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Capítulo 6

—¡No es asunto tuyo! Ella fue a tomar el teléfono, pero él se lo quitó. —¡Devuélvemelo! Ella intentó recuperarlo, pero él le sujetó la muñeca, con fuerza hasta que ella arrugó la frente de dolor. —¡Suéltame! —Dímelo, ¿para dónde compraste el billete de avión? —Los ojos de Guillermo se clavaron en ella. —¡Me voy de vacaciones a Maldivas con un modelo masculino! ¿Satisfecho?! Dolores alzó la cabeza con terquedad, sin ceder un paso. —¿Un modelo? —El rostro de Guillermo se ensombreció y dejó escapar una risa—. Parece que hace demasiado que no te doy una lección. —¿Qué quieres decir? Dolores sintió un mal presentimiento. Giró para escapar, pero él la jaló de vuelta y la presionó contra la pared de vidrio de la oficina. —¡¿Qué vas a hacer?! Sin ninguna consideración, él bajó el cierre de su vestido por la espalda, dejando al aire gran parte de su cuerpo. —¡Guillermo! —Estaba asustada—. ¡Estás loco! Esta es tu oficina... —No es como si nunca lo hubiéramos hecho aquí. Él le sujetó las manos y las inmovilizó contra la pared. —¡Pero es vidrio! —¿Y qué? —Sus labios rozaron su oído y su voz sonó amenazante—. Lola, tú fuiste quien me provocó. Tienes que aceptar el castigo. Ella sintió cómo el frío le recorría todo el cuerpo hasta dejarla rígida. ¿A Viviana la trataba como si fuera un tesoro y a ella podía castigarla a su antojo, sin la más mínima consideración? ¿Solo porque ella la había humillado en la reunión, no solo la iba a denigrar sino que también la iba a exponer para destruir su dignidad? —¡Mm! Toda su resistencia era insignificante para él. Fue obligada a quedar pegada contra la fría superficie de vidrio, mirando a la gente pasar. Se mordió el labio inferior con fuerza para no emitir sonido alguno. Pero él, parecía empeñado en quebrar su orgullo, penetrándola más profundamente. Finalmente, ella no pudo soportarlo más y sus uñas arañaron el vidrio con tal fuerza que produjo un chirrido agudo. Sintió que la gente afuera la miraba, viendo toda su humillación. Algo en ella se quebró y las lágrimas brotaron, cayendo junto a su cuerpo exhausto. Él la levantó con un solo brazo, le subió el cierre y, al verla al borde del colapso, se quedó un instante inmóvil. Su voz se suavizó un poco. —No te preocupes, el vidrio es nuevo. Desde afuera no se ve nada y está insonorizado... ¡Paf! Dolores le dio una cachetada, con los ojos enrojecidos. —¡Eres un loco! Mordiéndose los dientes, se alejó cojeando. ¡Él estaba loco! Por suerte, no siguió preguntando por el asunto de los billetes de avión. De lo contrario, con lo controlador que era, habría hecho algo más humillante. Dolores apretó el teléfono en su mano, lista para regresar y empacar su equipaje. Apenas llegó al primer piso de la empresa y estaba por llamar un taxi, vio a Viviana agitándole las llaves de un auto deportivo de última gama frente a la cara. —Este es el auto nuevo que mandó hacer especialmente para mí. Solo existe uno en el mundo. Viviana sonrió. —Dolores, ¿quieres que te acerque? —No, gracias. —Ella soltó una risita y se tapó la nariz—. No me gustan los autos que huelen a hipocresía. —¡Dolores! Ya sin público, dejó caer su máscara. —¡Eres demasiado terca! Te lo advierto: pronto haré que papá y mamá te echen de la casa. Ella la miró con desprecio. —Ese lugar solo puede importarle tanto a una inútil como tú. El semblante de Viviana se oscureció al instante. La agarró con fuerza y gritó: —¡Repítelo! —¡Aunque lo repita diez mil veces, sigues siendo basura! ¡Suéltame! En medio de la disputa, un chasquido ensordecedor resonó. Dolores alzó la vista y vio la enorme lámpara del techo desprenderse, cayendo sobre ellas. El grito agudo de Viviana le perforó los oídos. En el último instante, vio a Guillermo correr hacia ellas con pánico. Pero él la pasó de largo y de un tirón atrajo a Viviana a su pecho. Dolores, en cambio, fue golpeada de lleno por la lámpara. La sangre brotaba a borbotones mientras su cuerpo convulsionaba. Sintió como si su carne se desgarrara, el dolor la rompía. A duras penas mantuvo los ojos abiertos para mirar a Guillermo. Ese hombre que, aunque la reprendía, la llegó a proteger en los momentos de peligro. En ese instante, estaba protegiendo a Viviana, sana y salva en sus brazos, lleno de preocupación, sin dedicarle ni una sola mirada. Y Viviana volvió a mostrar su sonrisa de vencedora, como si dijera... Dolores, perdiste otra vez. Ella sonrió y, de tanto hacerlo, las lágrimas comenzaron a fluir. La garganta se le llenó de sangre y amargura; el dolor la dejó sin aliento. Ya no le quedaban fuerzas y se hundió en la oscuridad.

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