Webfic
Abra la aplicación Webfix para leer más contenido increíbles

Capítulo 6

En la oscuridad y el silencio, Lorena oscilaba entre la lucidez y el desmayo. No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que la puerta del baño finalmente se abrió. Más que la luz, lo primero que llegó fue la voz helada de Ricardo: —Ya has reflexionado tres días y tres noches. Supongo que entendiste tus errores. Julieta, con su bondad, pidió que te dejara salir. Recuérdalo, jamás vuelvas a hacerla enojar. Ella no respondió. Se limitó a caminar hacia su habitación y hundir el rostro en la almohada. Cuando escuchó alejarse sus pasos, volvió a sumirse en un estado de semiinconsciencia. La siguiente vez que despertó, percibió voces de sirvientes y el trajín en el pasillo. —Pensé que tendríamos una semana libre, pero nos llamaron antes. Dicen que Ricardo organizará una gran fiesta para Julieta, dentro de dos semanas. —Van a redecorar toda la mansión, contrataron al mejor equipo de diseño. Julieta tiene mucha suerte. Ricardo la tiene en la palma de su mano. Nada que ver con... —Con Lorena, que apenas tiene el título de esposa. Me contaron que pasó tres días encerrada y recién la dejaron salir. Lorena abrió lentamente los ojos. Dos semanas. Para entonces ya tendría el acta de divorcio y su libertad. Se prometió resistir ese último tramo, recuperar las pertenencias de su madre y marcharse. Las dos semanas se esfumaron. El día de la fiesta, Lorena seguía en su cuarto, oyendo las voces que subían desde el salón. De pronto, distinguió las voces de Ricardo y Julieta fuera de su puerta. —Ricardo, este juego de joyas es precioso, combina perfectamente con mi vestido de hoy. Pero, ¿no era de Lorena? ¿Debería pedirle permiso? —No importa. Lorena nunca lo usa. Además, ella te debe demasiado. Prestártelas es lo mínimo. Lo único que importa es que a ti te guste. El corazón de Lorena se agitó. Abrió la puerta a la fuerza y, por la rendija, vio a Ricardo bajando las escaleras con Julieta del brazo. Ella vestía un deslumbrante traje de gala; los diamantes centelleaban bajo la luz. Lorena se quedó paralizada al darse cuenta de que esas joyas eran las reliquias de su madre. Su madre había fallecido hacía años, y ese conjunto de joyas era su favorito, el último recuerdo valioso que le había dejado. Ricardo sabía lo que significaban para ella y, aun así, las usaba para halagar a Julieta. Soltó una risa amarga, empujó la puerta y bajó corriendo. Furiosa, le arrancó el collar a Julieta. —¡Devuélveme lo que es mío! Julieta soltó un grito, retrocediendo con desesperación. El tirón rompió el broche y todas las piezas cayeron al suelo con un estrépito metálico. El alboroto atrajo a Ricardo, que se acercó de inmediato. Julieta, con ojos humedecidos, se refugió detrás de él. —Ricardo, Lorena me atacó de repente. Quiso arrebatarme las joyas. Ricardo fijó la mirada en Lorena, que se inclinaba a recoger una a una las piezas esparcidas. —¿Qué clase de espectáculo es este? Con tantos invitados, ¿no puedes comportarte? Siempre fuiste inferior a Julieta en eso. Devuélvele sus joyas de inmediato. Lorena, con los ojos enrojecidos y la voz ronca, replicó: —Son mías. Julieta, escuchando los murmullos de los presentes. Se aferró con más fuerza al brazo de Ricardo y, con voz temblorosa, dijo: —¿De qué habla, Ricardo? Estas joyas son mías. ¿Verdad que sí? Lorena fijó sus ojos en Ricardo. Sabía que si él admitía que las joyas eran suyas, Julieta perdería para siempre la posibilidad de entrar al círculo de la alta sociedad. Quería comprobar si ese hombre, que siempre se había jactado de separar lo privado de lo público, sería capaz de mentir por Julieta. Bajo la mirada de ambas, Ricardo abrió la boca lentamente: —Estas joyas siempre fueron de Julieta. Si quieres, te compro unas, pero no puedes arrebatar cosas ni calumniarla en público. ¡Me haces quedar mal! Lorena observó cómo Julieta soltaba un suspiro de alivio, mientras Ricardo hablaba con tanta rectitud. Y, de pronto, recordó. En el baile de disfraces, cuando estaban en la secundaria, unas compañeras la acusaron falsamente de robo. Rodeada de críticas, Ricardo se puso frente a ella y gritó que siempre confiaría en su palabra. En aquel momento, él había sido su héroe. Pero el héroe ya no existía. Y lo suyo no tenía regreso. Un vacío helado le atravesó el pecho. Respondió con voz apagada: —No te preocupes. Nunca más volverás a perder la cara por mí. Ricardo frunció el ceño ante sus palabras, pero de todas formas llamó a los guardias. Lorena fue escoltada fuera del salón. —Qué miserable, Lorena. En plena fiesta intenta robar y culpar a otros. Por suerte, Ricardo fue justo, o Julieta habría quedado mal. —Yo creo que pronto habrá cambio de esposa. Ricardo solo vive pendiente de Julieta, mientras a Lorena la trata como un estorbo. —Dicen que Julieta es tan bondadosa y encima una diseñadora destacada. No como Lorena, que no sabe hacer nada y tiene mal carácter. Si yo fuera Ricardo, también elegiría a Julieta. Los murmullos se desvanecían mientras Lorena apretaba los fragmentos de joyas. Ya no sentía nada. Los guardias la devolvieron a su habitación y le entregaron una caja de madera. —El presidente Ricardo dijo que aquí están tus reliquias. Quédate tranquila en el cuarto y no vuelvas a molestar la fiesta. Los dedos de Lorena temblaban tanto que casi no lograba abrir la tapa. Respiró hondo y, de golpe, la levantó. Dentro solo encontró la base de terciopelo cubierta de polvo. Sus pupilas se contrajeron. —¿Esto es lo que llamas devolverme las reliquias de mi madre? —Susurró ronca. Los fragmentos que aún apretaba le quemaban la palma y se incrustaban en su piel. Los arrojó dentro de la caja. —¿Por qué? —Su voz estalló en un grito. —¿Una y otra vez mentirme, burlarte de mí? ¿Ni siquiera las cosas de mi madre me puedes dejar? Abrazó el cofre, sus uñas raspando la madera áspera. Toda la ira contenida, la confianza traicionada y la nostalgia por su madre la destrozaron de golpe, transformándose en lágrimas que caían sobre la caja vacía. El guardia, con tono desdeñoso, agregó: —El presidente Ricardo lo dijo: Julieta es tan perfecta que su reputación no puede mancharse. Tu reputación no sirve de nada. Hoy cargaste con la culpa por Julieta; después él te compensará. Luego giró la llave, cerró la puerta y se marchó. Lorena se secó el rostro y marcó un número: —Cuando tenga el acta de divorcio, ven a recogerme por la puerta trasera. Ya había enviado a resguardo todo lo importante. Guardó lo poco que quedaba en su equipaje y, tras mirar una última vez la habitación vacía, abrió la ventana y saltó hacia la libertad. Mientras la fiesta seguía en pleno apogeo, ella ya estaba en el aeropuerto. Sentada en la sala de embarque, borró y bloqueó a Ricardo y Julieta. Y luego partió en dos la tarjeta SIM para tirarla a la basura. Cuando el avión despegó, su reflejo en la ventanilla mostraba un rostro sereno. Miró hacia el cielo abierto y murmuró para sí: —Adiós para siempre, Ricardo.

© Webfic, todos los derechos reservados

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.