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Capítulo 8

Sandra, cubierta de heridas, regresó a su casa. No salió ni al jardín ni al pasillo, y pasó todo el día en su habitación empacando todas sus pertenencias. Después de empacar todo, volvió a buscar al agente inmobiliario. Hace algunos años, sus padres se fueron a vivir al extranjero para desarrollar el mercado internacional. Ella, por Ricardo, se quedó sola en el país, y sus padres le dejaron esta casa para que la habitara. Deseando cerrar ese capítulo de su vida lo más pronto posible, vendió la casa a un precio muy bajo. Después de completar todos los trámites correspondientes de la transferencia de propiedad, cuando Sandra llegó a casa, ya había oscurecido. La luz del farol de la entrada estaba apagada, como si hubiera un corte de energía. Sandra no podía ver con claridad el camino. Estaba a punto de sacar su linterna cuando, de pronto, a unos diez metros de distancia, un auto encendió sus faros. La luz la deslumbró por completo. Entrecerrando los ojos y mirando hacia arriba, vio que el auto iba directo hacia ella. Se escuchó un golpe ensordecedor. La distancia era demasiado corta para tratar de esquivarla, y fue atropellada con violencia. Salió disparada por el aire y cayó al suelo con un golpe seco. La sangre fluía sin cesar. Sentía como si sus órganos internos se hubieran destrozado, el dolor era tan intenso que le costaba respirar. Su cuerpo parecía estar siendo desgarrado; convulsionando y temblando en el charco de sangre. Su mente estaba confundida, y la escena del accidente se repetía una y otra vez en su cabeza. Sandra reconoció con claridad al conductor: ¡era Antonio, el exnovio de Valeria! Pero, aunque sabía quién era el culpable, no podía hacer nada. Su conciencia se desvanecía poco a poco. En su estado de seminconsciencia, vio que un auto se detuvo a su lado. La puerta del auto se abrió, y Ricardo apareció en su campo de visión. La imagen de él corriendo desesperado con rapidez hacia ella fue lo último que vio antes de perder el conocimiento. El rugido del motor resonaba en sus oídos, seguido por el bullicio de las voces y el sonido estrepitoso de los aparatos médicos. El olor a desinfectante se esparcía entre su nariz, estimulando así sus nervios. Recuperó un poco de conciencia y, con dificultad, entreabrió los ojos. Vio a los profesionales de la salud discutiendo de manera acalorada entre ellos. —Ya está todo listo para la sala de urgencias, señor Ricardo. Procederemos cuanto antes con la reanimación de inmediato. Ricardo estaba frente a ella. Su expresión era compleja y, al mirarla, habló con un tono aterrador. —Esperen para reanimarla. Valeria está herida y está esperando, primero, sáquenle sangre. Al escuchar esa petición, los médicos se quedaron asombrados. —Pero la paciente está gravemente herida. Si no la operamos enseguida, podría sufrir secuelas permanentes. Ya ha perdido demasiada sangre y, si además le extraemos más, su vida estará en serio peligro. —El único motivo por el que la traje al hospital es solo para salvar a Valeria, así que no me importa el riesgo que corra su vida. Lo único que quiero es que Valeria esté bien. Lo demás no me interesa, la operación debe ser retrasada. Puedo firmar la notificación de gravedad, soy su esposo. Cada una de sus palabras, fueron como cuchillas, que le perforaban el pecho, causándole un profundo dolor. Vio, impotente, cómo la aguja para extraerle sangre se clavaba en su brazo, y con ello, la última pizca de fuerza que le quedaba se iba desvaneciendo con lentitud. La sensación de agotamiento y dolor físico se apoderó de ella, y en su mente volvió de nuevo a asomarse la idea de la muerte. Poco a poco, sus ojos se cerraron y, en su débil estado, escuchó el suspiro lleno de lástima de una enfermera. —El esposo no salva la vida de su esposa, pero quiere extraerle sangre para salvar a otra mujer. Qué descarado, parece que no queda nada de amor en él. Si ella despertara y supiera todo esto, seguro se arrepentiría de haberse casado con ese tipo. Una lágrima de Sandra rodó desde la esquina de su ojo, deslizándose por su cabello, sin que nadie lo notara. Antes de perder por completo la conciencia, solo quedó fija una última idea en su mente. En verdad, se arrepentía. Se arrepentía de haberlo conocido, de haberse casado con él, de haber sido tan terca durante tantos años. Se arrepentía de haber amado con el alma a Ricardo.

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