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Capítulo 3

En el día del aniversario, Orlando, justo a la medianoche, publicó un mensaje en sus redes sociales, expresando con profunda emoción su amor y gratitud hacia Mónica. Unas horas después, los “me gusta” y compartidos ya superaban los diez millones. En todas las pantallas de la ciudad se reproducía el video romántico que Orlando había editado, haciendo que todos pudieran sentir el amor que sentía por ella. Frente a la villa, sin que Mónica supiera cuándo, se congregó una multitud que cubrió el camino con mil ochocientos veinte y cinco ramos de rosas. En el centro del sendero se encontraba un enorme anillo de cristal, en cuyo interior había prendas y bolsos de las últimas colecciones de las marcas más prestigiosas. Encima de todo, descansaba una pequeña caja de música que repetía una y otra vez la voz melodiosa de Orlando. —Querida, feliz aniversario de bodas, te amo como siempre. Ella, con la cara inexpresiva, cerró la puerta de su habitación y se refugió bajo las sábanas, como si todo aquello no tuviera nada que ver con ella. Un rato después, él la llamó por teléfono y, con voz llena de culpa, le dijo: —Cariño, surgió un problema con la negociación y hoy no podré estar contigo para celebrar nuestro aniversario. Cuando regrese, te prometo que lo compensaré. Al escuchar su mentira, soltó una risa temblorosa. —No importa, haz lo tuyo. —Cariño, noto que no estás contenta. —Él percibió de inmediato el cambio en su tono. —Te preparé muchas sorpresas, espero que te gusten. En unos días te lo compensaré. —No, el trabajo es lo más importante. Me siento un poco mal, voy a dormir. —Respondió Mónica, colgando el teléfono. Se hizo un ovillo, luchando por controlar el dolor en su interior. El bullicio frente a la villa continuaba. Los drones que Orlando había contratado dibujaban distintas figuras en el cielo, todas declarando su amor por ella. Muchos periodistas acudieron para intentar entrevistarla y continuar difundiendo su historia de amor. Mónica no les prestó atención; su celular sonaba una y otra vez. Al ver el nombre de Orlando en la pantalla, su visión se volvió a nublar. Quiso contestar y preguntarle por qué había roto su promesa, por qué se había enamorado de otra mujer. Pero al final, apagó el celular y volvió a esconder la cabeza bajo las sábanas. No supo cuánto tiempo pasó hasta que alguien levantó las sábanas y una luz intensa le lastimó los ojos. A contraluz, vio a Orlando demacrado, el cabello despeinado, la piel pálida y los ojos llenos de preocupación y miedo. Al notar su tristeza, regresó llamándola sin cesar en el camino, y al ver que no respondía, se asustó mucho. En cuanto vio a Mónica, la abrazó con fuerza, y le dijo: —¡Por suerte estás en casa! Cariño, lo siento, lo siento mucho. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su cuerpo temblaba sin control. —No volveré a dejarte sola en casa. Si no respondes mis llamadas, mi mundo se desmorona. —Nada es más importante que tú, he vuelto para celebrar el aniversario contigo. Mónica no dijo ni una palabra. Orlando creyó que seguía enojada, se arrodilló y le suplicó. —Cariño, prométeme que no volverás a dejar de contestar mis llamadas, ni a ignorarme. Me volvería loco. Su nerviosismo y su miedo no parecían fingidos. La amaba, pero su amor no era solo para ella. —Volviste rápido. —Dijo Mónica forzando una sonrisa; la cara de él se oscureció, mostrando cierta incomodidad. —Cariño, ¿no has comido nada en todo el día? Te llevo a La Casona del Sabor. —Intentó cambiar de tema y, con ternura, le acomodó un mechón de cabello. —No quiero ir. —Respondió, negando con la cabeza. Él se mostró inquieto. —Entonces, descansa un poco, ya bajo a prepararte algo. —Está bien. —Asintió Mónica, dándole la espalda. Orlando pensó que seguía enojada, respiró hondo y salió de la habitación. A los pocos minutos, se escuchó ruido proveniente de la planta baja. Ella bajó y encontró el salón lleno de amigos de Orlando, que colgaban de nuevo en la pared las fotos recién reveladas. Al verla, todos empezaron a hablar para defenderlo. —Mónica, casi matas a Orlando del susto. Nunca lo habíamos visto tan nervioso. —La próxima vez que te enojes, cuéntanos y te ayudamos, pero no vuelvas a tirar las fotos ni a apagar el celular. Orlando no lo soporta. —Si Mónica desaparece otra vez, se volverá loco. —Sí, cuando vio la pared vacía, se desmayó y hasta buscó las fotos en la basura. ... —¡Cállense todos! —Orlando apareció con el delantal puesto, visiblemente molesto. —La culpa es mía, fui yo quien lastimó a Mónica. Ella tiene derecho a castigarme. —Es un esposo ejemplar, de verdad. Frente a Mónica, hasta la dignidad se le olvida. Qué suerte tienes, Mónica. —Dijo Paula saliendo de entre la multitud, con expresión de envidia. Él, con total normalidad, mostró una sonrisa tierna. —Es mi esposa, por supuesto que la voy a consentir. A Mónica le recorrió un escalofrío; solo sentía que todo era una farsa. Pero no quiso desenmascararlo. Mónica habló con indiferencia. —No cuelguen las fotos, quiero cambiar el color de la pared. Orlando se acercó, la rodeó por la cintura y dijo: —Está bien, no las cuelguen, hagan caso a Mónica. —Sí que está dominado por su esposa. —Bromeó alguien, pero a él no le importó. La ayudó a sentarse en el sofá y volvió a la cocina. Orlando preparó todos los platos favoritos de Mónica, pero a ella todo le sabía insípido. Mientras él le servía la comida con una mano llena de ternura, con la otra, debajo de la mesa, entrelazaba los dedos con los de Paula. Todo perdió sentido para Mónica; deseaba irse de ahí, alejarse de Orlando cuanto antes. Después de la comida, él no le dio oportunidad de rechazar, se inclinó para ponerle los zapatos y calcetines, y la sacó en brazos de la casa mientras sus amigos los animaban. Paula también bromeó entre risas, pero Mónica notó el destello de resentimiento y celos en su mirada. Orlando organizó un espectáculo de fuegos artificiales en el mar para Mónica, y hasta contrató a su banda favorita para que tocara. A mitad del espectáculo, él puso como excusa ir al baño y se fue. Mónica lo siguió.

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