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Capítulo 9 Diego, ¿todavía tienes dignidad?

Julia se quedó perpleja y escuchó a Diego continuar. —Además, lo mejor sería que dijeras que Andrea también es tu amiga, y que en ese momento me pediste protegerla porque temías por su seguridad. Julia casi creyó haber escuchado mal. —¿Diego, todavía tienes dignidad? ¿Cómo puedes decir algo así? ¿Acaso no entendía lo decepcionante que había sido para ella que, en medio de los disparos, él la empujara lejos mientras giraba para proteger a Andrea? Julia había creído que, después de tres años de matrimonio, aunque Diego no la amara, al menos conservaría algo de afecto por ella. Pero en ese instante comprendió que, ante una verdadera crisis, él podía desecharla sin pensarlo dos veces. —Andrea pasó por muchas dificultades para convertirse en copiloto. Si ahora surge un escándalo, su reputación se verá afectada y eso perjudicará su ascenso en el futuro —dijo Diego. Julia casi quiso aplaudirlo. Él pensaba en Andrea con tanto cuidado, pero olvidaba que, cuando él estuvo en su peor momento, fue Andrea quien lo abandonó. En cambio, había sido Julia, su esposa, quien permaneció a su lado, acompañándolo en la creación de la empresa y compartiendo todas las penurias. —Me niego —dijo Julia sin rodeos. —¿Qué? —Diego se sorprendió, como si no hubiera esperado una negativa tan tajante. —No voy a mentirle al público. Tú y yo sabemos bien que eso no fue ningún malentendido, y Andrea jamás fue mi amiga —contestó Julia con frialdad. La cara de Diego se ensombreció. —¿Julia, quieres arruinar a Andrea? —¡Eres tú quien olvidó que estaba casado y la convirtió en tu amante, tú eres quien la arruinó! —replicó Julia sin miramientos. —¡Yo no la arruiné, ni mucho menos te traicioné! Ella y yo solo somos amigos. —Vaya amigo, que por ella pasas noches fuera de casa, y con una simple llamada lo dejas todo para correr a su lado. —Eso fue porque Andrea regresó a Ríoalegre y, como recién ascendió a capitana, tenía muchas reuniones sociales. Solo la acompañé un poco —explicó Diego. —¿Y por acompañarla fuiste capaz incluso de faltar el día en que yo recibía las cenizas de mis padres? —Julia lo encaró con voz firme. —¿Vas a volver a sacar a relucir lo que pasó antes? —Diego se enojó. —¡Solo tienes que decir unas palabras y ayudarías a Andrea! ¿Qué tan difícil puede ser para ti? Julia lo miró con frialdad. ¿Cómo podía hablar tan a la ligera de algo así? ¿Era solo cuestión de "unas palabras"? —Si tanto te importa Andrea, ¿por qué no pediste el divorcio cuando ella volvió? —preguntó Julia. —¿Qué? —Diego se quedó desconcertado. —Si en ese entonces hubieras decidido divorciarte y me hubieras dicho que amabas a Andrea, yo jamás te lo habría impedido —dijo Julia. —Así, ahora la reputación de Andrea no tendría ni la menor mancha. Diego se mostró molesto. —¡Yo no me voy a divorciar! Cuando nos casamos hice un juramento, y nunca lo he olvidado. Julia, te lo dije, después de casarnos, nunca te fallaría. Ese "nunca te fallaré" le sonó a Julia como una broma cruel. —Diego, no es que recuerdes tu juramento, es que no quieres cargar con la mala fama de haber abandonado a la esposa que te acompañó a emprender, justo ahora que prosperaste. ¡Quieres demasiado! Deseas tener a tu primer amor y, al mismo tiempo, conservar tu buena imagen. —Si realmente no me fallaras, ¿cómo habrías permitido que tus amigos me humillaran y me despreciaran de esa forma? —¿Cómo fuiste capaz de faltar el día en que recibía las cenizas de mis padres, solo porque la madre de Andrea se torció un pie? ¡Diego, eran mis padres! Y yo ni siquiera pude llevarlos a mi propia casa. Cada palabra suya era un reclamo que le arrebataba el color de la cara a Diego. Era como si algo lo hubiera golpeado de lleno. Pasó un largo momento en silencio antes de decir finalmente: —Sé que sufriste muchas injusticias. Está bien, este fin de semana te acompaño a visitarlos y les diré que lo siento, que debí estar a tu lado cuando recibiste sus cenizas. Julia sabía que eso era un intento de congraciarse con ella. Aunque pronto se divorciaría oficialmente de Diego, y en realidad no necesitaba que él la acompañara a rendir homenaje a sus padres... Lo cierto era que él sí les debía una disculpa. —De acuerdo —respondió Julia. Pero, llegado el fin de semana, Diego volvió a incumplir. —Lo siento, hoy surgió una reunión muy importante en la empresa, no tuve tiempo de acompañarte a visitar a tus padres. Te prometo que la próxima vez iré contigo —dijo Diego por teléfono, con un tono de culpa. —Está bien, lo entiendo —respondió Julia, terminando la llamada en silencio. No discutió ni se quejó. Ni siquiera sentía ya verdadera decepción. Porque Diego la había defraudado demasiadas veces. Así como había permitido que sus amigos la insultaran, tampoco le importaban los padres ya fallecidos de Julia. Mirando el celular en su mano, Julia abrió el álbum de fotos. En el álbum de su teléfono había muy pocas imágenes con Diego, apenas unas cuantas, y algunas ni siquiera eran de ellos dos solos, sino tomadas junto con empleados de la empresa. En cambio, en el celular de Diego existía un álbum entero repleto de fotos con Andrea. Julia fue eliminando, una por una, las pocas fotografías en las que aparecía junto a Diego. Cuando se casaron, para ahorrar dinero, ni siquiera tomaron fotos de la boda. Mejor así, pensó; al menos no tendría que preocuparse por borrarlas. Julia empezó a empacar las cosas de la casa que tenían relación con ella. No poseía muchas prendas ni joyas, y lo único que compartía con Diego eran unos anillos de boda baratos. Como él había querido mantener el matrimonio en secreto, casi nunca los habían usado. Julia miró aquel par de anillos y los devolvió al cajón. En el pasado, a Julia no le importaba que los anillos fueran baratos; lo único que valoraba era el corazón sincero de Diego. Pero ahora entendía que, en el fondo, ella debía de tener el mismo valor que esos anillos: algo barato. El celular sonó: era una llamada de Sara. Julia contestó y escuchó la voz de su amiga. —¿Hoy tienes tiempo? ¿Qué tal si me acompañas a un club hípico? —¿Al club hípico? —Julia preguntó con extrañeza. —Escuché que hoy Bruno estará allí. Quiero aprovechar la oportunidad para hacerme notar y ver si puedo establecer algún contacto, pero sola no me atrevo —explicó Sara. En la mente de Julia apareció la apuesta cara de Bruno y esos ojos oscuros, llenos de muerte. Era un hombre peligroso. —¿Acaso te gusta él? —preguntó Julia. —¡Cof, cof, cof...! —Del otro lado de la línea, Sara tosió con fuerza—. No estoy cansada de vivir, ¿cómo iba a gustarme Bruno? Lo que pasa es que escuché que la familia López planea invertir en el área de drones. Tú sabes que mi empresa también desarrolla aplicaciones en ese campo, así que pensé en ir a ver si surge alguna oportunidad. Julia dudó. En realidad, no quería volver a encontrarse con Bruno. Su instinto de alerta le decía que lo mejor era mantenerse alejada de ese hombre. —Juli, acompáñame, por favor —insistió Sara con tono suplicante. Julia, al final, suspiró. —Está bien. Pero cuando Julia llegó al club hípico, inesperadamente vio a Diego, quien en teoría debía estar en una "reunión urgente e importante", cabalgando junto a Andrea. Ambos vestían atuendos de equitación, montados en dos caballos, avanzando lado a lado, como si fueran una pareja enamorada.

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