Capítulo 12
Ellos miraban fijamente a Ana, y comparados con ella, Rosa en sus manos no era nada.
Un grupo de personas subía las escaleras con Rosa, riendo lascivamente.
—Ana, ¿verdad? Déjanos jugar un rato con ella.
En cuanto estas palabras salieron de su boca, los compañeros de trabajo en el reservado se pusieron de pie al instante, mirando fijamente a los recién llegados con actitud desafiante.
Estos tipos parecían ser los habituales en los bares, matones acostumbrados a pelear y herir, gente a la que nadie osaría molestar.
Ana seguía con su cara impasible. Echó un vistazo a Rosa, que estaba al final del grupo.
Notó enseguida una mirada llena de maldad. Sonrió levemente, sin entender de dónde sacaba Rosa tanta energía.
Era increíble, aún no había ido a hacerle pagar todo lo que le debía, pero se atrevía a aparecer frente a ella.
Esos matones no tomaban en cuenta a Ana ni a sus compañeros, y los veían como una banda de estudiantes en una fiesta.
Uno de los líderes, con una mirada desdeñosa y tono

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