Capítulo 4
Sofía retocó su labial y estaba a punto de salir del baño cuando, al doblar la esquina del pasillo, se detuvo en seco.
A poca distancia, Adrián tenía a Valeria contra la pared, besándola con intensidad.
Los dedos largos de Adrián se hundían entre su cabello; la otra mano le sujetaba la cintura con fuerza, como si quisiera fundirla en sus huesos. Valeria levantaba el rostro, y su cuello blanco dibujaba una curva perfecta.
No se supo cuánto tiempo pasó hasta que Adrián por fin se apartó. Con el pulgar acarició sus labios ligeramente hinchados y murmuró con voz baja: —¿Feliz?
Valeria se apoyó en su pecho, con una voz suave y melosa: —Adrián, ¿no crees que soy demasiado? Ya recibí el tesoro familiar, y aun así te pedí un beso... Si mi hermana lo hubiera visto, seguro estaría triste.
—Es que estoy sufriendo tanto... Si aquel accidente no hubiera ocurrido, tú y yo estaríamos juntos desde el principio...
La mirada de Adrián se mantuvo serena mientras la abrazaba aún más fuerte. —Que ella esté triste no tiene nada que ver conmigo.
—Nunca me gustó, y en esta vida jamás me gustará.
—A quien he querido siempre es a ti, Vale.
Dicho eso, volvió a inclinarse y la besó de nuevo.
Sofía quedó inmóvil, sintiendo su corazón atrapado por una mano invisible que lo apretaba con brutalidad hasta dejarla sin aliento.
Llevó una mano al pecho y pensó: aquello debía de ser el calor que quedaba del amor que alguna vez sentí.
Cuando se extinguiera, no quedaría absolutamente nada.
Adrián y Valeria se besaron durante tres minutos completos antes de darse la vuelta y marcharse.
Solo cuando sus figuras desaparecieron del todo, Sofía salió de la sombra.
Respiró hondo, alisó su vestido y se preparó para volver al salón a recoger su bolso e irse.
Pero en cuanto entró al salón, Valeria corrió hacia ella y le tomó la muñeca. —Hermana, si te gusta el anillo que Adrián me dio, te lo puedo regalar. ¿Por qué tuviste que robarlo?
Sofía se quedó helada. —¿Robar? ¿De qué estás hablando?
—¡Y encima lo niegas! —Los ojos de Valeria estaban enrojecidos—. Solo fui al baño un momento y el anillo desapareció. ¡El camarero dijo que la única que se acercó a mi bolso fuiste tú!
Rafael y Gabriela llegaron al escuchar el alboroto, y sin decir palabra, Rafael abofeteó a Sofía. —Sofía, ¿es que no puedes pasar un solo día sin causar problemas?
La mejilla de Sofía ardió de dolor, y antes de que reaccionara, Gabriela chilló: —¡Alguien, regístrenla!
Varios camareros la rodearon de inmediato, tironeando de su vestido con brusquedad.
Sofía forcejeó desesperada: —¡No lo robé! ¡Suéltenme!
—¡Riiip!
El sonido del tejido al rasgarse resonó en el salón. El hombro de Sofía quedó al descubierto y enseguida se escucharon exclamaciones y risas ahogadas a su alrededor.
—¡Aquí está! —Un camarero sacó la sortija de jade del bolso de Sofía—. ¡Sabía que la tenía ella!
Valeria tomó el anillo, con lágrimas cayendo sin parar. —Hermana... ahora, ¿qué puedes decir?
Sofía temblaba de pies a cabeza y estaba a punto de hablar cuando, de repente, la multitud se abrió sola.
Unos pasos firmes resonaron acercándose. Ella levantó la vista y vio a Adrián avanzando hacia ella, los zapatos brillantes golpeando el mármol... cada paso clavándosele directo en el corazón.
—¿Para qué robarlo? —Su voz fue suave, pero bastó para que todo el salón quedara en silencio al instante—. Jamás te he considerado mi esposa, ¿todavía no lo procesas?
Sofía alzó la cabeza y se encontró con su mirada helada.
—Sofía, hay cosas que no te pertenecen. —Sus labios finos se movieron despacio, cada palabra afilada como una hoja envenenada—. Y nunca lo harán.
Sofía de pronto sonrió.
Aquel gesto hizo que Adrián frunciera el ceño apenas perceptiblemente.
La había visto llorar, gritar, perder la cabeza... pero jamás la había visto sonreír así: como si se hubiera liberado y, al mismo tiempo, como si lo estuviera ridiculizando.
—No lo robé.
Su voz fue suave, pero cada sílaba clara y firme. Las luces de la gran lámpara del salón se deshicieron en destellos dentro de sus ojos, como lágrimas... o como estrellas.
—Y además...
Inspiró hondo y pronunció, separando cada palabra.
—¡Ya no me gustas!