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Capítulo 1

Benjamín Navarro había estado paralizado durante tres años y finalmente se había recuperado. Sus amigos organizaron una fiesta especial en un club privado para celebrarlo. Ángela Sánchez estaba de pie en la entrada del club, sosteniendo un regalo cuidadosamente preparado. Justo cuando iba a empujar la puerta, escuchó dentro las voces de Benjamín y sus amigos. —Benjamín, Ángela realmente ha sido muy buena contigo. Estos tres años, si no fuera por ella, ¿cómo habrías podido recuperarte tan bien? —Sí, ella te ayudaba a relajar tus músculos todos los días, te acompañaba en la rehabilitación, ni siquiera se atrevía a dormir profundamente por miedo a que tuvieras una crisis emocional en medio de la noche... Esa gratitud, deberías retribuírsela. —Es una muy buena persona —la voz de Benjamín sonaba baja y apacible. Las manos de Ángela temblaron levemente y una calidez surgió en su corazón. Al segundo, escuchó a alguien preguntar: —Entonces, ¿cuándo piensas casarte con ella? La sala privada quedó en un silencio aterrador. La mano de Ángela se quedó suspendida en el aire y su corazón comenzó a latir más rápido sin que ella lo pudiera evitar. Contuvo la respiración, como si estuviera esperando una sentencia. Después de mucho rato, la voz de Benjamín resonó, distante: —La veo como a una hermana. —¿Hermana? —la voz de sus amigos se elevó de repente—. Ella estuvo contigo durante tres años, ¿y solo la ves como una hermana? Benjamín, ¿no será que todavía amas a Elena? Cuando tuviste el accidente, ni siquiera se preocupó por ti, simplemente huyó, y ahora que te ve recuperado, recién aparece de nuevo. ¡Por más que te guste, no deberías querer estar con ella! Benjamín no respondió. Ángela permaneció fuera de la puerta, sintiendo cómo su corazón era oprimido. El silencio, en sí mismo, ya era una respuesta. Ella había creído que tres años de convivencia y dedicación le ganarían su amor, pero en el fondo, él solo amaba a aquella que lo había abandonado. Tres años atrás, Benjamín aún era el hijo predilecto del destino. Era un célebre egresado universitario, heredero de una empresa familiar, experto tanto en esquí como en equitación; incluso su cara parecía ser una obra de arte esculpida por Dios. Ángela, en cambio, era solo una estudiante pobre patrocinada por la familia Navarro. La primera vez que lo vio fue en una ceremonia de premiación en la escuela. Él estaba en la tarima, con una mirada serena y una figura erguida, como una montaña imposible de escalar. Ella, sentada en la última fila, apretaba con sus manos el sobre de la beca, sin atreverse siquiera a aplaudir con fuerza. En ese entonces, a su lado estaba Elena, una chica de noble cuna y extraordinaria belleza. Todos decían que ellos eran la pareja perfecta, como el príncipe y la princesa de un cuento de hadas. Hasta que ocurrió el accidente. Benjamín sufrió una lesión en la columna y el médico anunció que tal vez nunca volvería a caminar. Elena ni siquiera entró en la habitación del hospital; solo envió un mensaje de ruptura y desapareció sin dejar rastro. El joven noble que una vez estuvo en la cima cayó al abismo de la noche a la mañana. Se volvió irritable y sombrío, incluso intentó suicidarse. Sus padres, entre lágrimas, no supieron qué hacer. Fue Ángela quien dio un paso al frente. Se arrodilló frente a su silla de ruedas y le dijo suavemente: —Benjamín, todo va a estar bien, yo estaré contigo. Durante los tres años siguientes, aprendió distintas técnicas de masaje y dormía solo dos horas al día, temiendo que él pudiera tener pensamientos oscuros en la madrugada. Cuando él, fuera de control, trató de golpearse la pierna con una silla, ella no dudó en interponerse y recibir el golpe por él. Lo acompañó año tras año, convirtiéndose en la persona más importante de su vida. Todos decían que solo viendo a Ángela, Benjamín podía dormir tranquilo. Ahora que él se había recuperado, todos pensaban que se casaría con ella. Ángela también lo había imaginado. Pero llegado este momento, ¿cómo podía no entender lo que él sentía? Ahora que él estaba curado y Elena había regresado, ella, la "hermana", debía retirarse. Respiró hondo y empujó la puerta para entrar. Las risas y conversaciones en la sala se interrumpieron de golpe; todos la miraron y en los ojos de sus amigos reflejaban culpa. —¿Ángela? ¿Cuándo llegaste? —preguntó alguien, tentativamente. —Acabo de llegar —Ángela sonrió, fingiendo no haber oído nada, y le entregó el regalo a Benjamín—. Felicidades por tu recuperación. Justo cuando Benjamín iba a recibir el regalo, la puerta de la sala volvió a abrirse. Elena estaba en la entrada, los ojos ligeramente enrojecidos. —Benjamín, escuché que te recuperaste. Vine a felicitarte. La atmósfera en la sala se volvió tensa de inmediato. —¿Qué haces aquí? —los amigos de Benjamín pusieron mala cara—. Cuando Benjamín tuvo el accidente, huiste más rápido que nadie. ¿Ahora te atreves a volver? Elena, avergonzada y con los ojos aún más rojos, le entregó rápidamente el regalo a Benjamín y se giró para marcharse. Pero él, de repente, le sujetó la muñeca. —Ya que viniste, quédate. Todos se quedaron paralizados y, sin ponerse de acuerdo, miraron hacia Ángela. Ella permaneció allí, con la sonrisa intacta, aunque sus uñas se clavaban profundamente en la palma de su mano. Resultaba que, después de tres años de compañía, no podía competir con una sola lágrima de Elena. La atmósfera durante el resto de la reunión se volvió tan extraña que resultaba asfixiante. Los amigos de Benjamín deliberadamente ignoraron a Elena y, en cambio, no paraban de animar a Ángela y Benjamín. —Ángela, ¿es cierto que durante la rehabilitación de Benjamín tú le dabas masajes musculares todos los días? —Por supuesto, su técnica es profesional. Benjamín solo aceptaba que ella lo tocara; si alguien más lo intentaba, él perdía la paciencia. Ángela bajó la cabeza, fingiendo no ver la mirada llena de celos que Elena le lanzaba. Y aunque Benjamín no decía una palabra, ella podía sentir que toda su atención estaba puesta en Elena. A mitad de la velada, alguien propuso jugar un juego. Elena fue la primera en perder, y la penitencia era pedirle el contacto a alguien del sexo opuesto. Instintivamente, miró a Benjamín, con una súplica en los ojos. Pero Benjamín fingía estar ocupado con su teléfono y no la miró. Elena apretó los labios, se levantó con desdén y dijo: —Entonces, iré a cumplir el castigo. Ángela la vio dirigirse hacia una mesa contigua, donde rápidamente la rodearon varios hombres. Uno de ellos, visiblemente ebrio, le sujetó la muñeca. —Señorita, claro que puede agregarme en Facebook, ¿pero me dejaría tocar su mano también? —¡Suéltame! —Elena gritó de pronto. Benjamín alzó la cabeza de golpe y, al instante, ya se había abalanzado hacia ellos. Le dio un puñetazo en la cara al hombre. —¿Tienes ganas de morir? La situación se tornó caótica en un instante. —¡Benjamín, ya basta! —Sus amigos se apresuraron a separarlo. Ángela, temerosa de que su recién recuperado cuerpo sufriera algún daño, también corrió a detenerlo. —Benjamín... Antes de que pudiera terminar la frase, él la empujó. —¡Quítate! ¡Bang! Ángela, completamente desprevenida, resbaló y cayó por las escaleras. Su nuca golpeó violentamente el suelo; su vista se oscureció y una tibia corriente de sangre bajó por su sien, tiñendo de rojo su campo de visión. Con gran dificultad logró incorporarse y, al hacerlo, vio a Benjamín alejándose con Elena en brazos. Ni siquiera se volvió para mirarla. Sintió que en su corazón se formaba una herida, el dolor la dejó casi sin aliento. De pronto recordó el pasado. Entonces, él era un hombre discapacitado, autodestructivo, que usaba una silla para golpear sus propias piernas. Ella había corrido para interponerse y, por la fuerza descontrolada de él, se rompió tres costillas. Él, con los ojos enrojecidos, rugió: —¡Mis piernas ya no sirven! ¡No importa si las rompo! ¿Acaso no valoras tu vida? ¿No sabes distinguir lo importante de lo trivial? A pesar del dolor, Ángela, sudando frío, lo abrazó por las piernas y susurró: —Sí sé distinguir. —Precisamente porque tus piernas son importantes, por eso debo detenerte. —Porque estoy segura de que algún día volverás a ponerte de pie. En ese momento, el siempre orgulloso Benjamín la abrazó temblando y, con la voz entrecortada, dijo: —Ángela, no me dejes... Todos decían que el hecho de que Benjamín volviera a caminar era un milagro. Pero solo ellos sabían la verdad: no hubo tal milagro. Fue ella, apostando su propia vida, quien lo sacó del abismo poco a poco. Pero ahora... Él había salido del abismo, y ya no la necesitaba. Justo en ese instante, el teléfono de Ángela sonó abruptamente. Sacó el dispositivo temblando. En la pantalla aparecía "Señora Dolores". Ella sabía demasiado bien lo que significaba esa llamada. Y, como era de esperarse, apenas contestó, escuchó la voz diplomática de Dolores: —Ángela, al fin y al cabo, Benjamín es ahora el presidente de un grupo cotizado; su esposa no puede ser una persona sin antecedentes, sin estatus, incapaz de ayudarlo en lo más mínimo... —Agradezco de corazón los tres años que le has dedicado sin abandonarlo jamás. Pero debes entender que, de no haber sido por el apoyo de la familia Navarro, ni siquiera habrías podido ir a la universidad. Esta deuda, considérese saldada, ¿de acuerdo? Al otro lado del teléfono, hubo una breve pausa, como si Dolores esperara un reproche histérico o una súplica humillante. Ángela, sin embargo, alzó la vista en dirección a donde Benjamín había desaparecido. El pasillo vacío parecía burlarse de esos tres años de amor no correspondido. —De acuerdo —oyó su propia voz, aterradoramente tranquila—. Me iré. No volveré a aparecer ante él nunca más.
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