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Capítulo 8

—¿Silvia? Del otro lado, la voz temblorosa de Eduardo Rodríguez llegó a través del teléfono y, de inmediato, los ojos de Silvia se llenaron de lágrimas. —Soy yo. —Vaya, ¿acaso a las ranas les ha salido pelo o Armando tuvo un accidente de auto? Después de tantos años sin verlo, aquella lengua afilada y familiar hizo que Silvia soltara una carcajada. Sí, seguía siendo el mismo Eduardo que recordaba. Silvia tampoco se quedó atrás. —He oído que el abogado Eduardo ha estado en su mejor momento estos años, que hasta ahora no ha perdido ni un solo caso; así que vengo a traerte dinero. Eduardo guardó silencio unos segundos, de pronto comprendiendo a qué se refería. —Tú escoges el lugar. ... Cuando Silvia terminó de arreglarse, en el salón ya no quedaba rastro de Armando ni de los demás. No le dio mayor importancia y se marchó en auto de la casa de los Reyes. En la cafetería. La comisura de los labios de Silvia se contrajo ligeramente; enfrente, Eduardo la observaba con ojos de depredador, sin apartar la vista de ella ni un segundo. Tras un buen rato, Silvia, harta de ser escrutada, preguntó: —¿Eduardo, tratas así a todos tus clientes? —No es lo mismo. Los clientes que vienen a verme no están tan desgraciados como tú. Si no te miro bien ahora, luego ya no volveré a verte. Silvia no respondió. Eduardo seguía tan mordaz como siempre. En un momento de exaltación, incluso le dio un golpecito en la frente con el dedo. Un gesto que a ojos de los demás parecía de gran familiaridad. En ese instante, Silvia no lo sabía, pero en la sombra alguien ya había tomado una foto de la escena. Como fuera, ella solo quería ir al grano. Expresó directamente su propósito y le pidió a Eduardo que le ayudara a redactar un acuerdo de divorcio con separación total de bienes y un contrato para desligarse económicamente de Armando. —¿Separación total de bienes? Cuando Eduardo escuchó la propuesta de Silvia para el divorcio, casi se levantó para marcharse. —Silvia, ¿estás loca? ¡El marido fue infiel y aun así quieres irte sin nada! ¿Eres la Virgen María o qué? Silvia esbozó una sonrisa amarga. Ella simplemente no quería seguir enredada con Armando. La fortuna de él no le importaba, ni la quería. —No es que no quiera nada, mira este material. Silvia le explicó por encima las ganancias que recibía cada año de las acciones de la empresa de Armando. No quería tocar el patrimonio personal de Armando. Pero los dividendos anuales de la empresa eran suyos por derecho. Durante los años más duros había sido ella quien recorría el mercado consiguiendo proyectos. Que la compañía creciera hasta lo que era hoy se debía en gran parte a su esfuerzo. —Silvi, eres demasiado blanda. Si fuera yo, me llevaría la mitad de sus bienes y luego vería la manera de hundir su empresa —dijo Eduardo con rencor. Silvia respondió con calma: —Yo solo quiero divorciarme cuanto antes, no quiero seguir enredada. —Está bien, déjamelo a mí. Silvia, todos estos años tú... —Eduardo se detuvo de repente, cambió el tono y sonrió—. Olvídalo, Silvi, ¡bienvenida de vuelta! Sí. Hacía mucho que debía "volver". ... Después de despedirse de Eduardo, Silvia regresó a la mansión. La empleada doméstica que Silvia había citado dos días antes llegó para la entrevista. —Srta. Silvia, buenos días, aquí están mis documentos. La empleada se llamaba Valeria Ruiz; Silvia ya conocía bien su historial. —Valeria, ya he revisado tu información de antemano. Silvia sacó un fajo de hojas tamaño A4 que había preparado con antelación, en las que estaban anotadas, línea por línea, las preferencias alimenticias y los pequeños hábitos de vida de Armando y Gustavo. Valeria se quedó un poco sorprendida. La impresión que le daba Silvia no era la de la dueña de la mansión, sino la de una administradora que servía a los verdaderos propietarios. Conocía a Armando y a Gustavo al detalle: desde sus rutinas diarias hasta el sabor de pasta de dientes que preferían y la longitud de los calcetines que usaban. —Aquí tienes el recetario, Valeria. Prepara algunos platos para el almuerzo y probaré tu sazón. Valeria sonrió amablemente. —De acuerdo, Sra. Reyes, voy a empezar enseguida. Silvia no se dio cuenta de la mirada compleja que Valeria le dirigió. Subió directamente al piso de arriba. Permaneció allí hasta el mediodía, cuando recibió un mensaje de Armando: [No vuelvo a comer. No me esperes]. Silvia lo leyó y no respondió. Había tomado café por la mañana y al mediodía no tenía apetito; apenas probó unos bocados. Cansada por el embarazo, durmió la siesta hasta las tres o cuatro de la tarde, cuando el teléfono fijo de la casa la despertó. —Silvia, ¿qué demonios haces todos los días? ¿Por qué tienes el celular apagado? Apenas descolgó, la voz fría y dura de Armando le produjo un dolor sordo en el pecho. ¿Desde cuándo le hablaba él con tanta impaciencia? Con una sonrisa amarga, Silvia miró su propio teléfono y contestó: —El celular se apagó porque se quedó sin batería. ¿Qué pasa? —¿Qué pasa? —Del otro lado, Armando soltó una risa cargada de ira—. Silvia, ¿así es como haces de madre? Gustavo se ha lastimado y está en el hospital. ¡Ven de inmediato! —¿Qué, Gustavo él...? "Tu-tu..." Armando ya había colgado. Silvia no se detuvo a pensar más; con el corazón encogido se cambió de ropa a toda prisa y salió disparada hacia el hospital. ... En el hospital, en la habitación. Gustavo estaba de espaldas a Silvia, con la rodilla envuelta en vendas. Ella no podía ver bien qué tan grave era la herida. Por boca de la enfermera supo que Gustavo se había caído mientras jugaba en el jardín de la guardería y se lastimó la pierna. —Gustavo, ¿te duele mucho la herida? Silvia se inclinó para acercarse, pero Gustavo giró la cara hacia el otro lado de inmediato. Temiendo que se moviera y se lastimara más, Silvia no se atrevió a insistir ni a interrogarlo. En la habitación reinaba el silencio, y Silvia no podía evitar preguntarse de verdad: "¿qué había hecho tan mal como madre para que su hijo la odiara de esa manera?" Mientras estaba sumida en sus pensamientos, la puerta se abrió de golpe. Armando entró con una frialdad palpable. —Silvia, ¿así es como haces de madre? ¡Cuando Gustavo se cae, se lastima y termina hospitalizado, ¿dónde estabas tú?! Silvia arrugó la frente. "¿Acaso se suponía que debía estar las veinticuatro horas del día pegada a Gustavo?" —Me sentía mal, me quedé dormida y no me di cuenta de que el celular se había apagado por falta de batería. Explicó Silvia mientras miraba la pierna herida de Gustavo. Era cierto que no había atendido la llamada; eso era culpa suya. —Ah, ¿sí? ¿Te sentías mal y te dormiste? —Armando arrugó la frente con expresión sombría y replicó con voz gélida—: Silvia, ¿desde cuándo te has vuelto tan mentirosa que sueltas lo primero que se te ocurre? —¿Qué quieres decir con eso? Bajo la mirada sarcástica de Armando, la cara de Silvia se encendió de rabia. ¿Es que acaso había olvidado que el día anterior había terminado en urgencias por una reacción alérgica? —¿Dormida, dices? La sonrisa de Armando se volvió aún más siniestra. De repente lanzó un fajo de fotos que se esparcieron frente a Silvia. —¿Dormida porque estabas indispuesta… O durmiendo con otro hombre? —¡Dices que estabas enferma y aun así tenías energías para coquetear con otro! Silvia se quedó atónita y bajó la vista. Por el suelo estaban esparcidas decenas de fotos: en cada una aparecía ella con Eduardo en la cafetería. Algunas los mostraban sonriendo el uno al otro, otras a Eduardo tocándole la frente con el dedo mientras reía y la reprendía en broma. Otras con Eduardo mirándola fijamente... Las tomas eran demasiado precisas, claramente hechas con premeditación. —¡Habla! —¿Esto es lo que llamas "celular sin batería"? Gustavo se lastima y lo llevan al hospital, no te localizamos por ningún lado, pero para salir con otro hombre sí que te alcanzó la batería, ¿no? Su voz estaba cargada de rabia genuina, sin un ápice de calidez. —Silvia, será mejor que me lo expliques bien. ¿Qué relación tienes con él? ¿Y estos días que has estado tan alterada, es por él?

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