héctor cargando a Isabela con ternura desbordante.
El rostro de Isabela, sonrosado y bien cuidado, no mostraba señal alguna de dolor.
Al escuchar el ruido de Julieta al caer, Héctor frunció el ceño: —¿Ahora quieres fingir para culpar a Isabela y hacerte la víctima?
Catalina soltó una carcajada.
Julieta también sintió deseos de reír.
Ella, la hija mimada de Nicolás, ¿cómo había llegado a rebajarse tanto por este matrimonio?
Apoyándose en el marco de la puerta, se incorporó lentamente, los dientes apretados.
Catalina la observó con frialdad:
—Isabela es de carácter apacible. Es perfecta para Héctor.
Julieta asintió con una sonrisa helada: —Claro. Una familia que vive a costa de la mía y ni las gracias sabe dar, solo merece una nuera sacada de un centro de masajes.