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Capítulo 4

Sandra recién se dio cuenta de que llevaba puesto un vestido corto y ceñido de color piel. El diseño ajustado acentuaba su abdomen y cintura aún no recuperados, mientras que sus brazos y muslos expuestos estaban cubiertos de estrías rosadas provocadas por el embarazo. Debido al ungüento que había aplicado y al que resultó alérgica, aquellas marcas se estaban tornando más oscuras, inflamadas, y le causaban una picazón desesperante. Solo podía contenerse con todas sus fuerzas para no rascarse de manera inapropiada. Los comentarios a su alrededor eran como cuchillas que se le clavaban en los oídos, torturándole los nervios. —¡Dios mío! ¿Esa es la señora Sandra? Pero si está... horrenda. —Qué horror. Escuché que después del embarazo una se vuelve medio tonta. ¿Será que ya no sabe ni elegir su ropa? Si yo fuera el señor Alejandro, tampoco querría a una mujer así. No hay comparación con la señorita Nancy. —Claro, el señor Alejandro adora a Nancy. Para que ella mantuviera su posición, él invirtió miles de millones para que lograra cerrar un contrato de cientos de millones... ¡Y aunque perdieron dinero, igual le hizo una fiesta para celebrarlo! Sandra tiraba de su vestido mal ajustado, parada entre decenas de invitados y medios de comunicación, casi derrumbada por la vergüenza. Quería escapar del centro de atención, pero Alejandro la sujetó del brazo con fuerza. —No hagas un escándalo. Hoy es el día de celebración de Nancy. Ella te invitó y hasta escogió el vestido para ti. No puedes ser caprichosa. Sandra no pudo zafarse, y sin querer causar una escena en público, no tuvo más remedio que soportar en silencio mientras era arrastrada para servir de contraste a Nancy. Durante la fiesta, Alejandro le ofreció a Nancy tres regalos importantes. Uno era el 11% de las acciones del Grupo Solandino, justo un punto más que el 10% que le había regalado a Sandra como presente de bodas. Otro, una joya de alta gama adquirida en la subasta de Venturis por 4.2 millones de dólares, la misma que Sandra había publicado días antes en Instagram diciendo que le gustaba. Y el último, una promesa. —Prometo que, de ahora en adelante, en el Grupo Solandino, Nancy y yo avanzaremos juntos y compartiremos toda la gloria y riqueza. Miraba a Nancy con una expresión profundamente amorosa. —A partir de hoy, tus palabras equivalen a las mías. Todos en el Grupo Solandino deberán obedecerte... ¿Estás feliz? Nancy, llena de sorpresa y emoción, fingió humildemente. —Ay, eso no está bien... Sandra se va a enojar. Pero Alejandro respondió: —No importa. Ella se encarga de la casa, tú de la empresa. No hay conflicto. ¡Dijo que no hay conflicto! Ese descarado deseo de querer tener a las dos mujeres al mismo tiempo fue captado por los invitados y los medios, quienes intercambiaron miradas discretamente. Sus miradas volvieron a posarse sobre Sandra, con una expresión burlona. Aunque una dirigía el hogar y la otra la corporación, era obvio que el pequeño mundo doméstico no se comparaba en lo absoluto con el vasto imperio del Grupo Solandino. Dónde estaba el corazón de Alejandro era más que evidente. Sandra estaba completamente pálida, soportando esas miradas que la despedazaban por dentro, sin levantar la vista ni decir palabra. Sin embargo, en su mano, escondida a la espalda, ya se habían marcado surcos de sangre por lo fuerte que se había enterrado las uñas en la palma. A mitad del evento, mientras Alejandro presentaba a Nancy ante los invitados, Sandra se retiró al segundo piso, a una sala privada para descansar. La fiebre que volvía a subir, junto con una picazón insoportable por todo el cuerpo, la tenían agotada. Apenas se recostó en el sofá, cayó rendida en un estado casi inconsciente. Entre el sueño y la vigilia, le pareció oír la voz de Alejandro. Seguía siendo tan tierno y atento como antes, pasándole una toalla fría por la frente. —Estás tan enferma... Me tienes muy preocupado. Tras tantos años de cuidados, Sandra se acercó a él por puro instinto, pero enseguida escuchó sonidos que rompieron toda armonía. —Alejandro sí que la consiente... Me da celos. —No tengas celos... Bésame. —¡Ay no! ¡Tu esposa está aquí al lado! —No importa. Ya comprobé que duerme profundamente... Poco después, llegaron hasta sus oídos el roce de la ropa, y los gemidos entrecortados de una mujer. Sandra sintió que estaba atrapada en una pesadilla. Quiso abrir los ojos, gritar, insultarlos... Pero no podía despertar. No sabía cuánto tiempo había durado aquella tortura, solo que fue tanto que acabó empapada en sudor frío, al borde de perder completamente el conocimiento. Solo entonces Alejandro pareció satisfecho. Él la tomó en brazos, con una voz ligera y alegre: —Sandra, vamos a casa. Volver a casa... Ella iba a volver a casa... ¡Pero no a la casa de Alejandro! Sandra, apoyada contra el pecho que tan bien conocía, percibió un aroma dulce y empalagoso. El estómago se le revolvió y sintió náuseas al instante. —Alejandro... Quiero volver a la casa de los Díaz. Murmuró con esfuerzo mientras luchaba por mantenerse consciente. Alejandro se detuvo en seco.

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