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Capítulo 19

—Está bien. Gracias por el esfuerzo y que tengas un buen día —dije repitiendo las mismas palabras para luego colgar la llamada. Después de dejar el club, aún tenía unos ahorros que alcanzarían para pagar mis cuentas por unos meses, pero sabía que debía encontrar un nuevo trabajo con prontitud. El dinero restante que había ahorrado estaba destinado para mi bebé y para la guardería donde lo dejaría hasta que pudiera encontrar otro trabajo luego de su nacimiento. Encontrar un trabajo adecuado después de haber abandonado la universidad fue definitivamente tan difícil como esperaba y la verdad parecía que no iba a lograr nada. Cada vez que aplicaba para un trabajo, tenía que escuchar la misma frase: «No cuentas con la educación suficiente». Hubo momentos en los que la posibilidad de entregar a mi bebé en adopción sonó tentadora, pero sabía que no podría lidiar con ese dolor. Sin embargo, no podía criar a mi bebé estando desempleada. Bloqueé a Lucas y no contesté ninguna de sus llamadas. Devolví educadamente cada uno de los cheques que llegaban a mi puerta al mismo hombre que me los entregaba. Todavía me confundía la razón por la que Cristian me seguía enviando cheques cuando me había dejado en claro que no quería tener nada que ver con el bebé. Necesitaba dinero, pero no quería su dinero. Quería que mi hijo fuera amado y, si aceptaba esos cheques, sabía que no podría verlo a la cara cuando naciera. Cuando creciera, quería contarle lo mucho que me había esforzado y lo duro que había trabajado para darle la vida que merecía. Lo menos que quería hacer era contarle que lo había criado con el dinero que su padre nos había dado con tal de que nos alejáramos de él. El «te lo dije» de Laura me dolió tanto como esperaba, pero, por fortuna, Esperanza estuvo ahí para consolarme. También había rechazado el dinero que quisieron darme porque ellas trabajaban duro para ganárselo y lo necesitaban tanto como yo. Si iba a ser esto, solo debía depender de mí misma. —Le estás haciendo pasar un mal rato a tu mami y ni siquiera estás aquí todavía —dije sonriente entre lágrimas y miré hacia mi vientre. Aunque había cambiado de opinión y quería seguir con la idea de convertirme en madre pese al repentino cambio de comportamiento de Cristian, no podía negar que mi embarazo empezaba a complicarse más y más con el pasar de los días. La realidad empezaba a hacer efecto y poco a poco comenzaba a comprender por qué mis padres biológicos no habían podido lidiar conmigo. Estos últimos días había pensado mucho en ellos y me preguntaba si alguna vez ellos pensaban en mí. A veces, no podía evitar sentir penar por el bebé en mi vientre. No solo tendría que crecer sin padre, sino que tampoco tendría una familia. Lo compensaría por ello sin importar qué. El bebé y yo nos tendríamos el uno para el otro y, al final, amor era todo lo que él necesitaría. Escuché tres golpes en mi puerta justo después de que el mismo papel de siempre fuera deslizado por debajo de esta. Sin embargo, esta vez perdí la paciencia. Corrí hacia la puerta y recogí el cheque antes de abrirla. —Ya te lo dije. No tienes que traerme esto cad... Oh, hola, ¿chicos? —hablé sorprendida cuando me encontré con ellos dos en mi casa. Se trataba de Marcos y del primo de Cristian, Javier. En cuanto a Marcos, ya me había visto en un estado incluso peor que este, así que realmente no me importó, pero el otro tipo no. —¿Todavía no aceptas? —me preguntó Marcos y yo negué con la cabeza. —Vaya, corre el rumor de que llevas a mi sobrina en tu vientre. Es una niña, puedo sentirlo. No me preguntes cómo —comentó Javier entrando en mi casa sin invitación. Incluso si hubiera querido decirle que se fuera, solo por el hecho de ser un Escobar, no habría podido porque él era una de las personas más amables que había conocido en mi vida. —Confía en mí. Es mejor que tomes ese cheque porque Cristian es un imb*cil —dijo, como si me estuviera diciendo algo que yo no supiera ya. —No quiero involucrarme nunca más con él o su cheque, así que por favor tómalo y dile a él y a tu tío que ambos pueden metérselo por el c*lo —grité rompiendo el papel en pedacitos. —Estas hormonas del embarazo no te están tratando muy bien, por lo que veo —respondió él riendo entre dientes. Y se sentó justo en mi sofá. —Lo que sea que Cristian te haya dicho, no lo sentía de verdad —habló Marcos por primera vez desde que entró a mi casa e hizo lo posible para no mirarme a los ojos. Supuse que era porque se sentía culpable, puesto que había sido él quien había insistido en que le dijera a Cristian la verdad. Pero esto no era su culpa. —Marcos, deja la culpa. Esto no es tu responsabilidad. Es mía por acost*rme con el demonio y de Cristian por ser un egoísta hijo de put... —empecé a decir, pero Javier me interrumpió. —¡Calma, calma! Que sigue siendo mi primo —dijo esbozando una gran sonrisa. —Entonces, ¿también hablas así de él? Justo te escuché —agregó. Marcos respiró hondo y tomó mis manos entre las suyas. —Solo acepta el cheque. No te hará daño —pidió, pero todo lo que pude mirar fueron los pedazos de papel en el suelo. —Estoy bastante segura de que ya nada puede hacerme daño. Ahora bien, ¿hay otra razón por la que hayan venido a verme aparte de pedirme que tome más dinero de lo que he ganado en toda mi vida? —pregunté molesta. Sabía que sus intenciones eran buenas, pero ya no quería relacionarme con ningún Escobar o con cualquier persona asociada a sus negocios. Además, tenía que encontrar un trabajo. —Vine aquí a decirte que no abandonaré a la familia y eso incluye al bebé Escobar. Y sé que no quieres nuestro dinero, lo que está perfectamente bien, pero, cuando el bebé nazca, también estaré aquí. Solo te hago ese cordial aviso —dijo Javier antes de ponerse en pie para arreglar su traje. —Y también vine a ver cómo estabas, aunque parece que lo estás haciendo bien —agregó encogiéndose de hombros. Era una buena persona, pero definitivamente era pésimo leyendo a las personas porque la verdad me sentía muy mal. —Gracias, lo aprecio —le respondí y abrí la puerta. —Ansiosa por sacarnos de tu casa, ya veo —dijo él riendo y empujó a Marcos fuera de la puerta. —Si ya terminaste de fingir ser un robot y todavía quieres el cheque, aquí está mi número. Miré la pequeña tarjeta de presentación que me dio, la cual tenía planeado tirar ni bien ambos se fueran. No quería tener nada que ver con los Escobar, pero no le impediría conocer a mi bebé, pues yo había crecido sin una familia y no quería que mi hijo pasara por lo mismo. —No te entristezcas tanto. Créeme, te está haciendo un gran favor al no involucrar a tu bebé en nuestra familia. Aunque no sé qué culpa tiene el bebé —me dijo Javier para consolarme, pero, sorprendentemente, yo no podía ver el favor. Después de que cerraron la puerta, no perdí el tiempo y me dirigí de inmediato a la mesa de la cocina, donde estaba mi laptop. Continué buscando trabajos ahí y en mi celular, aunque presentía que no iba a conseguir nada. Aparte de hacer estriptis, en lo único que tenía experiencia era como mesera. No obstante, correr de un lado a otro estando embarazada terminaría doliendo más que el salario mínimo que ganaría con ese trabajo. Apenas alcanzaba para mí, cómo se supone que alcanzaría para mi bebé. De pronto, el sonido del celular me despertó de mis pensamientos. Cuando vi el número desconocido, supuse que se trataría de una queja por haber rechazado el cheque, pero contesté de todas maneras. —¡Te dije que no volvieras a llamar! —grité, pero solo escuché silencio. —¿Señorita Reyes? Le habla el Sr. Santana, de la Fábrica García —me respondió entonces un hombre mientras yo me congelaba por la vergüenza. Se trataba de un trabajo al que había aplicado hace pocos días y me habían dicho que se contactarían conmigo. Mis esperanzas ya eran lo suficientemente bajas, pero quizá... —Sí, señor, mil disculpas... pensé que se trataba de alguien más —contesté confundida. —Te llamo para informarte que nos gustaría ofrecerte el trabajo. —¿De verdad? —expresé casi gritando de alivio. Estuve a punto de rendirme, pero todo parecía indicar que, por primera vez, la suerte estaba de mi lado. —Sí. Creemos que cuentas con las cualidades perfectas para este trabajo y tienes la actitud que estamos buscando... también estás muy motivada y estamos muy felices con la idea de poder contar contigo, ¿qué opinas? —habló el Sr. Santana como si estuviera leyendo un guion. «Qué cualidades», pensé. No tenía idea de lo que estaba hablando, pues en realidad había arruinado mi entrevista de trabajo. Pero, bueno, un trabajo era un trabajo y lo tomaría sin importar qué. Por primera vez en mucho tiempo, por fin las cosas empezaban a funcionar de nuevo.

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