Capítulo 1
Ana García descubrió que su esposo, Alejandro Fernández, no la amaba y lo obligó a divorciarse de ella.
Pero, de camino de regreso a casa, sufrió un accidente automovilístico y perdió la memoria.
Cuando volvió a despertar, Alejandro, en su papel de marido, le dijo que había sido secuestrada por alguien que le guardaba rencor, que pasó un tormento enorme y que por eso había perdido la memoria.
Desde entonces, Ana quedó atrapada en Villa Monte Real.
Solo porque Alejandro decía que no podía soportar que ella volviera a sufrir daño alguno, mandó construir aquella villa extremadamente segura para protegerla.
Así, Ana fue escondida por Alejandro durante tres años, como una amante clandestina.
Hasta que, aquel día, una mujer irrumpió en la villa.
Tomó un florero y golpeó a Ana hasta abrirle la cabeza.
La empleada, que normalmente era muy obediente con Ana, no se atrevió a ayudarla; en cambio, se dirigió a esa mujer con respeto y la llamó: —Señora Fernández.
En medio del dolor insoportable en la cabeza, Ana lo recordó todo.
Recordó también que aquella mujer que le había abierto la cabeza era precisamente la persona con quien Alejandro la traicionaba.
La estudiante universitaria Carmen González, a quien siempre había apoyado como si fuera su propia hermana.
......
Cuando Ana volvió a tomar conciencia, percibió un fuerte olor a desinfectante.
Intentó desesperadamente mover los ojos, pero no consiguió abrirlos; solo escuchó, junto a su oído, la voz baja y acusadora de Alejandro.
—Carmen, cruzaste la línea.
—¿Quién te dio el valor para atreverte a ir a Villa Monte Real y lastimarla?
—Mi Ale, perdóname… es que estaba demasiado celosa.
Ana escuchó la voz de Carmen, tan dulce que parecía derretirse, pero que a ella le provocó un escalofrío.
—Dijiste que los lunes, miércoles y viernes estarías conmigo, y los martes, jueves y sábados con Ana, pero…
Carmen miró a Alejandro con resentimiento; sus labios rojos, mordidos con coquetería, mientras decía: —Pero esta última semana casi siempre has estado con Ana, y yo… estoy celosa.
Sus palabras complacieron mucho a Alejandro, cuyo semblante se suavizó un poco. —Aun así, no podías abrirle la cabeza.
—Además, con este escándalo, ¿cómo se lo voy a explicar a Ana?
Alejandro miró a Carmen con evidente desaprobación.
Pero Carmen, sin darle importancia, tiró de su manga. —Entonces dile la verdad; no puedes mantenerla encerrada toda la vida.
—Además, ahora que ha perdido la memoria, ya no es la señorita Ana de antes. Yo soy tu esposa legítima.
Alzó la barbilla, imitando la manera en que Ana lo había hecho alguna vez, y se burló: —Una esposa legítima golpea a la amante; eso es todo. Si la golpeé, la golpeé, ¿qué hay que explicar?
Aquellas palabras hicieron que el corazón de Ana, tendida en la cama del hospital, diera un vuelco repentino.
Tres años atrás, cuando Carmen le había enviado las fotos de ella con Alejandro en la cama, Ana no logró contener su temperamento y se había lanzado directamente a la empresa de Alejandro, propinando una cachetada a cada uno.
Cuando Alejandro la interrogó, se limitó a responder con ligereza: —La esposa legítima descubre la infidelidad de su marido con la tercera y le da una cachetada. Si la golpeé, la golpeé, ¿y eso necesita explicación?
Jamás imaginó que ahora esas palabras serían usadas por Carmen en su contra.
Y menos aún imaginó que Alejandro podía ser tan despreciable.
Durante esos años, no solo se había casado con Carmen, sino que, aprovechando que Ana había perdido la memoria, la engañó para convertirla en su amante, colocándola en una situación tan humillante.
—Ana, con su personalidad actual, sí que se ha suavizado mucho.
Tras un momento de reflexión, Alejandro soltó una risa leve. —Quizá ahora ustedes dos puedan llevarse bien.
Ana apretó el puño en silencio. Difícilmente él podría conseguir ese deseo, porque ella ya lo recordaba todo.
¿Quería que la señorita Ana, de la respetable familia García, fuera la amante de Alejandro? ¡Que siguiera soñando!
No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que Ana, por fin, con gran esfuerzo, logró abrir los ojos. La habitación del hospital estaba completamente vacía.
Tras recuperar el aliento, se obligó a incorporarse pese al mareo y, con el rostro lívido, llamó a Laura Rodríguez.
Tres años de encierro y engaño… él debía pagar.
Sin embargo, Ana llamó muchas veces, pero el teléfono de Laura no respondió.
Apretó el celular y entonces llamó a Carlos García, pero tampoco obtuvo respuesta.
¿Cómo era posible?
El corazón de Ana tembló ligeramente y, al final, llamó a una buena amiga.
—¿Hola? ¿Quién habla? Esta vez la llamada se conectó enseguida.
Ana dejó escapar un leve suspiro de alivio y respondió con voz ronca: —Marta, soy yo… Ana…
Ni siquiera había terminado de hablar, cuando la voz emocionada de su amiga estalló al otro lado. —¡Ana, de verdad eres tú! ¿No estabas muerta?
—Claro que no lo estoy, ¿cómo pudiste pensar que yo… me morí?
Ana arrugó la frente y le contó rápidamente a su buena amiga lo que le estaba pasando.
—¡Ese hombre tan ruin, Alejandro!
Apenas terminó de hablar, su amiga se indignó de inmediato por aquella injusticia; su voz se llenó de rabia.
—Ana, hace tres años, cuando tuviste el accidente de auto, en cuanto Carlos y Laura volvieron del extranjero, les dijeron que habías muerto y que tu cuerpo ya había sido incinerado.
—Cuando yo regresé, apenas alcancé a llegar a tu funeral.
—Después de eso, Carlos y Laura estaban muy tristes todos los días, no paraban de llorar, y Alejandro se llevó a Carmen a tu casa. Y él además…
Al llegar a ese punto, su amiga hizo una breve pausa y luego siguió hablando, rechinando los dientes. —Alejandro incluso dijo que, antes de morir, tú ya habías considerado a Carmen como a una hermana, así que la dejó acompañar siempre a Carlos y a Laura.
—Al final, Carmen fue reconocida como la hija adoptiva de tu familia, tomó el apellido García y se quedó con todo lo que era tuyo.
—Hace un año, antes de morir, Carlos y Laura no solo entregaron el Grupo García a Alejandro, sino que además tomaron la decisión de casar a Carmen con él…
Ana ya no escuchó el resto de las palabras de su amiga.
Tenía la cabeza zumbando y no se atrevía a creer lo que acababa de escuchar.
Sus padres ya habían muerto.
Y Alejandro había sido tan cruel.
No solo no le permitió verlos por última vez, sino que dejó que Carmen ocupara su lugar, se casara con él y, en cambio, mantuvo a Ana escondida en Villa Monte Real como una amante.
Con razón Alejandro estaba tan seguro de poder tenerlas a ambas y de que ella y Carmen podrían llevarse bien.
Resultaba que ya no le quedaba ningún apoyo.
Aunque recuperara la memoria, ¿de qué le serviría?
Mientras Alejandro quisiera, podía mantenerla encerrada en Villa Monte Real toda la vida.
En ese momento, el corazón de Ana se sintió como si fuera desgarrado por un afilado cuchillo; el dolor era insoportable.
—Ana, ¡Ana! ¿Estás bien?
La voz preocupada de su amiga llegó por el teléfono. —Dime dónde estás, iré a buscarte enseguida.
—¡No!
Ana respondió con la voz ronca, helada y cortante como un cuchillo: —Alejandro me ha engañado así, me ha maltratado y humillado. ¡Debo vengarme!
—¿Vengarte?
Apenas terminó de hablar, la voz de Alejandro resonó a su espalda, profunda. —Ana, ¿volviste a recordarlo todo?