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Capítulo 5

Andrea flotó en el mar durante tres horas. Las heridas de su cuerpo, al entrar en contacto con el agua salada, le dolieron diez veces más, pero ella resistió con valentía mordiéndose los labios, hasta que, extenuada, finalmente lo logró. Subió al barco deshecha por completo, jadeando sin poder recuperar el aliento. Tenía el collar apretado con todas sus fuerzas en la mano; una oleada de recuerdos la invadió. Cuando la empeñó, Jaime le había prometido que la protegería toda la vida y que la amaría solo a ella. Ahora, todo eso se había convertido en una burla. No pudo evitar con amargura alzar la cabeza y soltar una carcajada. Pero, mientras reía, las lágrimas brotaron incontrolables y el dolor en el pecho se volvió insoportable. Al llegar a casa, Andrea cayó con fiebre alta. Tirada en la cama como un perro, se sentía tan débil que ni siquiera podía levantarse a buscar un simple vaso de agua. Fue entonces, cuando Jaime regresó. Él la levantó de la cama de un tirón. Andrea creyó que la llevaría al hospital, así que de manera obediente subió al auto. Pero a mitad de camino, notó que algo no iba bien. —Jaime, este no es el camino al hospital. ¿A dónde vamos? —¿Al hospital? Jaime dejó escapar una sonrisa endemoniada y le gritó: —¡Ni siquiera has resuelto el desastre que causaste y ya quieres ir al hospital! Andrea, aturdida por la fiebre, tardó un rato en comprender lo que quería decir. Solo al llegar al lugar lo entendió. Todo era por Yolanda. A causa de la presión mediática, numerosos internautas la atacaban sin piedad alguna y Yolanda se vio obligada a presentar su renuncia y mudarse esa misma noche a la vieja casa donde solía vivir. En ese momento, estaba a punto de lanzarse desde un edificio. Jaime llevó corriendo a Andrea hasta la azotea; Yolanda, nerviosa al verlos, retrocedió apresurada: —¡No se acerquen! —¡Yolanda, no hagas una locura! Jaime estaba tan nervioso que le temblaban las manos, mientras suplicaba incesante: —Ya la traje. Andrea dijo que te va a pedir perdón y que va a aclarar todo públicamente. ¿Pedir perdón? ¿Por qué? ¿Aclarar públicamente? Al oír esto, Andrea recobró un poco de lucidez. —Eso es imposible —replicó con firmeza, aguantando el malestar—. ¿Por qué tengo que pedirle perdón? Ellos fueron quienes tuvieron una relación inapropiada. ¿Por qué la víctima debía pedir disculpas? Yolanda apretó rabiosa los puños. Sin embargo, mantuvo la expresión de tristeza: —Sí, señora Andrea, por supuesto que usted no tiene que pedir perdón. Es mi destino miserable lo que hace que me humillen y se burlen una y otra vez de mí. Estaría mejor muerta. Jaime, alarmado, gritó a todo pulmón: —¡No lo hagas! Luego se volteó hacia Andrea y, furioso, le gritó: —¿Cómo puedes ser tan fría y cruel? ¿Qué te cuesta pedir disculpas? Apenas terminó de hablar, le dio una patada. Andrea cayó de rodillas, el dolor le atravesó las piernas. Jaime, de pie frente a ella, la amenazó: —Si no te disculpas y no aclaras todo este malentendido, solo me quedará tomar medidas drásticas contra la empresa de tu padre. Andrea, recordando lo que vivió en su vida pasada, aguantó las lágrimas y levantó orgullosa la cabeza: —Jaime, ¿tantos años juntos no valen más que Yolanda? Era la pregunta que la Andrea de su vida anterior también quería hacer. Habían compartido diez años, con sufrimientos y momentos felices, pero, al final, todo terminó destruido. Jaime vaciló por unos minutos, pero enseguida volvió a su actitud autoritaria y la presionó de nuevo: —¿Te disculpas o no? ¿Acaso tenía otra opción? Sin pensarlo una lágrima rodó por la mejilla de Andrea y, tragándose el orgullo, dijo: —Señorita Yolanda, lo siento. Ahora mismo haré la aclaración. Sacó su celular y publicó una extensa declaración para limpiar el nombre de Yolanda. Jaime, tras asegurarse de que cumpliera, fue hacia Yolanda y le habló con dulzura: —Yolanda, ¿lo escuchaste? Baja, por favor, ya está todo bien. La abrazó, angustiado, y la ayudó a bajar. Andrea contempló la escena con un dolor insoportable en el pecho. Apenas pudo ponerse de pie, Yolanda se acercó, le tomó la mano y le agradeció: —Gracias, señora Andrea. Pero, de espaldas a Jaime, le dirigió una sonrisa de triunfo. Y le susurró: —Como mujer, ¿no te parece muy triste tu situación? Andrea, enfurecida, intentó zafarse de su mano. Pero Yolanda la sujetó más fuerte y la arrastró unos cuantos pasos hacia atrás, ambas tambaleándose hacia la barandilla. —¡Ah! Gritaron al mismo tiempo. Jaime intentó alcanzarlas, pero solo logró sujetar la mano de Yolanda. Y Andrea cayó inevitablemente al vacío. Mientras caía, los recuerdos con Jaime desfilaron uno tras otro por su mente, como si todo se reprodujera una vez más. Al final, él había elegido a Yolanda.

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