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Capítulo 8

Los tres días siguientes fueron la peor pesadilla en la vida de Silvia. La empujaron, la insultaron e incluso hubo quien la hizo tropezar a propósito, haciéndole sangrar las rodillas. Nadie curó sus heridas, nadie le ofreció ni siquiera un sorbo de agua limpia. Ella se acurrucó en una esquina, apretando los dientes y contando las horas. En tres días, sería libre. Al atardecer del tercer día, por fin se abrió la puerta. Julio apareció en la entrada, recortado contra la luz, y Silvia no pudo distinguir su expresión. No fue hasta que él se acercó que su corazón se estremeció levemente: —¿Qué pasó? La ropa de Silvia estaba tan sucia que apenas se distinguía el color original, tenía moratones y heridas en brazos y rodillas, y la comisura de los labios estaba manchada de sangre seca. Paula enseguida se aferró al brazo de Julio y dijo con dulzura: —Seguro que Silvia se ha hecho daño a propósito para dar lástima. Frunció los labios: —Solo ha estado encerrada unos días, ¿qué le puede haber pasado? Julio miró a Silvia durante unos segundos y, finalmente, dijo: —Silvia, ¿no te cansas? Silvia esbozó una leve sonrisa, sin fuerzas ni para explicarse. Al regresar a la villa, Julio, por una vez, no se marchó enseguida. Se sentó en el sofá y anunció con voz serena: —De ahora en adelante, los lunes y martes los pasaré contigo; el resto de la semana estaré con Pauli. Silvia se quedó de pie en la escalera, sin decir palabra. —Hoy es miércoles, me toca acompañarla a ella. —Se levantó y se puso el abrigo: —Estos días, no me molestes. Al llegar a la puerta, añadió: —El lunes que viene volveré. Silvia lo miró y, con indiferencia, respondió: —De acuerdo, adiós. Qué ridículo. ¿En verdad creía él que ella iba a seguir esperándolo? Julio se molestó ligeramente, sorprendido por su actitud, pero al final no dijo nada y se marchó. En cuanto la puerta se cerró, el teléfono de Silvia vibró de repente. [Señorita Silvia, todos sus trámites de cancelación han sido completados.] Silvia se quedó mirando el mensaje; los ojos se le llenaron de lágrimas y el corazón le latía con tanta fuerza que parecía querer salírsele del pecho. Era libre. Sin perder tiempo, tomó la maleta que ya tenía preparada y salió de la villa. Aeropuerto. Gabriel y Lorena ya la esperaban en la puerta de embarque; al verla llegar, Lorena, con los ojos enrojecidos, la abrazó con fuerza. —Silvia, todo ha terminado. Silvia asintió también con lágrimas en los ojos. Sí, todo había terminado. Hace seis años, en aquella noche nevada, Julio se arrodilló ante la puerta de su casa y le prometió que la llevaría grabada en su vida. Y ahora, ella misma arrancaba ese nombre de su existencia. Al prepararse para abordar, sacó el celular, extrajo la tarjeta SIM y, con un "crack", la partió en dos. —Esta es su tarjeta de embarque. —le dijo el empleado con voz respetuosa. Silvia tiró la tarjeta rota a la papelera, tomó la tarjeta de embarque y, de la mano de sus padres, avanzó decidida hacia la puerta de embarque. Su figura se mantenía erguida, y sus pasos no mostraban la menor vacilación. ¡De ahora en adelante, en su mundo, Julio ya no existía!

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