Capítulo 6
Ella bajó la mirada, evitando verlo, con un tono de voz tan indiferente como si simplemente estuviera diciendo que no tenía hambre. Manuel se quedó de pie junto al sofá, observando su cabello negro azabache, con una mezcla de emociones difíciles de describir.
Flavia realmente había cambiado. Antes, si él tenía el más mínimo malestar, ella era la primera en preocuparse, mucho más que cualquier otra persona. Pero ahora, parecía completamente indiferente, como si él no fuera más que un extraño.
¿Acaso seguía molesta porque la había dejado plantada aquella mañana en la playa?
El descontento le hervía en el pecho. Se llevó una mano a la frente, intentando contener su irritación y decidió cambiar de tema.
—Ve a arreglarte y cámbiate de ropa. Dentro de un rato hay una reunión familiar, vendrás conmigo.
Al escuchar esas palabras, ella finalmente levantó la vista para mirarlo. Pero en su mirada no había sorpresa ni alegría, como él esperaba, sino desconcierto.
Era lógico. Llevaban tres años de casados y, aparte de haber ido juntos a firmar el acta matrimonial, Manuel no le había dado nada más. No hubo boda, tampoco la presentó con su familia. De hecho, las reuniones mensuales de los Santos eran un evento al que él jamás la había llevado.
Y la razón, ella la había descubierto por casualidad.
Aún recordaba aquella noche, en su primer aniversario de bodas. Había ido a buscarlo con la intención de preguntarle si lo pasarían juntos, pero, sin querer, terminó escuchando una conversación entre él y sus padres.
—Manu, ya llevas un año casado. ¿Cuándo piensas traer a tu esposa para que la conozcamos? Tenemos listo el relicario familiar para entregárselo. Aunque la familia de esa muchacha no sea gran cosa, con tal de que te ayude a olvidar a Valentina, todo vale la pena.
A través del celular y la puerta cerrada, las voces de los señores Santos sonaban algo amortiguadas, pero la respuesta de Manuel fue tan clara y fría que no dejó lugar a dudas, —Es un matrimonio por conveniencia. No hay necesidad de que la conozcan.
Las palabras bastaron para dejar claro lo que él pensaba de ella.
Desde dentro de la habitación, la voz de su madre, Alicia Delgado, continuaba, —¿Aún no puedes olvidar a Valen? Yo pensé que casándote…
—Lo intenté, pero no pude olvidarla.
La llamada terminó con un suspiro de Alicia. Flavia cerró la puerta con cuidado y se alejó en silencio, como si nunca hubiera estado allí.
Aquel día, aceptó que jamás pondría un pie en la antigua residencia de los Santos. Y ahora, después de darse cuenta de que había apostado por la persona equivocada y cuando estaba decidida a marcharse, ¿él venía a decirle que la llevaría a conocer a su familia?
—No, gracias. —Negó con la cabeza, rechazando su propuesta en voz baja.
Esta vez, Manuel ya no pudo contenerse. Frunció el ceño y le reprochó con visible molestia, —¿Qué te pasa últimamente? No importa lo que te proponga, siempre me dices que no. ¡Tú antes no eras así!
Su tono se fue elevando, dejando entrever su frustración. Fue entonces cuando Flavia recordó cómo solía ser: siempre complaciente, nunca negándole nada. Guardó silencio unos segundos, temiendo delatarse, y al final, para no levantar sospechas, accedió a acompañarlo a la casa de los Santos.
La distancia entre la mansión y la casa familiar no era mucha, así que el carro llegó rápidamente. Al cruzar la entrada, incluso antes de pisar el salón, a través del vidrio pudo ver que ya había alguien allí.
Valentina Solís.
Ella conversaba animadamente con Guillermo Santos y Alicia Delgado. En sus manos, Alicia sostenía un brazalete de jade verde, que intentaba colocar en la muñeca de Valentina con una sonrisa llena de ternura. Apenas vio la escena, el rostro de Manuel cambió sutilmente. Bajó el tono de voz y explicó con seriedad, —Valen y nuestra familia han sido amigos de toda la vida. Por eso la invitan a las reuniones…
Mientras hablaba, giró la cabeza para observar la reacción de Flavia, pero lo que vio lo dejó desconcertado. Ella, sin inmutarse, simplemente se cambiaba los zapatos, con una expresión serena y, para su sorpresa, hasta con una ligera sonrisa en los labios.
—No tienes que darme explicaciones.
Manuel se quedó sin palabras. No esperaba una reacción así. Su mirada reflejaba incredulidad cuando, justo en ese momento, Valentina se acercó, —Manu, tu papá y Alicia te están esperando en el estudio. Dicen que tienen algo importante que hablar contigo.
Él quería decir algo más, pero se vio interrumpido. Asintió con la cabeza y justo cuando iba a tomar a Flavia para llevarla con él, Valentina se adelantó y lo detuvo, —Guillermo y Alicia pidieron que vayas solo.
Apenas la silueta de Manuel desapareció en la esquina, Valentina levantó la mano y la agitó frente a Flavia, con una sonrisa de triunfo pintada en el rostro.
—¿Sabes qué es esto? —dijo, alzando ligeramente la muñeca para que el brazalete de jade verde brillara bajo la luz, —Es el legado familiar de los Santos. Alicia me lo puso con sus propias manos y me dijo que ahora que estoy de vuelta, Manu por fin está completo. Qué curioso, ¿no? Tantos años y hasta ahora me entero de que siempre le gusté.
Sus ojos estaban fijos en Flavia, ansiosa por captar cualquier rastro de dolor o tristeza en su expresión. Sin embargo, para su sorpresa, el rostro de Flavia permaneció imperturbable. Ni siquiera se molestó en mirar el brazalete, como si aquel objeto no tuviera la menor importancia.
Simplemente esperó a que Valentina terminara de hablar y, con una leve sonrisa en los labios, la miró con una calma que resultaba casi inquietante. Su voz sonó suave, pero con un matiz que hizo titubear a su interlocutora, —¿De verdad no lo sabías?
—¿Qué cosa? —preguntó Valentina, confundida por la pregunta inesperada. Flavia inclinó ligeramente la cabeza y continuó, su tono era pausado, como si estuviera explicando algo obvio, —Tú y Manuel crecieron juntos, fueron inseparables desde siempre. La forma en la que te miraba, el amor en sus ojos… cualquiera podía verlo. ¿De verdad… nunca lo notaste?