Capítulo 1
En Río Alegre todos sabían que Sandra Díaz tenía un esposo ejemplar, obediente y amoroso.
Pero no había pasado mucho desde que tuvo a su bebé cuando recibió un mensaje por WhatsApp de un número desconocido.
El mensaje contenía solo una frase:
[Alejandro te ha traicionado. Tengo pruebas].
Una frase tan breve se clavó de golpe en sus ojos, dejándola sin aliento.
Instintivamente levantó la cabeza y vio a Alejandro González de pie junto al lavabo, inclinado, lavando a mano el pantalón manchado de loquios que ella acababa de cambiarse.
El renombrado y distinguido dueño del Grupo Solandino, realizando con naturalidad las tareas de un sirviente.
Todo porque nunca confiaba en dejar sus asuntos en manos de otros.
Al notar su mirada, Alejandro giró levemente la cara, con una expresión tierna en los ojos. —El bebé todavía no se despierta. Aprovecha y duerme un poco más... ¿Por qué estás tan pálida?
Arrugó la frente, se secó las manos y se acercó. —¿Te vuelve a doler el pecho? Te doy un masaje.
Sandra soltó una risita, movió la cabeza y, tras ver salir a Alejandro, eliminó el mensaje.
Claro, era Alejandro.
Ese Alejandro que la amaba como a su propia vida, que desearía tenerla guardada en el pecho, cerca, siempre.
Aunque todos los hombres del mundo la traicionaran, Sandra jamás creería que él lo haría.
Se conocían desde pequeños, llevaban más de diez años juntos, y en Río Alegre todos sabían las locuras que Alejandro había hecho por ella.
Tenía ocho años cuando, al conocerla en una cena, se subió a la mesa redonda y gritó frente a todos los invitados que se casaría con ella.
A los dieciséis, al recibir su primer fondo fiduciario familiar, lo llevó directamente a la casa de los Díaz como regalo de bodas, y el padre de Sandra, Mario Díaz, lo echó a patadas.
A los dieciocho, finalmente logró ganarse a los padres de la familia Díaz. La noche de la fiesta de compromiso, estaba tan emocionado que se volvió loco de alegría, agarrando a todos del brazo mientras gritaba: —¡Me voy a casar con Sandra! ¡Mi Sandra!
Llevaban tres años de casados, y Alejandro la trataba como un tesoro entre sus manos todos los días. Se encargaba de todo personalmente y nunca permitía que otros intervinieran.
Incluso en el parto, algo de lo que muchos hombres huyen, él estuvo a su lado durante todo el proceso, y se conmovió tanto que lloró en el lugar.
Un hombre tan bueno con ella... Sandra no podía creer que Alejandro la traicionara.
Pero tres días después, recibió otro mensaje. [Si no me crees, revisa el bolsillo interior del abrigo de Alejandro].
Quienquiera que estuviera detrás del mensaje parecía tener total seguridad. El corazón de Sandra se fue apretando poco a poco por el miedo.
Con duda, lentamente metió los dedos en el bolsillo, sacando un pequeño bulto doblado... Y lo soltó como si la hubieran electrocutado.
Preservativos con olor a menta cayeron al suelo, de una marca que Sandra conocía muy bien.
Antes de que ella quedara embarazada, Alejandro los usaba cada día cuando hacían el amor.
Un paquete de doce condones.
Ahora, solo quedaban tres. Nueve estaban usados.
Sandra sintió como si alguien la hubiera golpeado en la cabeza con una barra. El dolor le nubló la vista.
Apretó y aflojó los dedos una y otra vez. Finalmente, contestó los mensajes de WhatsApp.
Pero la otra parte solo envió una dirección.
[Si quieres saber la verdad, ven].
Sandra fue de inmediato al lugar de la ubicación: una sala privada en un club exclusivo.
A través de una rendija en la puerta, vio a Alejandro, quien "supuestamente había salido a firmar un contrato importante".
Allí estaba, besando apasionadamente a una mujer hermosa como si nadie los viera, abrazándola con tanta fuerza que parecía querer fundirla con su cuerpo.
Sandra también conocía a esa mujer: Nancy Castro, la nueva subgerente que Alejandro acababa de ascender.
Días atrás, en una comida familiar de los González, Alejandro incluso la había llevado como invitada especial y la elogió efusivamente durante la cena.
¡Así que esta era su "excelencia"!
Sandra recordó la mirada de Nancy aquel día, altiva y condescendiente, cargada de una lástima que ahora tenía sentido.
¡Y qué estúpida fue ella, sin entender nada, recibiéndola con entusiasmo y dándole la bienvenida a la mesa!
Sandra no sabía en qué momento sus mejillas se llenaron de lágrimas.
Mordió con fuerza su labio, intentando reprimir los sollozos de dolor, presionándolo tanto que terminó cubierto de sangre.
No podía entenderlo...
Nancy no se comparaba con ella ni en apariencia ni en temperamento, y aun así, Alejandro, quien la había amado como a su propia vida, la había cambiado.
Dentro de la sala, los dos finalmente terminaron aquel largo beso, mientras los amigos en común del círculo social silbaban y los animaban.
Uno de ellos bromeó: —Alejandro, con lo enamorado que estás... ¿Dirías que Nancy es mejor que Sandra?
Alejandro acomodó con ternura la ropa desordenada de Nancy, pero su voz fue tan fría que resultó cruel. —No hay comparación.
—Sandra, en el pasado, era insuperable. Pero la Sandra de ahora... Para ser sincero, llevo casi un año sin tocarla.
Los presentes se miraron entre sí, intrigados, y siguieron preguntando: —Alejandro, todos sabemos lo que hiciste para conquistar a Sandra. ¿Cómo es que en solo tres años ya te cansaste?
Esta vez, Alejandro guardó silencio por mucho tiempo antes de hablar. —No es eso. Yo todavía amo a Sandra. Pero... Ya no me nace tocarla.
—Cada vez que me acerco, lo único que me viene a la cabeza es lo horrible que se veía después del embarazo. Y ese día en la sala de parto...
Como si lo recordara de nuevo, arrugó la frente con fuerza. —Ustedes no lo vieron. Ese abdomen deformado y abultado, lleno de estrías... Y cuando hacía fuerza para dar a luz, se le salieron los esfínteres. Fue... repugnante.
—Sandra era la chica más limpia y pura que yo había visto. Me enamoré de ella desde que tenía ocho años... Pero ese día, estaba demasiado fea, demasiado aterradora.
—No pude superarlo. Incluso pensé que no volvería a tocar a una mujer en toda mi vida.
Al llegar a este punto, volvió a rodear a Nancy con un brazo, y su mirada se tornó repentinamente suave. —Nancy me hizo recuperar mi esencia. A los tres días de conocernos ya tuvimos sexo. Hoy es el día veintiocho, y ya hemos tenido sexo noventa y nueve veces.
—Nancy me prometió que no tendrá hijos.
Su voz sonó dulce, pero lo que decía era cruel. Y así, finalmente, destrozó por completo el mundo de Sandra.
—Ella siempre será limpia y hermosa... No como Sandra, que solo me da asco.
...
Sandra no sabía cómo había salido de allí.
Cuando reaccionó, ya estaba de rodillas junto a la cuna, temblando, observando la carita dormida del bebé.
La familia González llevaba tres generaciones teniendo un solo hijo varón.
Al principio, ella no quería tener hijos tan pronto, fue Alejandro quien le suplicó durante tres meses hasta que su corazón se ablandó y aceptó.
El día que vio las dos rayitas en la prueba, se sintió completamente perdida. Pero Alejandro estaba tan feliz que casi lloraba, abrazándola sin parar.
—¡Voy a ser papá! ¡Vamos a tener un bebé!
—Seguro que se parecerá a ti... Sandra, ¡soy tan feliz!
Sus lágrimas eran tan sinceras. Todo este tiempo, su amor por ella y por el bebé también lo parecían.
Pero a sus espaldas... Él decía que ella era fea.
Demasiado fea, demasiado aterradora, que le provocaba náuseas...
Cada una de esas palabras bastaba para destrozarla.
Con razón durante todo el embarazo, Alejandro no la tocó ni una sola vez. Incluso cuando ella se bañaba, él evitaba acercarse.
Una vez, preocupada de que él estuviera reprimiéndose demasiado, se acercó a él por voluntad propia. Él sonrió y la rechazó con suavidad. —No puedo. Me dolería si te lastimo a ti o al bebé.
Lo fingió tan bien, que Sandra no notó ni una señal.
"¿Pero no fue por él que yo terminé así?".
Aun así, el mismo día en que ella salió del quirófano, Alejandro conoció a Nancy.
¡Y tres días después ya se acostó con ella!
El dolor la golpeó con fuerza. Sandra no pudo más, y rompió en llanto.
Las lágrimas caían en grandes gotas, estrellándose sobre la cuna.
El bebé gimió y abrió los ojos. Su pequeña mano se aferró al dedo de ella, arrancándola del abismo de su sufrimiento.
Aunque seguía temblando de dolor, Sandra se obligó a tomar el celular y envió un mensaje al contacto que había agregado en WhatsApp.
[Eres tú, ¿verdad, Nancy?].
[Como deseabas tanto a Alejandro. Te lo regalo].
Alejandro decía que ella era fea.
Pero ahora, ella lo sentía aún más sucio.
¡A ese hombre, no lo quería más!