Capítulo 1
Aquel día, María García desafió la fuerte lluvia para acudir al club al que Alejandro Fernández solía ir con frecuencia.
En la puerta del reservado, María se secó los mechones empapados, dispuesta a esperar a que Alejandro saliera para darle una sorpresa.
Por la rendija de la puerta entreabierta se filtró una voz masculina cargada de diversión.
—Alejandro, dentro de una semana será tu boda con María, ¿ya tienes listos los preparativos para sorprenderla?
—Están listos. —La voz fría de Alejandro, impregnada de alcohol, resonó—: Le daré a María un recuerdo que jamás podrá olvidar.
La mano de María, que se secaba el cabello, se detuvo y, sin poder evitarlo, en sus labios apareció una sonrisa dulce.
En los tres años que llevaba con Alejandro, él realmente había sabido tratarla como a un tesoro, colmándola de cuidados y ternura sin medida.
—Jajaja, hermano, si María llegara a saber que fui yo quien me hice pasar por ti para jugar con ella todo este tiempo, ¿se derrumbaría y enloquecería en el acto?
—Jajaja, seguro que jamás se lo imaginaría: ¡que Alejandro tuviera un hermano gemelo idéntico!
—¿María no siempre se ha creído muy superior? Si descubre que estuvo siendo utilizada por el hermano de su novio durante tres años, no quiero ni pensar lo increíble que será su expresión.
Las risas maliciosas de aquellos hombres hicieron que María se quedara petrificada en el sitio, completamente pálida.
Casi no podía creer lo que oía y, de manera instintiva, dio un paso adelante para asomarse al interior del reservado.
Al instante, María vio sentado junto a Alejandro a un hombre idéntico a él: desde la cara hasta el peinado, e incluso el lunar en el extremo del ojo eran exactamente iguales.
Aquel hombre soltó una risita burlona y, con desgana, se recostó en el sofá. —¿Quién le mandó a María meterse con Ana González? Ella es la niña mimada de mi hermano, y para castigar a María, hacerla caer en el infierno en el momento más feliz de su vida... Mi hermano sí que se ha esforzado.
Alrededor, los amigos que normalmente la llamaban cuñada lanzaban comentarios jocosos uno tras otro.
—Carlos Fernández, el que más se ha esforzado eres tú, ¡estos años te has llevado todo el trabajo físico!
—Jajajaja, si no fuera porque no nos parecemos, ese trabajo también me lo habría pedido yo.
—Exacto, con la cara y el cuerpo de María... tsk. Si después de la boda se vuelve loca, ¿por qué no dejamos que se divierta con nosotros antes?
—Alejandro, por Ana ideó este plan, lo sostuvo durante tres años y aun así logró mantenerse puro... ¡realmente es todo un santo del amor!
Alejandro, Carlos, Ana.
María sintió un zumbido ensordecedor en la cabeza, como si toda la sangre de su cuerpo se hubiera congelado, incapaz de respirar.
Temblaba incontrolablemente, y de sus ojos brotaban lágrimas que teñían de escarlata su visión.
La relación amorosa que ella había creído feliz resultaba ser una farsa.
Un montaje urdido para Ana, aquella acosadora que tanto la había atormentado.
Cuántas veces María había despertado de una pesadilla causada por Ana, y era Alejandro quien la abrazaba y la consolaba, diciéndole que no tuviera miedo.
Cuántas veces, al hablar de las experiencias de acoso que había sufrido, había sido él quien la tranquilizara una y otra vez, llevándola incluso a ver a un psicólogo.
María no se atrevía a creerlo, tampoco quería hacerlo.
No lo comprendía: aquellos momentos en los que se sintió amada eran tan nítidos, ¿cómo podían ser falsos?
Dentro del reservado, continuaban hablando. —Ana regresará pronto al país, Alejandro, ya no tendrás que seguir siendo un ave de paso, volando cada semana a verla.
—Tras tres años de juego de roles, por fin puedo volver a ser yo mismo. ¡Cada vez que mi hermano viajaba al extranjero, era yo quien se quedaba para consolar a María...!
—Pero sus voces no son iguales, ¿María nunca lo notó?
Carlos soltó una carcajada. —Esa mujer estúpida... yo bajaba adrede el tono de voz y le decía a María que sufría de laringitis. Y siempre me cuidaba, se levantaba al amanecer para prepararme infusiones de hierbas para la garganta.
Una nueva carcajada general estalló en la sala.
Alejandro interrumpió con frialdad. —Basta. Cuando termine la boda, le daré a María una gran compensación, suficiente para que no tenga preocupaciones por el resto de su vida.
—Alejandro, ¿no será que te has encariñado con ella?
El corazón de María se estremeció y, de manera instintiva, contuvo la respiración, fijando la mirada en aquel hombre altivo.
Dos segundos después, solo lo vio soltar una risa desdeñosa. —¿Cómo podría ser?
—¿Y tú, Carlos? Después de todo, han sido tres años, ¿no habrás acabado enamorándote tras tanto tiempo en la cama?
Alejandro volvió la vista hacia Carlos, y este negó de inmediato con brusquedad. —Después de tres años ya estoy harto. Hermano, ¿por qué no vas tú a acostarte con María?
Alejandro soltó una risa desdeñosa. —Me da asco.
—Basta ya. Esta boda fue algo que ella pidió, y el dinero es solo para evitar que me siga fastidiando.
—El tiempo apremia, ayúdenme a preparar todo.
—Dentro de una semana, cuando revele la verdad, ¡le pediré matrimonio a Ana!