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Capítulo 5

El día de la fiesta de cumpleaños, Julio fue personalmente a recogerla en carro. En el carro solo iba él. —¿No trajiste a Paula? —preguntó con indiferencia. Julio se molestó visiblemente: —A partir de ahora evitaré que se crucen, para que no te enfades todo el tiempo. Silvia esbozó una leve sonrisa. Él no lo hacía por evitar su enojo, sino porque temía que le hiciera daño a Paula. En su corazón, Silvia era una mujer malvada. La fiesta fue grandiosa. Durante todo el evento, Julio no soltó la mano de Silvia, le regaló joyas, le obsequió una pintura famosa, incluso le susurró en tono conciliador: —¿Esta vez sí logré contentarte? Silvia lo miró y, de pronto, recordó el pasado. Cuando la hacía enfadar, él también se mostraba así: humilde y dispuesto a complacerla, y Silvia siempre terminaba perdonándolo por debilidad. Pero esta vez era distinto. Él había utilizado la vida de sus padres como moneda de cambio, había pisoteado su dignidad y subastado públicamente sus fotos íntimas... Aunque le pusiera el mundo entero a sus pies, no podría compensarla. Silvia estaba a punto de hablar cuando, de repente, las puertas del salón se abrieron de golpe... Paula, con un vestido blanco, se quedó parada tímidamente en la entrada. El rostro de Julio cambió al instante: —¿No te dije que te quedaras en la villa? Ella tenía los ojos ligeramente enrojecidos: —Yo...quería felicitar a Silvia por su cumpleaños, y también traje un regalo... —No quiero verte. —dijo Silvia fríamente. Pero Julio ya había llamado al camarero para que le asignara un sitio a Paula y le dijo en voz baja a Silvia: —Vino de buena fe a celebrar tu cumpleaños; lo de la última vez, considéralo un gesto de reconciliación. Durante la fiesta, aunque era el cumpleaños de Silvia, la atención de Julio estaba completamente puesta en Paula. Cuando la orquesta comenzó a tocar la pieza de baile, Julio tomó de la mano a Silvia, pero al ver por el rabillo del ojo que Paula tenía los ojos llenos de lágrimas, al final se dio la vuelta y fue hacia ella. Silvia permaneció en un rincón, viendo cómo bailaban abrazados, sintiendo todo su ser completamente insensible. Al terminar la pieza, Paula se quejó con dulzura de que los tacones le estaban haciendo daño en los pies. Julio bajó enseguida él mismo a comprarle unos zapatos planos. Ella aprovechó para acercarse a Silvia y, agitando su celular, dijo: —Silvia, quizás no lo sepas, pero los regalos que Julio te da son todas cosas que yo no quiero. —Vino a tu fiesta de cumpleaños, pero aun así tiene que reportarse conmigo, cada minuto me manda un mensaje... —le mostró los chats con aire triunfante. —Mira, aquí dice: [Cariño, aguanta un poco más, pronto estaré de vuelta contigo.] El corazón de Silvia hacía tiempo que estaba muerto: —¿Qué es lo que quieres? —Quiero que me dejes el sitio. —Muy pronto. —Silvia la miró con calma. — Muy pronto lo dejaré todo, por completo. Paula entrecerró los ojos, sin que se supiera en qué estaba pensando. Justo cuando Silvia creyó que ella ya le había creído, en el siguiente instante, ¡Paula le agarró la mano y se abofeteó fuertemente! —¡Paf!— El sonido claro de la bofetada resonó en el aire. Julio llegó corriendo justo a tiempo para ver a Paula cubriéndose la cara, con lágrimas corriendo por sus mejillas. —¡Silvia! —rugió furioso. —¿otra vez la estás maltratando? —No lo he hecho. —¡Lo vi todo! —le agarró la muñeca a Silvia con tanta fuerza que casi la tritura. —¿Todavía no aprendiste la lección? Ya te lo dije: como tú trates a Pauli, yo te lo devolveré multiplicado por diez. Paula sollozó y negó con la cabeza: —Déjalo... no pasa nada... —¿De qué tienes miedo? —Julio, lleno de ternura, le limpió las lágrimas. —Ya te lo dije, puedes hacer lo que quieras, incluso si metes la pata, no importa. —No seas siempre tan temerosa, o solo lograrás que te sigan maltratando. Al terminar de hablar, ordenó a los guardaespaldas que sujetaran a Silvia, y le dijo a Paula: —Como ella te pegó, ahora devuélveselo diez veces. Paula fingió estar asustada: —Yo... yo no me atrevo... —Te enseño yo. Sujetó la mano de Paula y la hizo golpear con fuerza a Silvia. "¡Paf!" —Esta es para que aprendas a defenderte. "¡Paf!" —Esta es para que dejes de ser tan temerosa. "¡Paf!" La tercera, la cuarta... Silvia sintió un dolor tan intenso que todo se volvió negro ante sus ojos; la sangre le brotó por la comisura de los labios, y solo percibía un zumbido en los oídos, pero apretó los dientes y no soltó ni un quejido. Cuando llegaron a la décima bofetada, Julio por fin se detuvo. Los invitados murmuraban a su alrededor: —Qué desgracia la de la señora Díaz, y hoy es su cumpleaños... —Bien merecido, por andar maltratando a los demás... Julio tomó las manos de Paula con ternura: —¿Te duele? Ven, te llevo a ponerte un poco de pomada. Sin mirar atrás, la tomó en brazos y se la llevó. El guardaespaldas soltó a Silvia; ella se dejó caer al suelo, con la mejilla ardiéndole de dolor. Pero el dolor en su corazón era mil veces peor que el físico. "Julio, me arrepiento... me arrepiento de haberte amado." "Cuánto me arrepiento..."

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