Webfic
Abra la aplicación Webfix para leer más contenido increíbles

Capítulo 5

Rosa jamás había imaginado que Ana perdería la razón y se volvería loca. El miedo asfixiante la envolvió; ella no podía respirar y su cara se puso roja. Se debatió con todas sus fuerzas y tiró al suelo el jarrón que tenía al lado, haciendo un ruido enorme. La puerta de la habitación se abrió de golpe y, cuando José entró, vio justamente esa escena; su corazón casi se detuvo. El hombre le dio una patada a Ana, que cayó pesadamente a un lado; la herida volvió a abrirse y la sangre brotó de nuevo, un dolor punzante la invadió. Pero Rosa estaba firmemente abrazada en los brazos de José, y en su cara se veía un desorden indescriptible. La cara de Rosa estaba amoratada, y José ordenó apresuradamente que la llevaran a recibir tratamiento. En un instante, en la habitación solo quedaron José y Ana. El silencio era aterrador; Ana, hecha un desastre, se levantó del suelo. La bata azul y blanca del hospital ya estaba teñida de sangre, pero, cuando apenas se incorporó, el cuello le fue apresado por la mano de José. La miró con una expresión llena de desprecio. —¡Ana, cómo podías ser tan malvada! Rosa vino a verte con buena intención y tú intentaste estrangularla. ¿Tu envidia era tan fuerte? ¿Te gustaba tanto que estabas obsesionada conmigo? Ella se quedó rígida, y sus dedos no pudieron evitar encogerse. El corazón, sin motivo, se llenó de pánico. Él sabía que ella lo quería. La mano de José se cerró gradualmente y su voz se volvió aún más fría. —Voy a romper el compromiso lo antes posible; no tendremos más relación. Guarda esas ideas sucias. Solo fuimos amantes en el pasado, y en esta vida jamás me gustarás. Los ojos de Ana se humedecieron, y el corazón le dolió como si le clavaran agujas. Ella había pensado que ocultaba bien lo mucho que quería a José, pero, al final, él siempre lo supo. Todo lo que ella había hecho, a sus ojos no era más que una payasada. Con lágrimas ardiendo en los ojos, Ana preguntó aquello que llevaba clavado en el corazón. —El corazón de mi profesor está en el cuerpo de Rosa; fuiste tú quien ordenó que se lo trasplantaran. ¿De verdad diste de comer sus cenizas a los peces? Por un instante José se quedó atónito; no esperaba que Ana supiera aquello. Pero en ese momento él no sabía que aquel hombre era el profesor de Ana; la situación de Rosa era tan urgente que no podía simplemente verla morir. El resultado era un hecho, y José no lo negó. —El corazón era de tu profesor. Rosa dijo que le dolía el corazón y, según el método de antes, pensó que quizá estaba siendo perturbado por alguien del pasado y que, si dejábamos ir ese dolor, estaría bien. Consulté con expertos, así que esparcí las cenizas en el agua. Ana tembló y su corazón latió con violencia. Con los ojos a punto de romperse por la rabia, miró a José. —Ese era mi profesor. ¡José, ¿tú eres humano?! Él tenía una expresión completamente indiferente, como si no le importara en absoluto. —Solo era un montón de cenizas. Si podía hacer que Rosa se sintiera mejor y además alimentar a los peces, se podría decir que fue útil. Apenas terminó de hablar, Ana ya no pudo contener la ira que le devoraba el pecho; de un tirón sacó el cuchillo para fruta y, con todas sus fuerzas, se lanzó a apuñalar el corazón de José. Su propio corazón sangraba; él sabía perfectamente lo que su profesor significaba para ella, y aun así había actuado así. Su corazón ya estaba hecho añicos. Todo lo anterior parecía una burla. Con una sonrisa desgarradora en los labios, Ana apretó aún con más fuerza el cuchillo. José reaccionó por instinto; no entendía por qué Ana hacía aquello. En medio del forcejeo, el cuchillo terminó en manos de José y, cuando volvió en sí, la hoja ya estaba clavada en el corazón de Ana. En un abrir y cerrar de ojos, su cuerpo cayó como una muñeca de trapo. Tendida en el suelo, Ana miró a José y cerró los ojos en un gesto de absoluta desesperación. Le había fallado a su profesor; no era capaz de matar a José con sus propias manos. Ella lo amaba hasta los huesos. Odiaba no poder vengar a su profesor. Mientras la conciencia se desvanecía, Ana pensó que, si moría, quizá sería una forma de expiar sus culpas con su profesor. En la confusión, Ana creyó escuchar la voz aterrada de José. Él hablaba con desesperación, con un tono rasgado, abrazando a Ana en el suelo, gritando con todas sus fuerzas. —¡Doctor! ¡Doctor! José no entendía por qué las cosas habían llegado a ese punto; solo había querido darle una lección a Ana y jamás imaginó que terminaría hiriéndola. La luz de la sala de emergencias permaneció encendida casi toda la noche, hasta que finalmente la puerta se abrió. Al ver al médico, José se apresuró a preguntar por la situación. —La paciente ya está fuera de peligro; si el cuchillo hubiera entrado un milímetro más, no habría podido salvarse. El corazón de José por fin volvió a su sitio. Al ver esto, la expresión de Rosa empezó a torcerse poco a poco.  

© Webfic, todos los derechos reservados

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.