Capítulo 30
Salvador se sentó al borde de la cama y le limpió suavemente las lágrimas, sin saber por qué lloraba.
—¿Qué soñaste?
Preguntó en voz baja, consciente de que ella no podía responderle en ese momento.
Solo en instantes como aquel no había miradas frías ni palabras cortantes entre los dos.
Fue al baño y se dio una ducha. Al salir, vio que la persona en la cama no estaba acostada boca arriba, sino de lado, con el cuerpo encogido: la postura de quien intenta protegerse.
Salvador se tumbó junto a ella y la atrajo bruscamente hacia su pecho.
Antes, a Lorena le encantaba dormir acurrucada en sus brazos. A veces se despertaba a mitad de la noche y, al no verlo, salía a buscarlo por toda la casa.
Pero él estaba demasiado ocupado entonces; pasaba noches enteras hablando por teléfono. Para no despertarla, salía a caminar por el vecindario o se quedaba en el balcón.
Cada vez que ella lo encontraba, no decía nada; simplemente lo acompañaba en silencio, como una niña terca.
Ahora parecía que ya no le

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