Capítulo 40
Carlos aún no había regresado.
Lucía, sola, se lavó lentamente y ordenó todo con calma.
Se sentó un rato en la sala, descansando, y luego vio el audífono que había dejado a un lado.
Justo cuando lo tomó, la luz de la entrada se encendió.
Carlos había vuelto.
Lucía miró hacia la puerta. La camisa de Carlos, normalmente pulcra y limpia, tenía manchas de sangre.
Lucía se alarmó, corrió hacia él y, preocupada, intentó revisar de dónde venía la sangre.
Carlos apartó su mano, su voz baja y cargada de cansancio y molestia: —No me toques.
Cuando salió de la oficina de Víctor, había visto a un paciente colapsar en el vestíbulo del hospital. La sangre en su camisa era del paciente.
Carlos, que siempre fue maniático de la limpieza, había soportado el camino hasta casa con esa mancha.
De muy mal humor.
Pero Lucía no lo sabía; pensó que Carlos se había hecho daño.
Su rostro seguía lleno de ansiedad.
Carlos la miró con frialdad y severidad. Le gritó: —¡Apártate!
La pasó de largo, y al hacerlo, su ho

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