Capítulo 8
Teresa no esperaba que a ella ni siquiera le importara esta situación que estaba ocurriendo, y por un momento incluso olvidó las líneas que había preparado para presumir.
Tomás tampoco pensó que ella fuera a ceder tan fácil. Justo cuando estaba a punto de hablar, Teresa se aferró a su brazo y comenzó a acariciarlo.
—Tomás, mira, la señora Elena ya dio su consentimiento.
Las palabras que había preparado para rechazarla se le quedaron atascadas en su garganta.
Levantó la vista hacia Elena, y por fin notó algo extraño en ella.
—Eli, ¿de verdad no te molesta?
La mirada de Elena era indiferente. —¿Por qué habría de molestarme? Puede quedarse si quiere.
Después de decir estas palabras, hizo una seña a la sirvienta para que sirviera el desayuno, y luego regresó con tranquilidad a su habitación.
Teresa, feliz por haber logrado su objetivo, se fue a casa para hacer las maletas.
Tomás quedó paralizado.
Durante toda la mañana estuvo inquieto, y varias veces buscó pretextos para tocar la puerta de Elena.
—Teresa es una niña inquieta, ruidosa... ¿de verdad no te preocupa que cause molestias al mudarse a este lugar?
—Si no estás contenta, dímelo. No dejaré que se mude.
—Eli, te dije que las de afuera solo son un juego. Ninguna puede compararse contigo. No guardes rencor.
Una y otra vez. Elena acabó por molestarse y presionó con fuerza su cabeza.
—Ya lo dije, de verdad no me molesta.
Al verla así, Tomás, que rara vez abandonaba su actitud despreocupada y descontrolada, de repente se sintió ansioso y algo confundido.
—¿Por qué no te molesta? Tú antes... no eras así.
Elena lo miró y sonrió de forma natural.
—Ahora sales con disque no me encuentro bien en estos momentos? ¿No es esto lo que siempre has querido, que me mantuviera de esta manera?
Después de decir estas palabras, con la excusa de que iba a dormir, lo sacó de la habitación.
Esa misma noche, Teresa llegó con sus maletas y se mudó.
Elena la observó atenta mientras se comportaba como si fuera la dueña de la casa, dando órdenes aquí y allá a los sirvientes con aires de superioridad, sin decir ni una sola palabra. Solo se acercó en completo silencio a la pared y arrancó otra hoja del calendario.
Ese sonido, como uñas rascando una pizarra, hizo de repente que Tomás, a su lado, sintiera una inquietud inexplicable.
Al ver que quedaban pocas páginas en el calendario, no pudo evitar hacer una pregunta:
—¿Dime por qué arrancas una hoja todos los días? ¿Hay algo importante que estés esperando?
—No, las arranco por diversión.
Mientras decía esto, su rostro estaba lleno de indiferencia, pero eso no hizo más que poner a Tomás cada vez más nervioso.
Recordó todos los comportamientos extraños que ella había mostrado últimamente; todos habían comenzado después de la llegada de Teresa. De pronto, todo empezó a tener sentido.
Miró a Teresa, que desde el segundo piso daba órdenes a los sirvientes, y al final se levantó.
—Eli, esta es nuestra casa. Mi promesa no ha cambiado. Teresa no es adecuada para quedarse en este lugar. Hoy mismo la llevaré de regreso.
Después de decir estas palabras, subió las escaleras un poco apresurado. Nadie supo qué le dijo a Teresa al oído, pero al cabo de un momento, ella bajó con los ojos enrojecidos, claramente molesta, y arrastrando su maleta, se fue con él.
El mundo al final volvió a estar en silencio.
Durante los días siguientes, Tomás no regresó.
A Elena tampoco le importó esto; se dedicó a hacer sus propias maletas.
El antepenúltimo día, fue a la Notaría y legalizó todos los bienes raíces que había comprado antes con la tarjeta de Tomás, asegurándose de que estuvieran a su nombre.
El penúltimo día, llevó todas las joyas que llenaban decenas de vitrinas de exhibición a la caja de seguridad del banco, planeando de esta forma transferirlas a su nueva casa una vez que terminara el proceso de divorcio.
Había desperdiciado cinco años de su vida con Tomás. Lo que le correspondía al divorciarse, no iba a dejarlo pasar ni por una sola moneda.
Todos esos bienes eran su compensación por el daño emocional que había tenido.