Capítulo 90
Catalina recobró la lucidez de golpe.
¡Había estado... mirando fijamente a Alejandro todo ese tiempo!
Entre ellos ya había pasado de todo, así que, naturalmente, lo había visto sin ropa.
Pero casi siempre había sido de noche.
Ahora era de día, y dadas las circunstancias, Catalina no pudo evitar sentirse conmocionada.
Una incomodidad difícil de describir se apoderó de ella.
Fingiendo serenidad, dijo: —Perdón, pensé que ya te habías ido al trabajo. Por eso no toqué la puerta antes de entrar. Ya me voy...
Alejandro había recuperado la calma. Permanecía de pie, inmóvil, mirándola con ojos oscuros y serenos. En sus pupilas negras y profundas se reflejaba claramente la imagen de ella, visiblemente desconcertada.
Pensando en lo rebelde y llena de espinas que había estado últimamente, ver ahora esa expresión en su rostro...
Le resultó, inexplicablemente, encantador.
La molestia acumulada por lo ocurrido la noche anterior se disipó por completo.
Alejandro lanzó a un lado la toalla con la que se

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