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Capítulo 2

El mensaje del abogado llegó muy pronto: [De acuerdo, señorita Sofía, lo prepararé cuanto antes]. Guardó el celular y contempló el paisaje que se deslizaba veloz tras la ventana. Perder la memoria había sido una oportunidad que el destino le había brindado, una ocasión para escapar por completo y empezar una vida nueva. —De momento no volvamos a casa —dijo de pronto al chófer—. Vayamos a la Oficina de Extranjería. El chófer se quedó visiblemente sorprendido; la miró por el retrovisor con desconcierto, pero aun así respondió con respeto: —Claro, señora Sofía. El trámite en la Oficina de Extranjería se resolvió con mucha fluidez. El personal le informó que todos los documentos estarían listos en medio mes. Al subir al carro, Sofía dudó un instante antes de hablar: —Lo de hoy... no se lo cuentes al señor Adrián. Las manos del chófer se tensaron sobre el volante. —Señora Sofía, el señor Adrián nunca... nos permite mencionarla delante de él. Sofía curvó ligeramente los labios. Así que Adrián la despreciaba hasta ese extremo, hasta el punto de no querer oír siquiera su nombre. De regreso a la villa, Sofía se quedó en la entrada observando todo a su alrededor. Aquel hogar le resultaba a la vez familiar y desconocido. Familiar porque cada detalle coincidía con su propio gusto; desconocido porque el lugar era tan frío que no parecía que nadie viviera allí. Acarició suavemente los cojines bordados del sofá. Pensó que, cuando había decorado esa casa, debió hacerlo llena de ilusión, esperando vivir una vida feliz junto a él. En la foto de boda colgada en la pared, ella miraba a Adrián con ojos repletos de amor, mientras en el bello rostro del hombre solo había indiferencia. Sofía negó con la cabeza y subió las escaleras. Al entrar en el dormitorio, abrió un cajón por instinto; enseguida, un cuaderno de cuero cayó al suelo. Al abrir la primera página, encontró una caligrafía torcida, como escrita en estado de embriaguez. [Hoy es el primer día desde que Adrián y yo nos casamos. No dijo ni una palabra y se fue directo al despacho. No importa, esperaré]. Pasó las hojas, y cada página era como un cuchillo que se le clavaba con brutalidad en su corazón. [El intento número 37, y él aún no vino a verme. Martín dijo que Valeria tenía fiebre, y él pasó toda la noche sentado a su cama. Yo estuve en urgencias, escuchando el goteo del suero hasta que amaneció]. [El intento número 89: tomé pastillas para dormir. Al despertar, escuché que hablaba por teléfono en el pasillo, diciendo "déjala morir". En ese momento entendí que había algo más doloroso que la muerte: escuchar cómo la persona que más amas desea que desaparezcas]. [En el intento número 108, decidí rendirme. Si esta vez tampoco funciona, desapareceré por completo. Total, en este mundo a nadie le importa si existo o no]. Sofía cerró de golpe el diario. Sintió como si le hubieran abierto el pecho ahí mismo; las cicatrices de sus muñecas ardieron de repente, cada una de ellas denunciando en silencio la desesperación pasada. Se agachó lentamente y abrazó sus rodillas con los brazos. Resultaba que durante esos tres años había vivido tan humillada, como un perro que mueve la cola suplicando cariño solo para obtener una mirada. —No pasa nada. —Sofía se secó las lágrimas y volvió a guardar el diario en el cajón—. Sofía, no importa que nadie te quiera. La luz de la luna entró por la ventana, proyectando un pequeño resplandor a sus pies. —Mientras te quieras bien a ti misma, no habrás perdido. Sofía permaneció varios días en aquella villa vacía; Adrián no regresó ni una sola vez. Sin recuerdos y sin un amor que extrañar, no le resultaba difícil dormir sola en aquella casa. Al contrario, pensó que quizá no estaba mal esperar en silencio hasta que los trámites de inmigración estuvieran listos. Hasta que la llamada de su madre rompió aquella tranquilidad.

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