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Capítulo 85

Al día siguiente, que era sábado, Gisela por fin pudo descansar un poco. Por la mañana fue al hospital a ver a su madre. En la habitación, madre e hija charlaron animadamente. Después de la quimioterapia, a Valeria se le había caído todo el cabello, y Gisela le había tejido a mano un gorro. Gisela sacó el gorro y, sonriendo, preguntó: —Mamá, ¿te parece bonito? Lo tejí yo misma, con los puntos que tú me enseñaste. Valeria había adelgazado mucho; su cuerpo, huesudo y frágil, parecía que podría derribarlo un simple soplo de viento. Pero estaba de buen ánimo y, al ver el gorro, se alegró como una niña. —Es precioso. Gise, eres increíble, hasta sabes tejer gorros. —Mamá, te lo pongo. —Está bien. Al ver la cabeza calva de su madre, los ojos de Gisela se humedecieron, casi incapaz de contener el llanto. No podía llorar. Se dijo a sí misma que, si su madre la veía llorar, tampoco podría evitar hacerlo. Gisela le puso el gorro a su madre, contuvo las lágrimas y dijo sonriendo: —Te queda realmen

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