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Capítulo 7

No sabía cuánto tiempo había pasado cuando volvió a despertar; entonces descubrió que se encontraba en el hospital. Dos enfermeras charlaban animadamente a un lado. —¿No crees que los dos chicos guapos de la 608 de al lado son demasiado amables? Esa señorita Valeria solo sufrió una herida leve y, aun así, los dos estaban tan preocupados que incluso la cargaban para llevarla al baño. —Dímelo a mí. Hace un momento, la señorita Valeria se sirvió un vaso de agua por sí misma y esos dos chicos guapos casi se volvieron locos de nervios, con miedo de que le pasara algo. —En comparación, esta señorita Sofía es realmente digna de lástima; ya pasó todo un día, ¿no?, y ni una sola persona vino a visitarla. —Así es, de verdad que la suerte no es igual para todos. Sofía puso la mano sobre su pecho; el corazón que antes le dolía hasta desgarrarse ya se había vuelto insensible. Su amor por Salvador, por fin, se había extinguido. No pasó mucho tiempo antes de que Salvador entrara. Al ver a Sofía tendida en la cama, tranquila y pálida, no pudo evitar quedarse un instante atónito. En sus recuerdos, Sofía siempre había sido vivaz: en cuanto lo veía, sonreía radiante; se acercaba coqueta y estiraba los brazos, pidiéndole que la abrazara. También lo llamaba con cariño, Salvador. Pero no sabía desde cuándo ya no mostraba ninguna sonrisa. Cuando estaba frente a él, su mirada era tan serena que no presentaba la más mínima fluctuación. ¿Acaso había sido demasiado duro con ella últimamente? Pero si ella no hubiera maltratado a Valeria con tanta maldad, ¿por qué él la castigaría? Salvador apretó los labios con fuerza, se acercó y le sirvió un vaso de agua. —Valeria está gravemente herida; estos días Emilio y yo vamos a cuidarla juntos. Te he contratado a una cuidadora, llegará en un momento; si pasa algo, la llamas directamente. Sofía no tomó el vaso de agua; lo miró y asintió levemente. —Lo sé. Antes de irse, Salvador, llevado por un impulso inexplicable, volvió la cabeza, pero vio que Sofía tenía los ojos cerrados, ya se había quedado dormida. Bajo la luz del sol, su cara parecía incluso tres veces más blanca que la nieve, como una gota de rocío matinal a punto de disiparse. Debía de ser una ilusión suya. Ella era una persona viva y real; ¿cómo iba a desaparecer? Además, ella lo amaba tanto que, sin duda, no estaría dispuesta a dejarlo. Sofía permaneció otro día más en el hospital; cuando, desoyendo las advertencias del médico, se dio de alta, se encontró con Valeria, que venía a presumir y a provocarla. Sin levantar sospechas, activó la función de grabación en su teléfono. —Valeria, ¿a qué vienes? ¿A reírte de mí? Valeria recorrió con la mirada el aspecto miserable de Sofía, con una expresión de satisfacción. —Sí, he venido a ver lo miserable que eres. —¿Qué es exactamente lo que quieres? — Deja a la familia Ruiz y devuélveme todo lo que originalmente me pertenecía. De lo contrario, haré como antes y buscaré la manera de acabar contigo. Sofía la miró en silencio. —Entonces, en realidad no amas ni a Emilio ni a Salvador. Me incriminaste tantas veces solo para obligarme a irme. —Claro que los amo. Amo su riqueza, amo su estatus, amo todo lo que pueden darme, todo lo que deseo. También amo tenerlos jugando en la palma de mi mano. —Ya lo entiendo. Haré lo que deseas: me iré de la familia Ruiz y dejaré a Salvador. Sofía terminó de hablar y, arrastrando unos pasos lentos pero firmes, se dio la vuelta y se marchó. Durante la primera hora después de irse, fue a la casa de subastas y copió el video en el que Valeria se había autolesionado; junto con ese informe y la grabación de hacía un momento, lo dejó todo en el despacho de Salvador. En la segunda hora, tomó un taxi rumbo al aeropuerto y, al mismo tiempo, bloqueó y eliminó todos los medios de contacto de Salvador y Emilio. En la tercera hora, subió con Rubén a un avión con destino al extranjero. En el instante en que el avión se elevó, sacó la tarjeta SIM del teléfono, la partió en pedazos y la arrojó al cubo de basura. Se despidió de Salvador en su mente; esperaba que no volvieran a verse jamás.

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