Capítulo 5
Elena yacía en un charco de sangre, con la vista cada vez más borrosa.
Observaba a Juan mientras él protegía cuidadosamente a Viviana en sus brazos y en su mente cruzaron incontables escenas...
La primera vez que lo vio, su mirada tras los lentes de oro era tan fría como el hielo.
Cuando discutían, ella le echaba sal en el café, pero él se lo bebía entero sin cambiar de expresión.
La primera vez que él la sujetó sobre el escritorio ella, por el dolor, le mordió el hombro hasta romperle la piel; después, ella lo fue amando cada vez más, tanto que en su cumpleaños decoró toda una mansión, pero solo recibió a cambio los rumores entre él y Viviana...
Y aquella vez, cuando con los ojos enrojecidos caminó sola cinco kilómetros hasta el cementerio a ver a su madre y los tacones le llenaron de ampollas los talones, fue Juan quien la encontró, le quitó en silencio los tacones, los llevó en una mano y con la otra la cargó de regreso a casa.
En ese momento, sus lágrimas se deslizaron por el cuello de él y pensó: "Si pudiera caminar así toda la vida, tampoco estaría tan mal".
Después de la muerte de su madre, por fin había alguien que la llevaba de vuelta a casa.
Pero al final, todos los recuerdos se convertían en la escena de Juan protegiendo a Viviana en sus brazos.
...
"Bip, bip, bip..."
El sonido de los aparatos médicos devolvió a Elena a la realidad.
Abrió lentamente los ojos y escuchó, entre sollozos, la voz de Viviana que provenía de la habitación de al lado.
—Fue mi culpa, no debí discutir con Elena en medio de la calle... solo quería llevarla a casa... Juan, ¿por qué me salvaste a mí primero? Si Elena lo sabe, seguro se enfadará...
Juan le limpió las lágrimas con la mano. —No es tu culpa.
Su voz era tan suave, un tono que Elena jamás le había oído antes.
—Si volviera a pasar, aun así te salvaría a ti primero —murmuró en voz baja—, tu salud es frágil, no puedes volver a lastimarte.
Tras una pausa, añadió: —Además, ella no tiene motivo para enfadarse.
Elena sintió un apretón repentino en el pecho, como si una mano invisible le retorciera el corazón con fuerza.
Claro, ¿qué relación tenía ella con Juan? ¿Qué derecho tenía para enfadarse? A quién salvar, era decisión suya.
—No llores más, ve a descansar —,le consoló Juan suavemente.
Le habló con dulzura durante mucho rato, hasta que Viviana por fin se marchó.
Cuando la puerta de la habitación se cerró, Juan se volvió y entonces se dio cuenta de que Elena llevaba rato despierta. Ella solo lo miraba en silencio.
En su cara no había ni rastro de incomodidad; con la misma expresión de siempre, dijo: —Solo tienes heridas superficiales, pero sé que te gusta cuidarte y temes el dolor, así que he llamado al mejor equipo médico. No te quedará ninguna cicatriz.
Si hubiera sido antes, Elena seguramente habría llorado y hecho un escándalo, exigiéndole saber por qué salvó a Viviana primero.
Pero ahora, solo respondió con calma: —Entiendo, gracias. Te devolveré los gastos médicos dentro de quince días.
Las cejas de Juan se fruncieron levemente, como si le sorprendiera que ella le diera las gracias.
Además, ¿por qué siempre mencionaba "dentro de quince días"?
Sin embargo, no preguntó más; pensó que era solo otro de sus malos humores, una forma de sarcasmo.
...
En los días siguientes Juan, en un hecho poco común, pospuso todo su trabajo y se quedó en el hospital, cuidándola.
Lo extraño era que Elena ya no se aferraba a él como antes.
Recibía el tratamiento, comía y dormía en silencio, y, esa tranquilidad le provocaba a él una inexplicable incomodidad.
—¿Sigues enojada? —Le preguntó Juan por fin mientras la acompañaba a recibir una inyección.
—¿Enojada?
—Estás molesta porque ese día no te salvé a ti —hizo una pausa—. Tenía razones para salvar a Viviana primero, ella y yo...
Antes de que Juan pudiera terminar la frase, se escuchó un alboroto en el pasillo.
—¿Qué sucede? —Una joven enfermera pasó corriendo.
—Dicen que la hijastra del jefe de Grupo Sombraluz se cayó por las escaleras —murmuró otra enfermera en voz baja—. La acaban de traer a urgencias. El señor Leonardo estaba tan pálido del susto que la trajo él mismo en brazos. Es raro ver a un hombre ser tan bueno con una hijastra...
Elena levantó la mirada hacia Juan y, efectivamente, notó el cambio en su expresión.
—Tengo un asunto que atender —se levantó apresuradamente, más rápido que de costumbre—. Volveré a verte más tarde.
Elena observó cómo se alejaba deprisa; sabía perfectamente a dónde iba.
Cerró los ojos, agotada, sintiendo que su corazón estaba completamente vacío.