Capítulo 46
Gisela se sintió muy apurada e intentó tomar algunas bolsas para ayudar a Federico con el peso.
—No hace falta, yo lo llevo. —Federico no le permitió cargar nada.
Caminaron un rato y, de pronto, Federico preguntó: —¿No te gustaba mucho este juego antes? ¿Por qué dejaste de jugar?
Gisela bajó la mirada, pensando en inventar alguna excusa para salir del paso. Pero recordó cuánto había hecho Federico por ella; mentirle ahora le parecía poco sincero.
Así que dijo la verdad: —Tenía un maestro en el juego. Era muy bueno. Felipe se puso celoso al ver que jugábamos dúo y me obligó a dejar de jugar...
Cuanto más hablaba, más bajito se volvía su tono, hasta hacerse casi inaudible.
Estaba algo avergonzada.
Haber dejado un juego que le encantaba por un hombre tan despreciable como Felipe... aquello era vergonzoso para ella.
Para su sorpresa, la atención de Federico no estaba en Felipe.
—¿Tenías un maestro? —repitió, sorprendido—. ¿Cómo era?
Al mencionarlo, los ojos almendrados de Gisela brillaron

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