Capítulo 118
Sara guardó silencio durante mucho tiempo.
Al cabo de un rato, dijo en voz baja: —Él no es así.
Lo afirmó con determinación: —¡Gonzalo no es así!
Suspiré y no añadí nada más.
En ese preciso momento, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Sin pensarlo le dije a ella: —Tengo algo que hacer, cuelgo.
Salvatore entró y, al verme colgar, un destello aterrador cruzó por sus ojos.
—¿Desde cuándo necesitas esconderte de mí para hacer una llamada?
No respondí a su pregunta; lo miré de arriba abajo y le dije: —Tú mismo prometiste que ya no volverías a encerrarme. Debería tener derecho a ir a donde quiera, ¿no crees?
Salvatore cerró la puerta y se acercó hacia mí.
—¿Adónde quieres ir? —me miró con frialdad.
—Que pueda ir a donde quiera también significa que no necesito darte explicaciones.
—¿Vas a buscar a Carlos?
Era como si no hubiera escuchado mis palabras y, por su cuenta, ya hubiera sacado su conclusión.
— Cada vez que sales de la casa familiar, lo primero que haces es ir corriendo a b

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